Encontrarnos con el Señor, y no con las ideas propias sobre él.

Propongámonos dejarnos sorprender cada día por Jesús que siempre quiere encontrarnos.

General - Comunidades Eclesiales04/07/2021 Mario Daniel Fregenal
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“Jesús era para ellos un motivo de escándalo”. ¿Para quiénes? Para sus vecinos de Nazaret, aquellos que lo conocían de pequeño, que conocían bien su familia, su profesión. Jesús, que había regresado de territorio pagano y que volvía ahora de dos milagros grandiosos: devolverle la vida a la hija de Jairo, y la sanación de la hemorroísa, junto con la posibilidad de creer en ella, ahora se encuentra con un obstáculo, muy superior a la muerte que había vencido en aquella niña de 12 años: la falta de fe. Los vecinos de Nazaret no niegan el fuego de su palabra ni el poder que salía de sus manos. No pueden negar que esos signos y esa sabiduría provienen de Dios. Pero no se dejan sorprender por tanta novedad. No se pueden encontrar con el Señor, se encuentran con sus propias ideas sobre él. Sus prejuicios, lo ya conocido, la superioridad que da el conocer, la cercanía y la familiaridad crea en ellos un muro a prueba de toda novedad y frescura. Jesús hizo y dijo todo, pero como ya lo conocían no creyeron en él. No pueden entender que esas manos que trabajaban la madera ahora acarician lo más hondo de las almas sanándolas.

Porque no se dejaron encontrar con Jesús, se encontraron con sus propias ideas acerca de Él, sus conceptos, sus saberes, pero no con Él. Esto mismo nos puede pasar a nosotros. Rezamos las mismas oraciones, los mismos salmos; leemos los mismos evangelios y cada año celebramos las mismas fiestas; pero siempre Jesús nos habla al corazón si es que nosotros nos abrimos a su novedad. También nos pasa en las relaciones, conocemos a las personas y las etiquetamos, les ponemos rótulos y no somos capaces de ver en profundidad ni los brotes de cambio ni los frutos de conversión. Escuchamos en ‘piloto automático’ y no con oídos nuevos la novedad que esconde cada uno. Propongámonos dejarnos sorprender cada día por Jesús que siempre quiere encontrarnos.

“Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Me llama la atención que de los sinópticos Marcos es el único que agrega “su familia”. Era un tema que le interesaba. Ya anteriormente, en Mc 3, 20-21. 31-35, nos presentó la incomprensión de sus familiares. Será que a lo largo de todos los tiempos la familia es el lugar donde el conocimiento mutuo y la incondicionalidad nos pueden jugar una mala pasada. Como sé que siempre me aman, no ayudo, me permito ser menos cortés, no hablo, ni agradezco, ni me disculpo. Pienso en tantos jóvenes que intentan jugarse la vida hasta el heroísmo en la parroquia pero luego en casa no son capaces ni de enjuagar la taza. Lo sé por escuchar a sus familias: ‘voy a poner una foto tuya así me acuerdo de vos, porque te la pasás en el grupo’, o ‘llevate el colchón a la capilla’. Pero también los adultos sienten que no son iguales en casa, cuándo se culpan por ser tan pacientes con los chicos de la catequesis pero no con los propios hijos; o cuando se creen que no son testimonio porque los hijos propios no van a misa, o los nietos experimentan rechazo hacia la Iglesia. También vale para nosotros el dicho “un profeta es despreciado en su familia”. Le pasó a Jesús y nos pasa a nosotros. 

La familia tiene que ser cuna de libertad, espacio donde se gesta lo más lindo de cada uno; no debe sofocar ni determinar destinos, sino dar alas y libertad. Pidamos ser familia de Jesús y respirar hondo la libertad que Él nos regala. Que busquemos potenciar todo el bien que tiene la persona con la que vivo: si va a la parroquia es porque le hace bien, si se compromete en el grupo, es porque ahí tiene su lugar y es más él mismo. Que dejemos de lado tantos reproches y etiquetas, tantos chicaneos, para que la otra persona se amolde a nuestros deseos, y que dejemos ser más discípulos y discípulas a nuestros familiares. Que seamos familia de Jesús, dando libertad y buscando que el otro sea feliz sirviendo.

“No pudo hacer allí ningún milagro”. Es que donde no hay lugar para la novedad y frescura del evangelio, donde no se creen en las manos callosas y humildes pero divinas del carpintero, por ser tan normales; donde no se cree que Dios actúa tan cotidianamente, sin estridencias; donde no nos encontramos con una persona, sino con nuestras ideas sobre ella; porque es precisamente por eso que a Jesús le va mal donde más conocían lo bueno que era como vecino, que siempre compartía, que siempre se preocupaba por los que están solos, que buscaba que todos tuviesen lugar; en esos lugares de cerrazón a la buena noticia, Jesús no puede hacer nada, no puede hacer allí ningún signo de que el Reino ya se inició, salvo unos pocos con aquellos que sí tuvieron fe. Que nuestros grupos, comunidades, catequesis, parroquias, sean lugares de encuentro con alguien vivo y presente en medio nuestro, y no con ideas o datos. De nada sirve sabernos libros de memoria si no me encuentro con Jesús y me dejo sorprender por él. Porque las ideas no cambian la vida de nadie, sino su persona que cada semana me convoca alrededor de su mesa para dárseme en alimento.

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