TEMPLOS VIVOS

Te pedimos, Jesús, la gracia de sentirte vivo dentro nuestro y de celebrarte en comunidad".

General - Comunidades Eclesiales07/03/2021 Mario Daniel Fregenal
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“El celo por tu casa me consume”. Estamos al inicio del evangelio de Juan. Jesús, Palabra del Padre, ya había invitado a sus primeros discípulos a seguirlo, los cuales pasaron un día inolvidable con él; había realizado ya su primer signo en Caná de Galilea. Y ahora sube a Jerusalén, la amada ciudad; más precisamente al corazón de la fe judía: el Templo, donde cada judío buscaba obtener el favor de Dios a través de sacrificios y ofrendas. Allí realiza el conocido gesto profético, porque la casa de su Padre Dios no puede ser una casa de comercio. 

Este hecho, que los sinópticos (Mt, Mc y Lc) ubican al final de la vida de Jesús, Juan lo cuenta al inicio de su evangelio. Presentando así que Jesús desde el comienzo de su actividad está orientado hacia el Padre suyo, al que poco a poco anunciará nuestro. Y es que justamente el Dios anunciado por Él es un Papá bueno, siempre volcado hacia sus hijos e hijas, a los que les da todo, incluso él mismo en su Hijo muy amado. No hay que hacer nada para ganar su favor o para que él se nos acerque o esté de nuestro lado. Jesús, con sus gestos y palabras, nos irá mostrando cuán lejos está su Papá Dios -y nuestro- de los ritos del Templo, y de toda religión que crea que por determinadas prácticas va a obtener ciertos favores divinos. Él ya nos ama gratuitamente a todos y todas, pero privilegia al pueblo pobre y humilde. Desde ese amor profundo al Padre y a los pobres, nace la encendida reacción de Jesús, su Hijo, contra el templo. ¿Experimentás a Dios cercano, gratuito?

“El se refería al templo de su cuerpo”. Ya no es el templo de Jerusalén el lugar exclusivo del encuentro con Dios. Ahora en y con Cristo tenemos acceso al Padre, pase libre a su misericordia todas las veces que queramos. Nosotros llegamos a Dios a través de Jesús resucitado presente en la comunidad, a quien celebramos vivo en medio de nosotros. Nuestros ritos buscan hacer memoria y presencia  de cuánto nos ama el Padre en y con Jesús, como los discípulos que recuerdan y celebran (dos veces aparece a-cor-darse en el evangelio de hoy); nuestras prácticas religiosas buscan celebrar la vida de Dios en nuestras vidas. En Jesús, y en toda religión que quiera serle fiel, culto y existencia siempre van unidas.

Con nuestras liturgias, misas, rezos, novenas, y demás oraciones, queremos expresar la alegría del encuentro con Jesús, que viene a nosotros a matear la vida de Dios gratuitamente y para siempre. A él también lo encontramos en nuestra misión y entrega, como ungidos por el bautismo; lo encontramos en la periferia y lo palpamos en las llagas de nuestros hermanos y hermanas más sufrientes. 

Por lo tanto, si su Espíritu se vuelca sobre todos nosotros en la cruz, ahora cada uno de nosotros es templo sagrado de Dios, a quien encontramos también dentro nuestro, en nuestro corazón, como rezaba San Agustín: ‘¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba’. ¡Dios nos habita! ¡Sentílo, respiralo!

Nosotros, como templos de Dios que somos, también podemos hacer de nuestra casa, nuestro corazón, en el que habita Dios, una casa de comercio. 

Iniciamos este camino cuaresmal buscando poner nuestro corazón en las manos buenas del Padre para que lo moldee parecido al de su Hijo. Pero nuestro corazón a veces se preocupa más por ser amado que por amar, y ahí comienza a negociar compensaciones, reconocimientos, aplausos, recompensa en la mirada de los hombres. 

Pensemos en nuestras comunidades y servicios. Pensemos en nuestros vínculos y relaciones. Pensemos también en la entrega personal y en lo que hacemos todos los días. En todos lados puedo comercializar lo que soy. Puedo servir heroicamente, pero no buscando la mirada contemplativamente buena del Padre sino la de los hombres. Nuestras comunidades y grupos también se pueden transformar muchas veces en aduanas, lugares de control, lejos de la gratuidad que brota del encuentro con Jesús, como muchas veces advierte Francisco, y no lugares donde se respira la frescura de la buena noticia. ¡Somos Templo! Te pedimos, Jesús, la gracia de sentirte vivo dentro nuestro y de celebrarte en comunidad, para entregar desinteresadamente nuestra vida en todo lo que hacemos, sabiendo que el Padre mira con ojos buenos nuestros intentos por serte fiel. 

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