Seamos Palabra creadora de Vida abundante.

Jesús, Palabra definitiva del Padre, por la cual Dios se dice Emanuel, habita en la creación hermosa que nos regaló. En las cosas hay un eco de esa Palabra.

General - Comunidades Eclesiales02/01/2022 Mario Daniel Fregenal
Creación divina

En este 2do Domingo de Navidad, dejamos de lado el olor a pesebre y nos trasladamos al principio de todo, a lo eterno y más profundo. La liturgia nos invita a pensar en el Hijo, Palabra del Padre, que existía desde el principio. Por Él se hizo toda la creación, “Dijo Dios”..., repite insistentemente durante siete días el Génesis, Dios crea diciendo. Pero este Hijo eterno, esta Palabra creadora de Dios, que es “Vida” y “Luz”, no habita lejos sino en cada uno de nosotros. La creación misma está llena de Él: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra... En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. ¿Será por eso que nos sentimos bendecidos ante un paisaje o siendo sorprendidos por una flor u oyendo el canto de los pájaros? ¿Allí estará la razón por la cual afirmamos que tal o cual persona tiene mucha luz? Como diciendo que estando con ella nos sentimos reconfortados. Así reza Francisco al final de la Laudato si, hablándole a Jesús: “Hoy estás vivo en cada criatura con tu gloria de resucitado”. 

Jesús, Palabra definitiva del Padre, por la cual Dios se dice Emanuel, habita en la creación hermosa que nos regaló. En las cosas hay un eco de esa Palabra, aunque muchas veces la quisiéramos silenciar para dar rienda suelta a nuestra mezquindad. En medio de tantas decisiones que atentan contra la vida de nuestra Madre Tierra, explotación petrolera en Mar del Plata, quema de bosques nativos en el sur y con todo lo que eso significa para las familias que viven allí, daños irreversibles que se hacen en pos del mercado inmobiliario o la explotación ganadera o agropecuaria, por nombrar unos pocos; además de las irresponsabilidades personales y domésticas de cada día. ¿No somos conscientes que en la creación late la vida de Dios, hecha belleza y bondad, que como Palabra nos grita lo importante que somos? ¿No estamos silenciando a Jesús, Palabra de Dios viva y gloriosa en la Madre tierra?

“La Palabra se hizo carne y acampó (puso su Morada, su tienda) entre nosotros”. Me gusta mucho la expresión acampar, poner la tienda, hacer morada, que aparece también en la primera lectura aplicada a la Sabiduría eterna de Dios. El Hijo eterno, hecho llanto de recién nacido, no sólo habitó sino que acampó entre nosotros (porque si es Rey puedo pensar más inmediatamente en un palacio que en un pesebre o carpa). La Palabra del Padre acampó, puso su carpa pegadito a la nuestra. ¡Esto es hermoso! Porque la eternidad se hace latido apresurado de niño pequeño; el inconmovible de todos los tiempos, ese que no pasa, se hace peregrino, itinerante, callejero; aquel que es roca firme se hace movimiento ágil para que la buena noticia llegue a todos; aquel que hizo todas las cosas de tan austero no tenía donde reclinar la cabeza. El Dios de Jesús no habita en palacios, no quiso nacer en el Templo, quiso acampar, para poder recorrer incansablemente nuestras vidas, liviano, y enamorarnos de su Padre eterno, contandonoslo: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único”. Que a lo único que nos aferremos sea a Jesús y su buena noticia, enraizados en Él, andaremos itinerantes por todos los caminos, sin muchas cosas, pero fieles y felices.

“Hemos visto (contemplado) su gloria”. En ese camino itinerante de peregrinación y grito gozoso e inconmovible de buenas noticias, hemos visto su gloria. ¿Qué Gloria vimos? La de la humanidad más plena que pisó nuestro mundo, la de los gestos y palabras creadores de esperanza y oportunidades de vida más feliz. La Gloria descalza y caminante de Dios, hacedora de nuevos caminos de vida más digna y solidaria. Esa que vimos en Belén inaugurando alegría e inclusión en los pastores que se sintieron importantes por primera vez. Como decía San Ireneo: La gloria de Dios es el hombre viviente, que el hombre viva, que viva en plenitud. Entonces que siempre busquemos contemplar su gloria resucitada en la creación, en la humanidad que vive en plenitud, en varones y mujeres que intentan ser luz en medio de las tinieblas que parecieran ganar siempre, en nuestra lucha por un mundo más solidario. Para que la luz, la vida, la Palabra que está latiendo en cada corazón, busque iluminar, dar más vida y crear más oportunidades para que seamos más hermanos y hermanas. Seamos Palabra creadora de Vida abundante. Dejemos que la Palabra que nos habita, se diga en la gramática necesaria de la Vida hermanada y plena.

Lecturas:  /contenido/443/segundo-domingo-despues-de-navidad

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