
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Jesús es la palabra amorosa del Padre para nosotros.
General - Comunidades Eclesiales14/11/2021 Mario Daniel FregenalEl próximo domingo estaremos celebrando la solemnidad de Cristo Rey, para luego, el siguiente, iniciar el tiempo de adviento. Por eso las lecturas de hoy nos hablan del final, de cuando venga el Hijo del hombre, “Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte”. El clima debe ser de una profunda alegría. Así lo expresa la oración colecta de hoy. Las imágenes de castigo, amenaza o miedo, tan presentes en nuestra imaginación, no aparecen por ningún lado. El que viene es el Jesús triunfal, “lleno de poder y de gloria”, quien, a diferencia de cualquier rey que sometería a sus enemigos, Él manda a sus mensajeros, a sus ángeles, que vayan a congregar a sus elegidos de todo el mundo, de “los cuatro puntos cardinales”. ¡No puede hacer otra cosa! ¡Él es así!
¿Qué nos pasa a nosotros, a nuestra fe, que a veces creemos lo contrario? Como que Jesús, una vez en el cielo, ‘se le suben a la cabeza’ la gloria y el poder, y nos trata fríamente, como juez implacable, que evalúa minuciosamente nuestros merecimientos, olvidándose por completo de su mirada amorosa al joven rico o a la viuda, de su trato cercano y reconciliador con Zaqueo, de sus parábolas escandalosamente tiernas y reveladoras de un Dios muy bueno. No lo olvidemos, el resucitado y glorioso es el que aún conserva para siempre las llagas de amor.
Toda la vida de Jesús, y hasta el final de los tiempos, siempre fue, es y será vivir volcado hacia nosotros, nuestros dolores y alegrías. Porque la gloria y el poder divinos no lo alejan, sino que lo acercan definitivamente más hacia nosotros. Nos ama tanto que, a pesar que ya triunfó, no se queda a esperar que ascendamos hacia él sino que él mismo baja a buscarnos, para que celebremos el triunfo todos juntos.
Sin embargo, la actitud a la que nos invita el evangelio no es la pasividad sino la espera activa, comprometida a fondo con ‘el acá y ahora’. Porque si Jesús viene de todos modos, eso no me tiene que llevar a cruzarme de brazos y esperar, sino que debo agudizar mis sentidos para discernir por dónde viene, de qué modo, y responsabilizarme de mi realidad presente.
si Jesús viene de todos modos, eso no me tiene que llevar a cruzarme de brazos y esperar, sino que debo agudizar mis sentidos para discernir por dónde viene, de qué modo, y responsabilizarme de mi realidad presente.
La comunidad de Marcos, para la que fue escrito su evangelio, la estaba pasando mal en medio de padecimientos, persecuciones y muerte. El estilo apocalíptico del evangelio de hoy busca darles y darnos esperanzas, que no aflojemos, que vale la pena perseverar hasta el fin, porque Jesús triunfa siempre. Nada de cobardía, Dios va a irrumpir y va a convocar a todos. No se sabe cuándo, sólo hay que estar atentos a los signos de su presencia; no tenemos certezas y no nos podemos aferrar a nada, porque hasta el cielo y la tierra pasarán; pero hay algo que permanecerá para siempre, que no pierde vigencia, sino que da horizonte y sentido a cada momento de nuestra historia, que nos da la profunda seguridad de estar en el camino correcto: debemos permanecer fieles a lo único inconmovible, la palabra de Jesús.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Todo es pasajero, lo único definitivo, eterno, inmortal e invencible son las palabras de Jesús. Ellas son el criterio de discernimiento para lo nuevo y lo viejo, para plantar y arrancar, para construir y derribar, para anunciar y denunciar. En el mientras tanto, lo que nos guía, lo único definitivo es su palabra, que está fundada en el amor. Por eso, lo central en nuestra vida es contemplarlo en los evangelios, observar y aprender de sus gestos, escucharlo en sus parábolas, conmovernos ante su persona, y seguirlo. Jesús es la palabra amorosa del Padre para nosotros. Por eso su evangelio no pasa más, es eterno, para siempre. ¿Acaso no experimentamos un poquito de eternidad, una alegría de cielo, la vida más plena y abundante, cuando nos entregamos como Él en el servicio, cuando vivimos el mandamiento del amor?
De allí que no nos inquieta cuándo sucederá su venida gloriosa, nadie lo sabe, sólo queremos estar atentos, porque ya experimentamos vida eterna en nuestros patios, misiones, centros barriales, servicios, oratorios, comunidades, carpas misioneras, peregrinaciones; entonces seguimos saliendo, visitando, congregando, soñando, pedaleando, jugando, cantando, peregrinando, en definitiva: amando. Porque ahí experimentamos en chiquito lo definitivo, lo que no pasa, lo eterno, el cielo, o sea: Jesús que sigue viniendo.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",