
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
¿Qué lugar le damos a Jesús en nuestros límites, en nuestras frustraciones y remadas cotidianas? ¿Lo hacemos parte? ¿Se las contamos? Allí tenemos mucho para aprender, y Él, para enseñarnos.
General - Comunidades Eclesiales06/02/2022A diferencia del domingo anterior, hoy el telón de fondo no es el fracaso en la misión de Jesús sino el éxito. La gente se agolpaba para escucharlo, en el margen, a orillas del lago, porque Él estaba allí. Mientras enseña se da el tiempo de contemplar la realidad, su entorno, el contexto, y ve dos barcas. Después de la enseñanza, invita a los experimentados pescadores a intentarlo otra vez.
“Hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada”. En la queja de Pedro encuentran eco nuestras frustraciones y cansancios, esas situaciones límites de la vida, cuando el agotamiento nos encierra en el lamento, la resignación, la impotencia, el fracaso. Pensemos en nosotros, en las veces que quisimos bajar los brazos, en la queja amarga por tanto empeño a cambio de nada; en las interminables situaciones adversas contra las que intentamos remar. Tantos rezos, intentos, iniciativas, compromisos. La pandemia misma hizo del cansancio y el desconcierto moneda corriente. Nosotros también le decimos a Jesús: ‘hicimos de todo y no sirvió para nada’. Y lo podemos hacer justamente porque Jesús está junto a nosotros, cercano, hermanado a nuestras remadas. El lugar de Jesús es precisamente allí, en los límites. Justamente de tan marginal, no tiene lugar para sentarse y enseñar, tiene que crear una nueva oportunidad, un lugar inédito para la enseñanza, desconocido hasta entonces. Jesús va más allá de los límites y enseña, no desde el púlpito, la sinagoga o el atrio de un lugar sagrado, sino desde la barca cotidiana de un trabajador frustrado, en el límite del que lo intentó todo, en las remadas del que ‘la peleó’ toda la noche sin conseguir fruto. ¿Qué lugar le damos a Jesús en nuestros límites, en nuestras frustraciones y remadas cotidianas? ¿Lo hacemos parte? ¿Se las contamos? Allí tenemos mucho para aprender, y Él, para enseñarnos.
Pedro nos mostrará el camino: ¡Confiar en la Palabra de Jesús! Darle la jefatura de nuestra barca, de nuestra vida, y, en palabras de la Madre, hacer lo que él diga, todo lo que nos acerque más a Él. “Maestro”, dice Pedro, pero no aludiendo a su enseñanza, sino a su superioridad, su autoridad. De allí que algunos traducen por “jefe”. Pedro confía en Jesús más que en sus fuerzas y razonamientos de hombre de pesca. Nosotros también, cuando nos asalte el desánimo, el desconcierto, la frustración, recurramos a Jesús, llevémosle nuestros fracasos, dejemos de lado las excusas o razonamientos sensatos, sigamos el camino que nos propone de arriesgar e ir a lo profundo, mar adentro, y confiemos en su Palabra. Pero además tratemos de contar con otra barca cercana, que reme la vida con nosotros, a los que podamos recurrir a la hora de llevar adelante nuestra misión, compañeros y compañeras de noches y remadas. Si confiamos en la Palabra de Jesús, seguimos sus caminos de vida arriesgada y contamos con la cercanía decisiva de compañeros de misión y remada, la pesca será exitosa, y nos acercará más a Jesús y a su evangelio.
Entonces también debemos comprometernos nosotros en ser barca cercana, siempre dispuesta a ayudar a aquellos compañeros y compañeras de los límites, que solos no están pudiendo, que, como nosotros, intentan obedecer a Jesús, arriesgan día a día, noche a noche, y que nos necesitan para celebrar la dicha de la vida abundante. Porque la misión es compartida, y la pesca, abundante cuando nos juntamos.
“Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”, dice Pedro a Jesús; ‘entre nosotros dos no cabe más que lejanía, sos demasiado bueno, santo, grandioso, para que un tipo tan pecador como yo esté cerca tuyo’. Todos sentimos algo parecido alguna vez. Pedro ya conocía a Jesús, que había estado en su casa, había sanado a su suegra; seguramente se habría cautivado por su palabra y sus modos, pero también se sabe tan miserable, pecador, indigno de tener a alguien así tan a mano, muchísimo menos de ser su discípulo. Sin embargo Jesús estaba lleno del Espíritu Santo que lo empujaba irresistiblemente hacia los márgenes y dolores, que lo hacía mirar la vida y las personas en profundidad, cómo las mira Dios, y se habrá enamorado del corazón generoso de Pedro. Por eso le dice, como tantas veces leímos en la Sagrada Escritura: “No temas”. ‘Que tu pecado no te achique, Pedro. Además, mi lugar es el límite, la herida, lo marginal, el pecado; para desde allí incluir, sanar, acercar, perdonar. ¡No temas! Serás pescador pero de personas que necesitan llegar a mí y a mi buena noticia. Cuento con vos’. El llamado de Jesús a Pedro y a sus primeros discípulos hará que estos lo conozcan más en el camino, y vayan configurando sus vidas a la del Maestro, confiando en Él, haciéndolo parte de sus frustraciones, del cansancio; caminando por donde él anduvo.
Jesús, que vino para los enfermos y no para los sanos, llama a sus primeros discípulos y a nosotros a pesar de nuestro pecado. ¡Animémonos mutuamente entre nosotros, compañeros de barcas, misión, noche y pesca! Tenemos que dejar la comodidad de la orilla, de las racionalidades, de las excusas, para navegar mar adentro con Él, y celebrar la pesca abundante y la alegría de que Él ama estar con nosotros, pecadores perdonados, y ese amor nos transforma en discípulos, y nos ayuda a ser más felices en la misión de cada día.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.