
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
La eucaristía es para quienes que están dispuestos a hacerse comida, dejarse comer, comprometerse en alimentar tantas hambres que existen hoy; y de los y las que quieren beber el cáliz de la entrega cotidiana.
General - Comunidades Eclesiales06/06/2021 Mario Daniel FregenalEn la solemnidad de hoy celebramos la presencia de Jesús en el pan y el vino consagrados. Dicha presencia, como toda presencia cercana, sencilla, amiga, reclama de nosotros intimidad y preparación de corazón. La eucaristía no es un mero rito externo de cumplimiento, sino un encuentro profundamente cercano e íntimo con el Señor que nos envía. Tampoco es un encuentro donde únicamente hablo yo, sino donde soy capaz de entrar en diálogo con quien nos ama, para escucharlo.
En el evangelio de hoy vemos este movimiento hacia la intimidad. Hay un desplazamiento que va de lo externo a lo interno. Jesús dice: “vayan a la ciudad” (porque está afuera, posiblemente en Betania), luego, que deben entrar en la “casa”, y dentro de la casa, que les muestre “la sala”. Cada eucaristía también es la participación íntima de nuestra vida con Él y en él. Jesús también quiere entrar en intimidad con nosotros. En este tiempo de pandemia, en cada ciudad, en cada casa, en cada sala y en cada corazón, Jesús se sigue haciendo presente para compartir su entrega con nosotros. Pero esta intimidad es profundamente incluyente, porque participa en ella la vida de nuestra ciudad, de nuestro pueblo, de nuestra casa y familia, de nuestras cosas, y nuestra vida interior.
Muchas veces nos cuesta entrar en intimidad con Él, por quedarnos metidos en los ruidos de la calle, o con los problemas domésticos o los nuestros personales. Nos cuesta entrar en nuestro corazón, respirar hondo, sabernos habitados y contarle qué nos sucede. Precisamente cuando nos pasa eso, llevémosle nuestros problemas y aquello que nos inquieta, y charlemos con él en intimidad.
En la Eucaristía, lo divino se hace cercano, lo más extraordinario se percibe en la sencillez. “Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua”. Marcos nos muestra a Jesús que tiene plena conciencia de todo, maneja la situación, y se manifiesta sereno. ¡Pero, qué detallista es! Ya había ultimado todo para la comida. Su poder, su saberlo todo, se expresa en lo delicado de su persona. Su conocimiento de todo, va de la mano con su necesidad de cercanía. Llama la atención también, que los discípulos no expresan ninguna muestra de sorpresa o asombro, como sucede con algunos milagros, al encontrar todo como Jesús les había dicho. Simplemente “preparan”. Tanta extraordinariedad se vive de un modo sencillo, sobrio y cotidiano. Lo extraordinario de Jesús, que tiene conciencia plena de todo lo que va a suceder, se manifiesta en los detalles. Y eso también es la eucaristía, donde lo extraordinario es amasado con lo sencillo, lo divino con lo humano. Donde nuestras pobres manos reciben al mismísimo Dios en el pan que ellas mismas amasaron.
Además hay tanto anonimato en el evangelio de hoy: los discípulos, los dos, el que lleva el cántaro, el dueño de la casa, quienes prepararon la sala con los almohadones. Ningún nombre. Cada uno cumple su misión para que se realice la comida y el encuentro, y eso es lo importante; no los nombres, sino la misión. Somos esos anónimos, sin honores ni privilegios, que preparamos nuestro corazón para que Jesús coma con nosotros. Ese pan está lleno de ciudad, de casa, historias, rostros, personas, en todas ellas se hace presente Jesús. La Eucaristía es esa vida entregada, solidaria, que amasa lo sencillo con lo divino, la ciudad con la sala y la casa, los trabajos y misiones de todos los que intentan ser fieles y hacer lo que Jesús dice, sin que nadie se sienta más protagonista que nadie.
“Esto es mi cuerpo... todos bebieron de ella”. Todo Jesús, presente en esa entrega: en un cuerpo que se ofrece como comida, y en una sangre que es vida derramada, dada, entregada.
Resuena la multiplicación de los panes cuando Jesús dice: “Denles ustedes de comer”, sean ustedes comida; y cuando habla con los hijos de Zebedeo de “beber el cáliz”, entregar la propia vida.
La eucaristía es para quienes que están dispuestos a hacerse comida, dejarse comer, comprometerse en alimentar tantas hambres que existen hoy; y de los y las que quieren beber el cáliz de la entrega cotidiana. No sólo de la participación por mero cumplimiento ritual, sino para entrar en intimidad con el Señor, que nos ama como somos, no le importan nuestros títulos u honores, sino que intentemos cumplir la misión a la que nos envía para poder encontrarse con nosotros. Todo lo que hacemos en el anonimato de todos los días es decisivo para que Él nos encuentre y encuentre a otros. Encontrándonos con él en intimidad de corazones, somos lanzados a hacernos pan para los demás, entregando la vida cotidianamente, y haciendo de la nuestra, una existencia sencillamente eucarística.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
La economía de Dios no mata, no descarta, no aplasta; es humilde, fiel a la tierra” … este fue el mensaje del Papa Francisco el Viernes Santo, entonces si la economía de Dios no mata, no descarta, ¿qué hace la economía neoliberal?, ¿qué espíritu lo mueve? ...cabe el planteo ético social cristiano de ¿se puede ser cristiano y neoliberal?
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.