
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Nuestra misión es dar fruto, pero ese fruto no se logra sino permaneciendo en Él, estando con él, en su amor.
General - Comunidades Eclesiales17/07/2021 Mario Daniel Fregenal“Al regresar de la misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Jesús es la fuente y la meta de toda misión. Él nos envía en su nombre, por lo que nuestra misión es ser Él; y hacia Él volvemos a encontrarnos y a llevarle aquellos que abrazaron su buena noticia. ¡Qué hermosa imagen! La de contarle a Jesús de nosotros, de cómo nos fue en la visita al enfermo, al indigente; de todo lo vivido en el grupo, en la catequesis. ¡Cuánto necesitamos el encuentro con Él! Presentarle todo lo realizado, pedirle que nos ayude a discernir cómo vamos y por dónde seguir, acercarle todos los dolores de la gente, llorar y reír en su compañía.
Sin ese encuentro vital y decisivo, nuestros grupos se debilitan, nuestro servicio se torna rutinario, y pesa; nuestra espiritualidad se torna autorreferencial y estéril.
Además, pensemos que el más interesado en encontrarnos es Él. Es Jesús quien nos quiere escuchar, quiere que desahoguemos ante Él nuestro corazón, por eso nos dice: “Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco”. Es Él quien quiere estar a solas con nosotros para que le contemos de nuestro ser-misión. Para oír las confirmaciones: ‘sí, Maestro, tenías razón, es por ahí’; para llorarle tantos dolores experimentados por acercarnos a caminar con los últimos; para estallar con él de alegría porque la buena noticia es aceptada por los más pobres.
¡Necesitamos tanto de Jesús! Cada día, comenzar la misión desde Él, y cuando ya no podemos más, sea de dolor o de felicidad, o cuando terminamos con el servicio, regresar a su encuentro para contarle todo, en oración íntima, cercana y vital.
“Jesús vió... y se compadeció..., y estuvo enseñándoles largo rato”. Cuando Jesús ve que la gente interrumpe el descanso que Él propuso a los suyos, la primera reacción no es la huida hacia otro lado, ni siquiera pedirle a la gente que los deje un rato solos. La primera reacción de Jesús es la compasión, sus entrañas se revolvieron porque los siente “ovejas sin pastor”, e inmediatamente, movido por esa compasión, se pone a enseñarles largamente. Una enseñanza que nace de la compasión. Me llamó mucho la atención. Como que Jesús pone aquí lo más importante, quizá no lo primero -porque si alguien tiene hambre, tengo que primero atender esa necesidad-, pero sí lo más necesario. Porque puedo calmar toda sed material, pero si no atiendo a las necesidades más hondas del ser humano, me quedo a mitad de camino.
Toda persona necesita escuchar que es valiosa, que Dios la ama, que Él vive permanentemente inclinado hacia nosotros, que para Él somos lo más importante, que Él nos ama más allá de cómo nos comportemos, pero que su amor busca nuestra plenitud, y que ésta se logra compartiendo la vida. Todo eso y mucho más es el evangelio de Jesús, que busca calmar nuestra sed más profunda de sentido; todo eso y mucho más es su enseñanza. Por eso, al verlos ovejas sin pastor, conociendo que los escribas y fariseos con sus enseñanzas alejaban al pueblo más humilde de su Padre Dios, movido por su sentir-dolor-con-el-pueblo, se pone a enseñarles la verdad más urgente: su evangelio de la vida.
Por último, me gusta pensar que nuestra vida es ese amasijo en el que oración y misión son indispensablemente indisolubles. Eso encontramos en el evangelio de hoy. Los apóstoles llegan de la misión a encontrarse con Jesús. Jesús los ve entusiasmados y felices, pero también sabe y se preocupa por su descanso, su retiro, por llevarlos consigo al desierto. Servicio y retiro, misión y oración, acción y enseñanza. Además, leímos que ellos le cuentan a Jesús “todo lo que habían hecho y enseñado”, y hoy Jesús “enseña”, y el domingo que viene “hace”.
Siempre, para dar de beber tenemos que partir de la fuente de agua viva. Hoy ellos, después de calmar tantas ‘sedes’, sienten necesidad de volver a la fuente, para luego volcarse nuevamente en la humanidad. Siempre, si quiero ser pan en misión, primero debo ser trigo, espiga y semilla. Hoy ellos, después de hacerse pan para el pueblo, necesitan ser sembrados y regados nuevamente por el encuentro vital con el maestro. Porque para servir y dar la vida, debemos antes experimentar el amor de Jesús y dejarnos lavar los pies gratuitamente por Él. Siempre es así y nunca debemos olvidarlo: nuestra misión es dar fruto, pero ese fruto no se logra sino permaneciendo en Él, estando con él, en su amor, y cuidando la vida suya, que circula inconteniblemente en nosotros para seguir compartiéndola en reino y servicio. Le pedimos a Enrique, Wence, Carlos y Gabriel, los 4 mártires riojanos, nos ayuden a que nuestra misión se nutra siempre del encuentro con Jesús.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",