MARÍA, PEQUEÑA, AMADA, LO DA TODO!

Reflexión Dominical. IV Domingo de Adviento

General - Comunidades Eclesiales20/12/2020 Mario Daniel Fregenal
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En este cuarto domingo de Adviento, a las puertas de la Navidad, la protagonista que nos invita a esperar a Jesús es la que más añorábamos, la única, la que nos entiende con solo mirarnos, la que nos ampara y nos lleva en sus brazos a Jesús: “su nombre es María”. 

Acabamos de escuchar: “El ángel entró en su casa”, otras biblias traducen: “el ángel entró a donde estaba ella”, “se presentó ante ella”, “entrando”, “cuando entró”. El mensajero de Dios, cuyo nombre significa ‘fuerza de Dios’, entra en puntas de pie en la casa humilde de María. El mensaje del Dios eterno entra en la simpleza del lugar de María, en su cotidianidad, en sus cosas. Dios toma la iniciativa siempre, Él quiere irrumpir en nuestra historia concreta, Él quiere primerearnos con su gracia a todos y todas; pero a nosotros nos falta el interior dócil, pobre y sencillo de María, la jovencita humilde, la campesina de Nazaret. Sólo ella, Mujer postergada, de rancho pobre pero de puertas siempre abiertas; de corazón hospitalario y sufriente, de brazos infinitos y siempre acogedores, de manos solidarias en silencio, curtidas, bendecidoras, de voz melodiosa y comprometida con los pobres; sólo ella, por ser tan así, da lugar a la Palabra que se encarna en su interior; sólo ella fue fiel a lo que Dios siempre quiso hacer en su vida, porque quiso ser cada vez más y mejor fiel a ella misma, disponiendo su sensible interior al Dios que buscaba con su sí su felicidad y la nuestra.

¡Qué importante darle lugar a Dios en nuestras cosas, en nuestros lugares, en nuestro interior, en todo lo que hacemos! ¿En qué realidad nuestra no estamos dejando entrar a Dios?

Es en su interior donde María descubre al Dios compañero de camino que aleja de su vida todo temor, que desde su pequeñez hace grandes cosas con ella, que la anima a darlo todo sabiéndose y sintiéndose profundamente amada desde siempre, y la invita a alegrarse en su simpleza de pueblo. “María se preguntaba”, es tan importante esa actitud, descubrir dentro suyo a Dios, buscar, discernir. Cuando descubro a Dios dentro mío, en mi corazón; cuando me siento habitado y sostenido por su delicada presencia, encuentro a Dios en todas las cosas y le doy lugar en todo lo mío, releo mi historia desde él y lo descubro siempre presente, aún en aquellas situaciones mas tristemente recordadas; siento una profunda e incontenible alegría, experimento el valor y el coraje de sentirme acompañado por el Dios fiel y mirado por sus ojos buenos que siempre ven lo más lindo mío y así me invitan a darme todo, confiando no tanto en mí ni en mis capacidades sino en que él hace grandes cosas con nosotros. Miremos a este Dios amante de toda pequeñez y pongámonos en la falda de nuestra Madre para que ella, en este Adviento, nos cuente de él y nos ayude a descubrirlo en nuestro interior, lo coloque en los brazos de nuestra vida, de nuestra interioridad, y nos ayude a cuidarlo, a hacerlo crecer.

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Lucas habla que el Espíritu y el poder de Dios se hacen presente en nuestra vida, no avasallando, haciendo violencia en nosotros o enajenándonos. Dios nos ama así tal cual somos. Su presencia poderosa en nuestra vida es delicadamente sutil, casi desapercibida, como una sombra. El poder y la protección del Dios presente en nuestra vida y nuestras cosas, que nos hace alegrarnos, que nos anima y nos ayuda a vencer los temores, es como una ‘sombrita’ que nos cubre, nos da frescura cuando el sol del camino nos agobia, nos da sosiego con sólo entrar en nosotros y descubrirlo, nos da reparo cuando los vientos de la vida soplan fuerte y tienden a derrumbar nuestra fe, nos cobija. Si Dios es así tan delicado, tan respetuoso, tan amante de lo nuestro, que lo quiere cuidar, ¡tenemos una gran misión como Iglesia!

“Soy la servidora del Señor”, que Dios haga lo que quiera conmigo, responde la jovencita María. Descubriendo en lo hondo de su interior al Dios que está, sintiéndose profundamente pequeña y entrañablemente amada por Él, dice sí a la misión. ‘Si Él, que me ama como nadie y me conoce de pequeña me lo pide, también me concederá su gracia’. Por eso María, experimentando esta sombra respetuosa de Dios en su vida, con su sí, a lo largo de la vida de Jesús será también para él alimento, leche, sosiego, sombra, amparo, pesebre, casa. Pero también, a lo largo de la historia, será para nosotros mamá -cada vez que recurramos a ella-, y protección, que es también la de Dios. Como Mamá, nos cubre bajo la sombra de su manto, nos sienta sobre su falda, nos lleva a Jesús. Nosotros como Iglesia, a imagen de María, también estamos llamados a ser sombra que ampara a tantos hermanos y hermanas nuestros que están desamparados. Ser presencia del Dios poderoso que se hace visita incondicional, se hace sorpresa y canto, sombra y valor, se hace manto de mujer. En fin, se hace Iglesia cobijadora y sombra de tantos desamparados, presencia del Dios compañero y cercano, y en este tiempo, vientre que lleva y cuida la vida, que cariñosa y delicadamente acerca a Jesús que viene.

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