En Jesús, gesto y palabra del Padre, somos definitivamente hijos e hijas de Dios!

Fiesta del bautismo del Señor, Reflexión Dominical.

General - Comunidades Eclesiales10/01/2021 Mario Daniel Fregenal
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Hoy celebramos la fiesta del bautismo del Señor, con la que concluimos el tiempo de Navidad. ¡Qué oportuno es, al iniciar el Tiempo Durante el Año, pensar en nuestra condición de hijos e hijas de Dios por el bautismo, discípulos y misioneros de Jesús, Vida desbordante de Dios en nosotros a través de su Espíritu. “Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán”. Juan Bautista había iniciado un movimiento nuevo en el desierto, de búsqueda, de conversión, preparando la llegada del que es más poderoso, que bautizará con el Espíritu Santo. Muchos se acercaron y entre ellos Jesús, humilde habitante de la periferia de Nazaret, Galilea; partícipe de las búsquedas de ese, su pueblo despreciado. Hasta lo imaginamos ubicándose en la fila como uno más. Así entra en escena el Señor, silenciosamente, casi en puntas de pie, buscando ser más fiel a lo que Dios le pide, sintiendo en su  sensible interior que la religiosidad del pueblo judío no lo terminaba de satisfacer, queriendo encontrar el camino para ser fiel a su hondísima experiencia de Dios, a su misión.

En ese acontecimiento humilde y popular del bautismo; en esa experiencia de discernimiento y búsqueda honesta por ser mejor y más fiel a la voz de Dios en su interior, que lo llevó a desplazarse geográficamente al Jordán; en esas coordenadas históricas, es donde Dios irrumpe y lo llama su Hijo amado. Esta experiencia de Jesús también la podemos hacer cada uno de nosotros. La vivimos de pequeños en nuestro bautismo, dónde aceptamos por la fe de nuestra familia, la Paternidad de Dios; pero también cada vez que no nos quedamos quietos sino que buscamos sinceramente sus caminos para nosotros, cada vez que asumimos y nos solidarizamos con las esperanzas y los interrogantes del pueblo; cada vez que somos fieles a nosotros mismos y a lo que Dios nos pide. ¿Damos lugar a la búsqueda de Dios y a lo que él quiere de nosotros? ¿Seguimos buscando caminos para ser más nosotros mismos?

Después de escuchar el domingo anterior que Jesús es la Palabra del Padre, Palabra por la cual el Padre se-dice, hoy lo vemos completamente en silencio. Jesús, Palabra reconciliadora del Padre, no habla. Juan habla de él, anunciándolo y preparando el camino; y el Padre le habla a él, confirmándolo en la misión de filializar hermanando. ¿No será acaso que toda Palabra, para ser misión y respuesta fiel, para cumplir su cometido, tiene que estar precedida por el silencio y la escucha? Eso vemos hoy en Jesús, y es lo mismo que habrá experimentado María y todas las personas que le dicen sí a Dios en su vida. El que tiene la iniciativa siempre es Dios. Es el Espíritu Santo el que motivó a nuestras familias a acercarnos a la fe. De Jesús sólo se dice hoy que ve descender el Espíritu y oye la voz del Padre, tiene un oído atento, sintonizado a la voz de su Abbá. A partir de esta experiencia fundante de su bautismo, Jesús comenzará a predicar con innumerables gestos y conmovedoras palabras el Reino de su Papá bueno. ¡Qué importante tener un oído atento! Que también nosotros tengamos un oído familiarizado a la escucha y al silencio, parecido al de Jesús, un oído con señal para escuchar la Palabra del Padre y así hacerla carne en nuestra vida, respondiendo fielmente a nuestra misión de bautizados-discípulos-misioneros, que caminamos hermanando y flilializando. Toda la misión de la Iglesia, toda palabra y gesto que ella quiera expresar, tiene que partir de la escucha a la Palabra que es misión y Vida, tiene que ser expresión de haber contemplado a Jesús, Palabra del Padre.

Si bien hemos leído “vio que los cielos se abrían”, Marcos, a diferencia de Mateo y Lucas, utiliza la expresión “se rasgaron”, lo cual recuerda a Isaías 63,19: “Ah, si rasgaras los cielos y descendieras”, y cuyo eco vamos a encontrar al final del evangelio, Mc 15, 37-39, donde Jesús entrega el Espíritu, el velo del templo se rasga, y el centurión pagano proclama a Jesús, Hijo de Dios.

Dios siempre tuvo la terca iniciativa de entrar en relación con nosotros. Fuimos nosotros quienes nos cerramos a su amor. Para cualquier judío, Dios había dejado de hablar claro con la muerte del último profeta. Ahora no solo abre los cielos (que en cualquier momento podemos volver a cerrar, como cualquier puerta, con nuestra obstinada cerrazón), sino que los rasga definitivamente, y pronuncia su Palabra en Jesús: “tu eres mi Hijo muy querido”. Esas mismas palabras se oyeron en nuestro bautismo, y bien sabemos que la Palabra de Dios, que rasgó los cielos para comunicarse definitivamente con nosotros, es irreversible, como decía la 1a lectura: “la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”. Por lo tanto, en Jesús, gesto y palabra del Padre, somos definitivamente hijos e hijas de Dios. Ningún pecado mío, por más grave que sea, me puede quitar esa dignidad. Restará en nosotros poder caminar más fielmente tras las huellas de Jesús, contemplándolo de cerca, para ser fieles a lo que Dios espera de nosotros.

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