
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
¡Es increíble! Las ovejas -¡vos y yo!-, nosotros, valemos la iniciativa amorosa del Padre, de enviarnos a Jesús, nuestro buen Pastor, quien llega al cúlmen del amor entregando su vida por nosotros.
General - Comunidades Eclesiales25/04/2021 Mario Daniel FregenalEn este cuarto domingo de Pascua, la liturgia nos canta que Jesús es el mejor Pastor que podemos tener. Su vida, su cercanía, su cuidado, su trato delicado y tierno, su amor por nosotros es lo mejor que nos podía pasar. En el evangelio escuchamos de sus propios labios: “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas”. Pero no sólo refiriéndose a su entrega en cruz. Toda su vida fue des-vivirse para que tengamos vida, para cuidarnos del dolor o acompañarlo, para vencer la muerte en sus innumerables formas. Caminando tras sus huellas, compartiendo su camino, sus gestos, enseñanzas y opciones, experimentamos nosotros mismos esa felicidad a la que Él nos llama porque nos conoce. Ahí sentimos en carne propia que al dar vida, no perdemos sino todo lo contrario: tenemos más vida, una vida de calidad exquisita. En cambio, cuando nuestra entrega es mezquina, mediocre, haciendo lo mínimo que nos toca, olvidando que todo lo que hacemos es para acercarnos mas a Dios y ser felices; como la del asalariado, nuestro servicio deviene carga, nuestra buena noticia se marchita y termina siendo un anuncio tibio que no cambia la vida de nadie. El buen Pastor, Jesús, nos enseñó que debemos poner la vida en juego, arriesgar la vida por los que menos tienen, los indefensos, los pobres, los que siempre están lejos; a ellos debemos cuidar, sostener, amar, para ser -ellos y nosotros- felices.
Libranos, Jesús, de la tentación de ‘asalariar’ la misión, y de aprisionar tu buena noticia en nuestras amargas rutinas y tareas. Hacenos salir y llevanos a pastos verdes para respirar la frescura de tu evangelio. Queremos amar como vos, poner nuestra vida al servicio de los demás, porque interiormente sabemos -y las veces que lo vivimos, lo experimentamos-, que ahí está la felicidad más plena.
“El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla”. El amor del Padre Dios sostuvo toda la entrega de Jesús, toda su vida puesta al servicio. Esa es la conciencia de Jesús: su Abbá lo ama porque su vida es don para los demás. Es que el Padre Dios ama toda entrega amorosa, todo servicio en el que uno se des-vive por los otros. Tantos santos y santas que dieron su vida, siendo fieles a la entrega del Buen Pastor, siguiendo sus pasos, nos demuestran cuánto nos ama Dios.
Además, el Padre sigue sosteniendo y amando la entrega de la Iglesia presente en todo el mundo, que como Madre intenta seguir la misión de Jesús buen Pastor, ya sea con una ‘capillita’, un grupo juvenil, un oratorio, una carpa misionera, una pelota, un club, un colegio, un patio, un terreno baldío o una cacerola. La Iglesia es fiel a Jesús, buen Pastor, cuando acompaña a la oveja herida, sale a buscar a la perdida, se acerca a la postergada, abraza a la alejada para acercarla. Cuánta gente santa, a la que le duelen las ovejas, cuya entrega hace más visible y cercano el sueño de Dios: “un solo rebaño y un solo Pastor”. Esa vida entregada, como la de Jesús, es Pascua. Es vida resucitada por el amor del Padre para que siga dando fruto.
“Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí”. En el evangelio de hoy, si lo leemos con ojos nuevos, impacta llamativamente la centralidad de las ovejas, son lo más importante -¡somos!-, por lo menos para el Pastor y su Padre. El protagonista se la pasa hablando de ellas y de su Padre, dice que las conoce, que da la vida por ellas, que el Padre lo ama y sostiene precisamente por ese trato para con ellas. ¡Es increíble! Las ovejas -¡vos y yo!-, nosotros, valemos la iniciativa amorosa del Padre, de enviarnos a Jesús, nuestro buen Pastor, quien llega al cúlmen del amor entregando su vida por nosotros. Para todos nosotros, lo más importante es Dios, por lo menos eso queremos. Para Dios, según el evangelio de hoy, yo soy lo más importante, valgo su vida. ¿Siento eso, lo experimento, lo creo?
En el evangelio de Juan, conocer va unido a amar. El conocimiento al que se refiere no es como lo entendemos nosotros, intelectualmente; sino que es un conocer más profundo, significa ‘hacer experiencia’. Jesús nos conoce en profundidad y así nos ama. Pero nosotros, ¿hacemos experiencia de cuán valioso somos? Ahí se juega todo. Sabiéndonos y sintiéndonos infinitamente amados, valiosos, de un precio tal, no necesitamos nada más. ¡Cuántas veces olvidamos esto y vamos por la vida mendigando cualquier amor e hipotecando así nuestra felicidad por pequeñeces! Pidamos hacer experiencia del amor de Jesús por nosotros, para poder compartirlo con tantas hermanas y hermanos que se sienten poca cosa, alejados, ninguneados o infelices. Que Jesús buen Pastor nos haga entregar nuestra vida en esa misión de gritarle a nuestros hermanos y hermanas que Dios se derrite de amor por ellos y ellas; haciéndolo, buscando su felicidad con nuestro anuncio, seremos felices (y Jesús también).
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",