Estamos habitados por Dios, que quiere ensanchar los límites mezquinos de nuestro corazón

Guiados por su Vida que nos habita, debemos alentar la búsqueda y la realización de las personas que caminan con nosotros, no para retenerlas sino para que puedan dar lo más genuino que tienen

General - Comunidades Eclesiales22/05/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Habitados por Dios

Escuchamos en la lectura del libro del Apocalipsis: “No vi ningún templo en la ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero”; ese mismo templo es el que nos viene a llenar. Porque en el Evangelio escuchamos: “iremos a él y habitaremos en él”. El Emanuel, Dios con nosotros, a partir de la entrega de Jesús en la cruz, y el nacimiento de la Iglesia, por la Vida del Espíritu; se hace Dios en nosotros. Por eso no hay Templo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo resucitado, somos nosotros Templo, sagrados. Estamos habitados por el mismísimo Dios que, lejos de anularnos, hace que cada uno dé lo mejor que tiene, sea más aquello que está llamado a ser. Dios levanta su carpa en nuestro interior. Ama morar en nosotros. Estamos llenos de su presencia que pacifica nuestro interior. Porque justamente el que anuncia el don de la Paz no era alguien que estaba tranquilo o sereno, con la vida resuelta; sino alguien que respiraba una angustia de muerte, acongojado, pero se sabía lleno de su Abbá que lo sostenía. Nosotros también, estamos habitados por Dios que quiere sanar lo que tenemos herido; arreglar nuestras averías y grietas; iluminar los rincones más oscuros con su luz; ensanchar los límites mezquinos de nuestro corazón para experimentar sus sentimientos, sus opciones, sus preferencias. Porque si le damos lugar al Dios que nos habita, eso se nota: tenemos compasión por los más pobres, sus predilectos, aquellos con los que Él se juntaba y amaba pasar tiempo; cambiamos nuestra manera de ver a los demás, los marginados, los despreciados, buscando hacer algo para que estén mejor. Él corazón dilatado hace que entendamos a las personas que antes nos caían mal; comenzamos a amarlas, como Él.

Dios nos habita, quiere que le demos lugar, plenificarnos, darnos su Vida. No importa cómo nos encontremos, Él viene igual. Pero, así como cuando recibimos visita, queremos dar lo mejor; también queremos preparar nuestro corazón para darle lo más genuino nuestro, estar de la mejor manera. ¿Qué lugar le doy a la Vida de Dios que me habita? ¿Qué espacios dedico a la oración con Él, a los sacramentos? ¿Qué lugares oscuros para mí quisiera que Él ilumine con su luz y su Paz? ¿Se nota semejante Huésped en mis pobres gestos?

“el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”. Jesús no iba a estar más con los suyos, le quedaba poco. Pero en el plan de salvación, el  Espíritu Santo continuará animando la misión de la incipiente Iglesia, para revelar la verdad completa, para ayudar a interpretar el caminar de Jesús, para pasar la vida como Él. Cada uno de nosotros, somos habitados por la misma Vida de Dios, por el Amor creador compartido por el Padre y el Hijo, que nos empuja a la misión, a la unidad, a vivir al modo del Nazareno. El Espíritu de Dios, cuya fiesta celebraremos en dos semanas, crea, a través de nuestra libertad, realidades nuevas, definitivas, de reino. Somos tan privilegiados como los apóstoles al ser enseñados por el Espíritu Santo, quien nos recuerda que en Jesús tenemos vida en abundancia. Todas las generaciones vamos ahondando cada vez más en lo que dijo Jesús gracias a la acción pedagógica e iluminadora del Espíritu, que enseña y recuerda. A medida que nos dejamos guiar por Él, vamos comprendiendo realidades nuevas y vamos profundizando en el misterio dinámico del Dios con nosotros, Dios en nosotros, respondiendo así a los desafíos de nuestro tiempo. Por eso “nos recordará lo dicho”, para aprender, desde la Palabra de Jesús, cómo ser fieles a nuestra hora, cómo dejarnos conducir a la vida más feliz por el Espíritu.

“Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre”. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos hace amar como Él en lo concreto, en el cumplimiento fiel de su palabra. Jesús les habla a sus discípulos de amar su proyecto, su entrega, su regreso al Padre y el envío del Espíritu Santo. A estos discípulos que, seguramente como nosotros, hubieran querido retener a Jesús, les habla de un amor que no es posesivo, sofocante, dependiente; sino un amor que respeta la felicidad y la realización de la persona amada, el plan de Dios para ella; amando lo más sagrado del otro: su ser misión, su entrega, su ser en salida -hacia Dios y los demás-, su vida dada, ofrecida; su ser pan, trigo, viento y fuego; su pasar haciendo el bien, pero también el modo propio de seguimiento que sólo ellos podían ofrecer a los demás, el protagonismo de cada uno en la misión, la hora de ellos. Todas y todos caminamos hacia Dios y tenemos que pasar la vida dejando huella. Nuestra misión será encontrar cuál es ese lugar nuestro, decisivo para nosotros y para otras personas, por el que tenemos que transitar para llegar a Dios. Guiados por su Vida  que nos habita, debemos alentar la búsqueda y la realización de las personas que caminan con nosotros, no para retenerlas sino para que puedan dar lo más genuino que tienen, eso que Dios puso en su corazón, como don para los demás. Pienso también aquí, cuando nos toca despedirnos de algún ser querido, cercano a partir. Es que vamos todos hacia Dios, en Él nos encontraremos todos. Hacia allá vamos. Pidamos en este domingo poder amar como Dios, darle lugar al Espíritu que mora en nosotros para que nos ayude a parecernos más a Jesús, y, sobre todo que se nos note.

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