Jesús sabe bien que la única manera de amar a Dios es amándonos entre nosotros

Amandonos unos a otros, de ese modo, caminaremos la vida como discípulos suyos, habitados de su amor y su entrega, peregrinos de su huella: “en esto reconocerán que son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”.

General - Comunidades Eclesiales15/05/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Peregrinos

Este domingo nos encontramos con Jesús en la última cena, a horas de su pasión y muerte en cruz. En ese contexto, como palabras definitivas, imborrables, esas que uno quisiera que quedaran para siempre, Él pide a los suyos, casi suplicando: “Así como yo los he amado, ámense”. ¡Qué bueno pensarnos nosotros desde lo definitivo, desde las últimas palabras! Si hoy me confirman que me queda poco tiempo, ¿Cómo haría esto que estoy haciendo? ¿Qué diría y a quién? Es fuerte, pero no tengo asegurado ningún día de mi vida, ¡Qué importante vivir la vida, dando eternidad a cada gesto, a cada palabra, como si fuesen las últimas.

Jesús nos invita a amarnos como Él nos amó. Por lo tanto, como discípulos debemos hacer memoria de su huella amorosa, de su amor por nosotros. Tenemos que sumergirnos en el evangelio y caminar con Él Galilea para aprender de sus modos y sus detalles, de su trato tierno, cercano, dignificante para con todos y todas. No nos quedemos en la respuesta rápida de: ‘nos amó dando su vida por nosotros... nos amó muriendo en la cruz’; animémonos a caminar con Él y descubrir en cada detalle su manera profunda de amar, ya que el darnos su vida fue consecuencia de su huella, su vivir.

Si Jesús es la medida del amor y debemos amar “como” Él, ¿qué lugar le doy a la Palabra para caminar sus pasos, para aprender su manera de ser? Pero además de la medida, del modelo; Jesús también es la fuente del amor: ese amor que se origina en el Padre y que se desparrama en el Hijo para todas las personas. El “cómo”, por tanto, no es sólo modélico, para imitar; tiene también un sentido causal: ‘ámense porque yo los amé’, ámense a la manera de mi amor, ese que conocieron, que caminaron, en el que se embarcaron al seguirme. Es su amor trinitario el que nos capacita para amar a su manera. Por lo tanto, siempre tenemos que volver a Jesús.

Por eso Jesús nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo”, no sólo haciendo referencia a lo moral, al mandato que nos deja, que nos da para que lo cumplamos; sino también lo fundante, lo existencial, lo teológico: “Él nos da su amor”, Él pone en nosotros esa manera de amar, nos llena interiormente de su Vida comprometidamente amorosa para poder amar como Él. Somos vasijas de barro frágil pero habitadas de un tesoro invalorable, porque Jesús pone en nosotros su amor. Si recordamos el domingo pasado, su vida está en nosotros: “Yo les doy vida eterna... no  perecerán”, es su vida la que latimos, su Espíritu amoroso el que respiramos, para así compartir nuestra vida en abrazos, gestos, solidaridad, fiesta. En cada gesto amoroso está Jesús que nos da su Vida, su amor, que nunca nos deja de brazos cruzados, que siempre va por más, que reclama ser compartido en más amor, como Él. Hay que amar como Él y porque Él nos amó. Dejar que el amor sembrado y floreciente que habita nuestro corazón se desparrame en las personas que caminan conmigo y en todas aquellas con las que me toque encontrarme; que ese amor me haga comprometidamente cuidadoso de la creación; que ese amor lleno de rostros sea presentado, ofrecido, elevado cotidianamente en oración a Aquel que es el amor en persona. Su amor depositado en nuestros corazones nos hermana y eleva hacia Sí, ¡Qué grandioso misterio!

De ese modo, caminaremos la vida como discípulos suyos, habitados de su amor y su entrega, peregrinos de su huella: “en esto reconocerán que son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. El amor siempre es nuevo, siempre es creador, siempre es novedad, comprometidamente sorprendente. La novedad de este mandamiento está en una nueva comprensión. Jesús nos pide que nos amemos nosotros, que nos comprometamos hermanos. Si recordamos el primer mandamiento: “Amarás al Señor, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas...”; nos interpelará más esta novedad. Jesús sabe bien que la única manera de amar a Dios es amándonos entre nosotros, de hecho los que pretendían acabar con Él, lo hacían, de alguna manera, por amor a Dios. Por eso, en el mandamiento nuevo de Jesús, Dios no aparece como destinatario inmediato de nuestro amor. Su amor está en nuestros corazones y debe ser compartido entre nosotros. A fin de cuentas, si Jesús caminó su vida hablándonos de su Abbá bueno, su Dios Padre-Madre; si nosotros entramos en relación con ese Dios Papá-Mamá, el de Jesús, entenderemos que amándonos es como lo amamos. Es propio de Madre desear y padecer con tal que sus hijos vivan unidos, no se peleen, no estén distanciados. ¡Seamos discípulos de Jesús, hijos del Padre y hermanos entre nosotros! Es la mejor manera de amar a Dios, de darle "Gloria". Pero busquemos la manera creativamente amorosa de serlo más. Pensar en quién estoy dejando de lado, con quién debería tomar la iniciativa, a qué personas no estamos llegando desde nuestra pastoral, qué hermano mío todavía no me experimentó hermano suyo.

Ayúdanos Jesús a ser tus discípulos, compartiendo tu amor que nos habita y plenifica.

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