La experiencia profunda de Dios busca ser compartida.

Si gustamos de su presencia, sea en la oración, en la misión, en un grupo, en una comunidad, en el monte de la transfiguración; buscamos que los demás participen de esa misma experiencia transformante.

General - Comunidades Eclesiales13/03/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Oracion y entrega

Así como el primer domingo de cuaresma siempre leemos las tentaciones; cada año, el segundo, leemos el evangelio de la transfiguración. De esta manera, la liturgia cuaresmal nos hace pregustar la Pascua en los dos primeros domingos.

“Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras...”. En este tiempo en el que intentamos rezar un poco más, dedicar mas tiempo al encuentro profundo con el Señor, qué bueno es que podamos señalar algunas pistas que nos ayuden. Contemplando a Jesús hoy, podemos decir:

Jesús necesita orar, escuchar a su Abbá bueno, saberse sostenido por el Padre, confirmado en la misión, preguntarle, darle lugar. Para eso hoy sube a la montaña. Acababa de anunciar la cruz.

¡Qué importantes son los lugares! Claro que uno puede entrar en intimidad con Dios en cualquier lugar, pero también es bueno contar con un espacio que me ayude, un altarcito, un mantelito, un paisaje, una imagen, una capilla, un espacio especial. Jesús va a la montaña, ¿cuál es mi montaña?

En el evangelio de hoy invita a sus amigos a acompañarlo a orar. La experiencia profunda de Dios busca ser compartida. Además, la oración no queda sólo en el interior, se nota, se trasluce en el rostro, en las manos, en la palabra; da fruto. ¡Cuántas personas conocemos que gracias a su fe y oración atraviesan tormentas, enfermedades, incluso la muerte, sabiéndose sostenidas! ¡Cuánto bien nos hacen!

Si miramos a los discípulos, seguramente podemos encontrarnos en ellos. La oración tiene mucho de unirse a la experiencia orante de Jesús, sabernos habitados por Dios en lo más verdadero nuestro. Sentir que, con Jesús, estamos en Dios, en otra atmósfera, en una nube de presencia. Dios se abaja en Jesús para abrazarnos. En el Hijo nos habla y nos invita a escuchar y seguir. ¿Lo escucho?, ¿lo contemplo? También hay mucho de no entender, de callar, de hacer silencio, de contemplar, de estar con Él. Porque en definitiva, orar cuesta, nos distraemos, nos agarra sueño, temor, queremos que pase rápido. Los discípulos también sufrieron miedo, sueño. Podemos juzgarlos que no entienden, se cierran, les cuesta abrazar el mensaje de Jesús, se duermen, temen; como nosotros. Sin embargo están con Él, siguen a su lado. ¡Eso es hermoso! Lo amaban, no lo podían abandonar. Jesús ejercía hacia ellos una fuerza irresistible, la del amor, y a pesar de todo, siguen con Él. No están con Él por convencimiento, porque quieren darlo todo. Todo lo contrario. Sin entender mucho, incluso queriendo evitar la cruz -de Jesús y suyas- están con Él porque lo aman. Ojalá nosotros también perseveremos así, por amor.

“Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. La oración lleva inmediatamente a la vida entregada, no nos deja en la nube, aislados, sino que busca que bajemos. El Padre pronuncia su voz para nosotros confirmando a Jesús, su existencia, su huella y su mensaje de vida entregada y feliz. Porque Jesús, acababa de anunciar por primera vez la pasión (v. 22). Es más, no solo la suya, sino que todo el que pretenda ser su discípulo deberá cargar la propia cruz y seguirlo (vv.23-27). Ese mensaje de vida plena es el que hay que oír; el Padre nos lo dice. Ese rostro transfigurado por la fuerza de Dios es el que hay que contemplar; allí nos ama el Padre. En Jesús encuentra cumplimiento la oración del salmo. Él es el rostro bueno de Dios cuya gloria es la vida plena del hombre, por la cual Él va a darlo todo en la cruz.

De allí la presencia de Moisés y Elías, dialogando con Él sobre lo que iba a sucederle en Jerusalén. Jesús no se opone a la Escritura, está en continuidad con toda la historia salvífica de Israel, contenida en la Ley y los Profetas. El Dios liberador, que acompaña cotidianamente al pueblo, llega al culmen del amor liberador en Jesús de Nazaret. De hecho el término que utilizan es “éxodo”; hablaban de la partida (“éxodo”) de Jesús. En nuestro camino hacia la Pascua, qué importantes son la oración y la entrega en el servicio por amor. Es nuestro éxodo, salida de nosotros mismos hacia Dios y los más necesitados, nuestra tierra prometida.

“Pedro dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!”, con la propuesta de hacer tres carpas para permanecer en la gloria, sin bajar, sin la cruz, sin el resto. Es la gran tentación de Pedro, de los demás y de todo discípulo. Quedarnos en la gloria. Seguir a Jesús resucitado pero sin pasar por la vida entregada ni la cruz cotidiana. Querer celebrar la resurrección sin pasar por el viernes santo. Ansiar la fecundidad de la misión pero sin embarrarnos los pies en las periferias. Dar fruto de vida abundante sin pasar serenamente el invierno de la prueba. Querer acompañar experiencias de plenitud y alegría sin comprometernos con la vida frágil de hospital. Preferir la comodidad del centro antes que la vida sufrida de las periferias. Servir y ayudar pero en lo que no me incomode mucho. Además, todo esto, olvidándose del resto, de los compañeros de camino, los demás discípulos. La experiencia profunda de Dios busca ser compartida. Si gustamos de su presencia, sea en la oración, en la misión, en un grupo, en una comunidad, en el monte de la transfiguración; buscamos que los demás participen de esa misma experiencia transformante. No me quedo desentendido del resto sino que bajo y lucho para que los demás vivan la Vida plena; aunque eso conlleve sacrificio y cruz. Que seamos una Iglesia al estilo de Jesús, profundamente habitada por el Espíritu, y encarnada en las heridas de la historia, luchando día a día para resucitar en ellas y con ellas.

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