
...cuando se vean rechazados por la sociedad, sapan que Dios los acoge; cuando nadie les perdone su indignidad, sientan el perdón inagotable de Dios. No lo merecen. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón.
El camino que él asume, e invita libremente a “los que lo escuchan” a asumir, es el del amor sin reservas, hasta el extremo, que pasa por hacer el bien, bendecir, orar, compartir.
General - Comunidades Eclesiales20/02/2022
Mario Daniel Fregenal
Todo el evangelio de hoy tiene un sabor a inicio, a comienzo del insospechado anuncio gozoso de una buena noticia nunca antes escuchada, y que exige oídos y corazones nuevos. Si hacemos memoria de los domingos anteriores, Jesús llamó a los suyos, a ellos dirigió las bienaventuranzas. Hoy escuchamos al comienzo del evangelio, “Jesús dijo a sus discípulos: Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos...”, y continúa con una serie de recomendaciones altamente exigentes. Somos libres de escucharlo o no, de ser sus discípulos o no serlo. Nadie nos obliga, porque el amor y la felicidad no se obligan. Pero si estamos leyendo estas líneas es porque intentamos caminar tras Él.
Un detalle que nos puede ayudar a vivir estas exigencias lo tenemos el domingo pasado, en el versículo 20 del capítulo 6, capítulo que estamos meditando: “Jesús fijando en ellos su mirada, dijo...”. Toda exigencia suena distinta si partimos de la mirada de Jesús, de sus ojos buenos, de esos que nos conocen a fondo. Hace tiempo, en la sinagoga de Nazareth, éramos nosotros los que teníamos “los ojos fijos en él”; hoy necesitamos volvernos hacia sus ojos, sabernos mirados por Él, por esa mirada tan suya de ver lo mejor en nosotros, todo lo que podemos dar. La mirada convencida y compañera del que arriesga con nosotros la bella y tan necesaria aventura de amar. Fundados en esa mirada que ve cuánto podemos dar, nos comprometemos unos a otros en el amor exigente del evangelio.
Ante la expectativa mesiánica, el pueblo humilde necesitado de Dios y las injusticias cotidianas que estos padecían, Jesús no quiere confundir a nadie. No quiere más de lo mismo ni reemplazar una violencia por otra. El camino que él asume, e invita libremente a “los que lo escuchan” a asumir, es el del amor sin reservas, hasta el extremo, que pasa por hacer el bien, bendecir, orar, compartir. Es hermoso pensar que Jesús quiere iniciar algo nuevo con nosotros, que no quiere hacernos perder el tiempo con ‘más de lo mismo’ ni mediocridades, que nos cree valiosos y con todo lo necesario para caminar la vida con Él, amando. Claro que la vara está muy alta pero no podemos excusarnos en no intentar vivir la propuesta del evangelio. Jesús es compasivo con las caídas y los límites, con los intentos fallidos por amar, lo conocemos; Él mismo no puso la otra mejilla cuando el guardia lo abofeteó sino que dijo: “Si he hablado mal, decime en qué. Y si no, ¿por qué me pegás?”. Claro que es difícil, pero poco bien hace el excusarnos de entrada en no poder, en que es difícil o imposible, y así, si no tenemos enemigos, tenemos gente por la que difícilmente podamos rezar, y que sólo genera en nosotros bronca o insultos. Hoy, en tiempos de fragmentación y de grieta, es una muy buena iniciativa, sin excusas, intentando y arriesgando amar, compartir, orar, hacer el bien, bajo la mirada compasiva de Jesús, quien comprende con amor nuestras caídas pero que ama nuestros intentos.
Que en este tiempo nos propongamos sorprender con la infrecuente iniciativa del bien gratuito. Sobre todo cuando el otro está esperando que devolvamos el mal recibido o que respondamos con más violencia. ¡Hacerlo nos libera!
La recompensa es la más grande a la que podamos aspirar: “serán hijos del Altísimo”, seremos hijas e hijos parecidos a su Papá tan bueno y compasivo con todas y todos.
La recompensa y el camino es ser hijas e hijos que marchan hermanados con Jesús, y que poco a poco van aprendiendo a vivir según los modos suyos, que son los de su Padre bueno, cuyo amor ensancha nuestros corazones para amar como Él. El salmo lo expresa bellamente: “El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia. Como un Padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles”. ¡Qué gran Padre Dios tenemos! ¡Conmueve! Si le damos lugar en nuestro corazón, Él poco a poco nos va transformando para ser más parecidos a Jesús. Esa es la recompensa y ese es el camino.
Nada de excusas ni justificaciones 'a priori'. Que mutuamente nos animemos a amar, con y como Jesús, que camina con nosotros, confiado en nuestras fuerzas, sin abandonarnos.
El evangelio reclama concretez y urgencia, iniciar algo nuevo, intentar con Jesús ser hijas e hijos. ¿Por quién debo orar? ¿Qué personas se me aparecieron al leer este evangelio? Que elijamos el camino del amor y evitemos decir, comentar, publicar, expresar, viralizar lo que no sume amor a la vida.
¿Nos animamos? Jesús nos mira con amor y nos invita a tomar la iniciativa de amar gratis haciendo lo que quisiéramos que hicieran con nosotros.
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...cuando se vean rechazados por la sociedad, sapan que Dios los acoge; cuando nadie les perdone su indignidad, sientan el perdón inagotable de Dios. No lo merecen. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón.

Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura.

"La familia es el primer espacio de contención, de escucha, de ternura. Es allí donde aprendemos a compartir, a cuidar, a resistir juntos",

Para vivir de manera agradecida es necesario reconocer la vida como buena; mirar el mundo con amor y simpatía; limpiar la mirada cargada de negativismo, pesimismo o indiferencia para apreciar lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las personas y en las cosas.

...nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y nuestros corazones.

Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

...nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y nuestros corazones.

Para vivir de manera agradecida es necesario reconocer la vida como buena; mirar el mundo con amor y simpatía; limpiar la mirada cargada de negativismo, pesimismo o indiferencia para apreciar lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las personas y en las cosas.

"La familia es el primer espacio de contención, de escucha, de ternura. Es allí donde aprendemos a compartir, a cuidar, a resistir juntos",

Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura.

...cuando se vean rechazados por la sociedad, sapan que Dios los acoge; cuando nadie les perdone su indignidad, sientan el perdón inagotable de Dios. No lo merecen. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón.