
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"Que en este Pentecostés nos propongamos ser más comunidad, que ayudemos a crear comunión en nuestros entornos; que nos desafiemos a acercarnos a las periferias existenciales, para escucharlos y aprender a hablar nuevas lenguas"
General - Comunidades Eclesiales05/06/2022Estamos celebrando el domingo de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo. Me llama la atención cuantas referencias a la comunicación hay en todas las lecturas. Las expresiones, “lenguas como de fuego”, “comenzaron a hablar”, “proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”, “decir: Jesús es el Señor”, “les dijo”; evidencian que el Espíritu Santo mueve necesariamente a la comunidad, al testimonio, a contar y cantar que Dios camina con nosotros, a anunciar hasta los confines las maravillas de Dios. La presencia del Espíritu se nota, hace “ruido”, provoca admiración, pregunta, perpleja, dan ganas de acercarse: “se congregó la multitud y se llenó de asombro”, decía la primera lectura. Pidamos ser comunidades expertas en comunicación. Que respiremos hondo la presencia del Espíritu en nosotros, que nos envía a encender corazones con su fuego, transformando multitudes curiosas en comunidades testigos. La misión es “gritar las maravillas de Dios” en todas las lenguas. ¿Qué lenguaje me está costando hablar? ¿A qué periferia o confín no estoy llegando? La presencia del Espíritu Santo en nosotros, hace que la gente se nos acerque, por el ruido a fiesta y evangelio o porque nos experimentan ‘casa’; pero también empuja a que nosotros nos acerquemos a los confines de las naciones, a las periferias existenciales. La cercanía es clave para poder hablar otros idiomas, lenguajes, silencios. Pienso en el lenguaje juvenil, del mundo de la cultura, en las distintas culturas de nuestros barrios, los países limítrofes, los silencios de los que no tienen voz, la paciencia con quien quiere expresárseme. Para poder hablar sus lenguas, antes debo acercarme sin prisa a escucharlos.
La vida incontenible de Dios en el corazón de los discípulos hizo que cada uno de ellos sea fiel a su ser más genuino, a su llamado por el Maestro, a la comunidad Iglesia que comenzaba a caminar renovada por la Pascua; incluso hasta dar la vida. Quizá hoy no experimentemos la persecución ni el martirio; pero debemos vivir el anuncio como los primeros discípulos: una cuestión en la que se juega la vida, en la que se da todo, en la que permanentemente tenemos que luchar contra las tentaciones de apoltronarnos.
En el evangelio, Jesús envía y sopla sobre ellos, los ‘crea’ discípulos. Así como Dios sopla sobre el primer hombre aliento de vida, Jesús sopla el miedo de sus discípulos para enviarlos a continuar su misión y la del Padre. El salmo nos ayuda también: “si le quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados y renuevas... la tierra”. El Espíritu Santo tiene implicancias vitales para todos nosotros, para nuestras comunidades y vínculos, para la creación entera y su cuidado. Pero negarnos a respirar su aliento, anteponer reparos para que su viento fresco no sople en nuestras tibias y embotadas atmósferas evangelio, vivir empapados de comodidades para que su fuego no nos encienda, acomodarnos resignadamente en nuestro barro sucio por no animarnos a volar; todo eso provoca en nosotros, y a nuestro alrededor, muerte; muerte de nuestro ser misión, de nuestra identidad de llamados a amar a pesar de los límites. El Espíritu provocó que los discípulos sean tales, cuando el encierro era lo más aconsejable para una vida cómoda, para salvarse a sí mismos, para vivir indiferentes al afuera; cuando habían sido discípulos del que lo dio todo, del que no se bajó de la cruz para salvarse, del que se conmovía por el dolor de su gente. La misión es esencial para la vida en abundancia, la de nuestro pueblo pero también la nuestra personal. ¿O acaso las experiencias de Dios no nos dejan felices y plenos? ¿No te acordás de la última misión que hiciste y cuán bendecido y lleno volviste? Cáritas, grupos juveniles, vigilias, fin de semana en la comunidad, semana santa, adoraciones, fiestas patronales, peregrinaciones, y tantas experiencias más que nos llenan de vida, la de Dios en nosotros.
En este Pentecostés dejémonos soplar por Jesús; renová tu llamado a ser discípulo, encendete con su buena noticia y respirá hondo su aliento de la Vida más feliz. No mires para otro lado, Él cuenta con vos para crear situaciones inéditas, de vida más digna; para acercarte y oír las lenguas nuevas que tenemos que aprender para poder anunciarlo, para testimoniar lo feliz que sos cuando volvés de compartir su presencia en la vida de la comunidad. “Jesús poniéndose en medio de ellos les dijo: la paz esté con ustedes”. Él quiere estar en el centro de nuestras comunidades, nuestras vidas y nuestras cosas, porque nos ama; desea estar en medio de nuestros encierros para lanzarnos a ser felices con otros; busca pacificarnos, quiere soplarnos su aliento de vida para continuar su mismísima misión, no una nueva ni distinta, sino la eternamente nueva, que viene de Dios, la que gustamos caminando en Galilea con Él, “como el Padre me envió yo los envío...”. Es la misma misión de Jesús, por eso lo necesitamos en medio de nuestro trabajo, nuestro estudio, nuestra enfermedad, nuestros encierros. Las llagas son garantía de felicidad y sentido, de que vale la pena jugarse, de que toda entrega y toda cruz, terminan en vida y pascua; de que amar es el camino, y eso nos da una “paz” inconfundible y duradera.
Que en este Pentecostés nos propongamos ser más comunidad, que ayudemos a crear comunión en nuestros entornos; que nos desafiemos a acercarnos a las periferias existenciales que no estamos llegando, para escucharlos y aprender a hablar nuevas lenguas, esas que no estamos entendiendo por lejanía; y que le demos a Jesús el centro de nuestras vidas para que nos sople su Vida resucitada; y, sobre todo, que esa Vida de Dios que nos habita se nos note, haga ruido.
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El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
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Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
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“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",
Actualizaste y tradujiste el Evangelio de nuestro Señor al lenguaje de los nuevos tiempos.
hay adhesiones a Cristo, firmes, seguras y absolutas, que, vacías de amor, no capacitan para cuidar y guiar a los seguidores de Jesús.