
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Mensaje de Pascua de los obispos de Santiago del Estero: monseñor Vicente Bokalic CM (Santiago del Estero) monseñor José Luis Corral (Añatuya), monseñor Enrique Martínez Ossola (auxiliar de Santiago del Estero).
General - Comunidades Eclesiales17/04/2022 Magis Comunicación“Descubrimos al resucitado en los signos de vida presente entre nosotros”
En esta Pascua queremos acercarnos a cada comunidad de las Diócesis de Santiago del Estero y de Añatuya, a cada hermano y hermana, para saludarle cordialmente y compartir la alegría del anuncio que Cristo ha Resucitado.
Sabemos que vivimos, como país y como provincia, situaciones difíciles tras la pandemia. La crisis económica se manifiesta en mayor pobreza, menos oportunidades de trabajo, disminución en el acceso a los bienes y servicios de primera necesidad que garantizan una vida digna, etc.
También reconocemos heridas que afectan al tejido social, relaciones contaminadas por el egoísmo, la avaricia o por la agresividad que nos enfrenta y divide, la insuficiencia de propuestas superadoras de nuestros dirigentes y múltiples causas que conducen al detrimento moral y espiritual de nuestro pueblo.
Todo ello también nos interpela como Iglesia en nuestro modo de estar presente, en nuestro acompañamiento y en nuestras respuestas que no siempre son adecuadas y acordes al espíritu evangélico. Jesús sigue prolongando su Pasión. Sigue siendo crucificado en las personas que pasan hambre cada día, en las víctimas de las guerras, que padecen todo tipo de crueldad y atrocidades, en los que están sujetos a condiciones indignas de vida y de trabajo, en los que son marginados y discriminados, en los que padecen las injusticias y la violencia.
Justamente, al besar la Cruz del Señor expresamos que pretendemos asumir todas las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que nosotros hemos provocado, para ser sanados, para comprometernos a poner todo lo mejor a fin de transformarlas, para que de ese dolor transfigurado brote la redención y salvación que Cristo nos ofrece.
Celebrar la Pasión y la Resurrección del Señor como creyentes es confesar la convicción de que el mal, las tinieblas y la muerte no tienen el dominio definitivo. Descubrimos con certeza que acogiendo la ofrenda de Cristo en la Cruz al expirar, cuando entrega su vida por nosotros, nos hace respirar y revivir desde el amor; nos permite experimentar el poder y la dulzura de la Resurrección y nos deja entrar en su dinamismo que se revela como alegría y fuerza para la vida nueva.
En cada victoria de la justicia, de la solidaridad, de la comunión, resucitamos al amor. También entre nosotros somos capaces de reconocer signos de vida y esperanza, signos que nos convocan a celebrar la Resurrección y a ser sus testigos.
Queremos reconocer, visibilizar y agradecer tantos signos de vida que hay en nuestras comunidades, en nuestras diócesis, en las ciudades y en el campo, son rostros y rastros de Cristo Resucitado entre nosotros. Al mismo tiempo nos motiva como “resucitados” a trabajar por la vida plena de las personas que sufren, las marginadas, las descartadas de la sociedad, las abandonadas a su propia suerte, las que padecen el olvido de tantos... Un signo innegable de vida es la propia vida de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos que, en las pequeñas y simples cosas, en los detalles cotidianos, manifiestan el amor a Dios y el amor a los demás con fidelidad, alegría y generosidad de modo silencioso y concreto.
Entre muchos otros signos, destacamos el trabajo de Cáritas y otros grupos u organismos de asistencia y promoción de los más pobres y abandonados, que están sirviendo desde hace mucho tiempo y se potenciaron en el tiempo de la pandemia de una manera muy especial hasta arriesgando su vida.
También se multiplican los grupos que se organizan para atender el mundo de las adicciones. En las ciudades, en nuestros pueblos, en la zona rural, en cada rincón de nuestro provincia, se abren espacios para acoger a los jóvenes que son víctimas de este flagelo. En ese acoger, los acompañan, le brindan su atención, se les posibilita recursos terapéuticos o de otro tipo para cuidar esa vida vulnerable, frágil y amenazada.
Constatamos que muchos voluntarios están trabajando en el rescate de tantos niños, adolescentes y jóvenes que han dejado o han quedado fuera del sistema educativo. Se van reproduciendo lugares donde se brinda apoyo escolar para que puedan reintegrarse, como así también para tratar de que tengan mayores oportunidades en su formación, con equidad y calidad educativa.
Existen muchas iniciativas de cercanía y ayuda al sufrimiento de la mujer, postergada y tantas veces víctima de violencia y de todo tipo de abusos. De la misma manera la atención de niños, adolescentes y jóvenes en diferentes situaciones de crisis y dificultades, asi como voluntarios en merenderos, comedores, talleres, huertas, espacios recreativos, deportivos y artísticos.
Es hermoso resaltar la presencia de tanta gente de nuestras comunidades que prestan servicios como catequistas, celebradores, animadores, que a menudo, con pocos medios, pero con mucha creatividad y corazón llevan la Palabra de Dios a los hermanos y hermanas, misionando, catequizando y convocando al encuentro para la celebración y la oración.
Siempre presentes en el lugar del dolor y del sufrimiento, sosteniendo en la enfermedad y consolando en la muerte de seres queridos. Valoramos la centralidad que va recobrando la Palabra de Dios y la oración en nuestras comunidades, lugares y espacios de presencia del Señor y de encuentro, de sanación y de reconciliación, de búsqueda compartida de la voluntad de Dios para nuestro tiempo.
Cabe reconocer, que nos vamos involucrando e integrando al camino sinodal al que nos convoca la Iglesia y que estamos recorriendo. Actualmente se perciben muchos gérmenes de vida y renovación para los vínculos, procesos y acciones eclesiales que nos señalan un estilo de vida que el Espíritu Santo quiere imprimirnos.
El Señor Resucitado como con los discípulos de Emaús camina con nosotros; nos escucha cuando desahogamos nuestras frustraciones, decepciones, fracasos, vacíos; percibe nuestros sentimientos de tristeza y abatimiento, desolación e incredulidad. Pero poco a poco, en medio de tantas sombras y desilusiones, nos vuelve a iluminar la razón con su luz y a encender el corazón con su amor donde lo descubrimos como el centro y sentido de nuestras vidas. Que la Pascua del Señor de este año nos ayude a contemplar al Crucificado pero abiertos para recibir el anuncio de la presencia del Viviente y el comienzo de un nuevo amanecer.
Que el encuentro con el Resucitado nos colme de alegría y esperanza, nos entreguemos más plenamente a Él con fe ardiente y con corazón amante. Así viviremos con nuevas fuerzas el compromiso de nuestro bautismo para salir al encuentro de los hermanos perseverando en el camino de hacer el bien y estimulados a anunciar con entusiasmo el Evangelio siempre y en todo lugar. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",