Mirar la vida como Jesús y ubicarnos del lado de los invisibles.

...ser felices dándolo todo cada día, ubicándonos del lado de los que no son tenidos en cuenta, de los que sobran o están invisibilizados, sin esperar aprobaciones ni aplausos, sino sostenidos por la mirada llena de ternura de nuestro Dios que mira en lo secreto y al corazón.

General - Comunidades Eclesiales07/11/2021 Mario Daniel Fregenal
Darlo todo

Continuamos con Jesús en Jerusalén, más precisamente en el Templo, las últimas horas de su vida. Ya tuvo lugar la expulsión de los vendedores; hasta hace poco estuvo polemizando intensamente con las autoridades judías, y el clima en general sigue siendo hostil. Hoy advierte a la multitud que se cuiden de un grupo sumamente admirado y respetado: los escribas. Por la descripción que hace Jesús, éstos se preocupan por las apariencias, y tienen un comportamiento dominado por la opresión y la avaricia. Desde ya que Jesús no se está refiriendo a todos los escribas, recordemos que el domingo pasado tuvo un diálogo profundo con uno que buscaba genuinamente a Dios. Está hablando de ese grupo mayoritario que le presentó rechazo y cuestionaba su autoridad. 

El comportamiento de los que queremos seguir a Jesús debe pasar más por el corazón que por lo de afuera. Por eso buscamos más vestir al desnudo que preocuparnos por nuestras vestiduras; somos nosotros los que salimos a saludar con la paz a los que encontramos en el camino de la vida, porque al saludarlos los reconocemos propios, hermanos, valiosos; en vez de preocuparnos por ser nosotros los saludados, reconocidos; luchamos para que los últimos sean los primeros, y por ocupar y servir en aquellos lugares donde nadie quiere ir, en vez de ansiar los primeros puestos, donde están la luz y el brillo; trabajamos para que los bienes alcancen para todas y todos, rechazando toda avaricia, y cuidando de los más descuidados y postergados.

A la luz de las cuatro cosas (vestidos, saludo, primeros puestos, codicia) que Jesús rechaza de los escribas, qué bueno es que podamos esbozar concretamente algunas pistas para mejorar nuestro camino de seguimiento, en el que el centro siempre es el más vulnerado.

Para eso debemos mirar la vida como Jesús y ubicarnos decididamente del lado de los que no cuentan, no aparecen, son invisibles. El evangelio de hoy contrasta drásticamente y nos muestra de qué lado está Dios: los escribas se preocupaban por las apariencias, por lo que se ve, la pobre viuda era invisible para la sociedad. Aquellos buscaban recibir: reconocimiento, bienes, honores, todo con cierta codicia, nuestra pobre viuda sólo da, y en lo que da se da ella misma, lo da todo. Los escribas se comportan hipócritamente, en cambio la viuda no busca la mirada de nadie, no la espera, porque sabe que el único que mira a los de su condición es Dios. A unos los maneja la lógica de la avaricia, y a ella la de la generosidad. Estos oprimían, aquella padecía la opresión.

Jesús, fiel a su Papá bueno, un Dios que según el Antiguo Testamento está definidamente siempre del lado de los huérfanos, las viudas y los extranjeros, porque son sus preferidos; mira, con sus ojos tiernos y profundos, y contempla en medio de la grandiosidad del Templo y las ostentosas ofrendas, lo que nadie ve: a esa pobre mujer viuda con un corazón generoso como el suyo. En medio de tanta adversidad, de tantas tinieblas a su alrededor, con un panorama completamente oscuro, Jesús mira como nadie. Sus divinos ojos son lámparas que iluminan la realidad según el corazón de Dios, con un sentido agudo hacia lo pequeño, lo marginal. Intentemos mirar la vida como Él.

Por último podemos decir que Jesús admira que la viuda, a diferencia del joven rico, entra en su misma lógica, la de la entrega sin reservas, la del dar sin cálculo, la del brindarse por entero, la de dar la vida. La viuda dio todo lo que tenía para vivir, y así es Jesús. Nosotros, como discípulos y discípulas suyos, también queremos vivir en plenitud y darnos sin reservas. Estamos sostenidos por la mirada amorosa de Jesús, que contempla enamorado nuestras ganas de donarnos sin medida. No pasa tanto por cuánto doy, por la cantidad (recordemos el milagro del pan compartido) sino por el darnos sin cálculo. No es cuánto doy, sino con cuánto me quedo. En el milagro del pan compartido el niño no se guarda nada, lo mismo que aquí la viuda. Ambos proceden como Jesús. Que nosotros también, a la hora de servir, de dar y darnos, de dejarnos conducir por la lógica del don, esa que hace feliz de verdad, no nos guardemos nada, sino que demos sin especular. Quizá no tengamos mucho, eso no importa tanto. Jesús no se detiene a mirar las grandes fortunas, sino el desprendimiento de la viuda. Así nos mira a cada uno de nosotros, cuando no tenemos, y sin embargo nos las ingeniamos para dar; cuando estamos atareados con exámenes, estudio, familia y trabajo, y sin embargo nos preocupamos por los demás, por venir a la parroquia, por dar una mano; cuando a pesar de tantas ocupaciones, nos hacemos un tiempito para escuchar, para estar y acompañar. Es más, muchas veces sucede que la gente que no tiene tantas obligaciones o que tiene la vida más resuelta, es la que más reparos presenta a la hora de servir. Por el contrario, el que está atareado, siempre intenta dar una mano. 

Que Jesús y la viuda nos ayuden a ser felices dándolo todo cada día, ubicándonos del lado de los que no son tenidos en cuenta, de los que sobran o están invisibilizados, sin esperar aprobaciones ni aplausos, sino sostenidos por la mirada llena de ternura de nuestro Dios que mira en lo secreto y al corazón.

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