Hablenle como a un amigo, con la misma confianza que lo hacen conmigo’

La oración, es en todo tiempo y lugar, y consiste en desear adentrarse en la experiencia fundante de Jesús, en ese diálogo amoroso y cercano con su Padre. 

General - Comunidades Eclesiales24/07/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
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Si hacemos una mirada del camino recorrido en este ascenso a Jerusalén con Jesús, si revisamos nuestra mochila de enseñanzas, veremos la importancia del hacernos prójimos de los heridos del camino; del sentarnos a los pies de Jesús para escuchar su palabra, y desde allí salir a servir; y hoy, la importancia de orar, de hacer parte al Padre bueno de nuestras preocupaciones, de hablarle como amigo con sencillez, cercanía e insistencia, para que su Espíritu nos ayude.

“Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. ¡Cuántas imprecisiones! No se nos dice cuándo ni a raíz de qué. En otros pasajes, Lucas expresa que ante algún hecho de vital importancia, Jesús ora. En cambio, en el evangelio que nos convoca hoy, sólo dice “un día”. Tampoco se nos dice el lugar, cuando hubiera sido muy fácil precisarlo, un monte, a orillas del lago, en la sinagoga. No se nos dice el nombre del discípulo que ruega a Jesús aprender su modo de encontrarse con el Padre, su oración, ¿habrá sido uno de los doce, una discípula?. Como que lo importante se concentra en la actitud orante de Jesús, y en el deseo del discípulo anónimo de aprender a orar. La oración no está encerrada en ningún recinto ni hay un tiempo específico. Ésta es en todo tiempo y lugar, y consiste en desear adentrarse en la experiencia fundante de Jesús, en ese diálogo amoroso y cercano con su Padre. 

¿Cómo rezamos nosotros? ¿Deseamos encontrarnos con el Padre bueno, con Jesús? ¿Dejamos lugar al Espíritu, para que pronuncie en lo profundo del corazón la comprometida palabra “Padre”? Sabiendo que cualquier tiempo es propicio, ¿Qué tiempo dedico a ‘matear’ con Dios? A veces el vértigo del día a día nos hace andar a las corridas y carecer de momentos propicios; pero después vemos cuánto tiempo dedicamos a las pantallas (celu, compu, tv, etc) y a la virtualidad, y vemos que tiempo teníamos. Conscientes que todo lugar es favorable, ¿Cómo preparo o busco un lugarcito para la oración personal?

“que venga tu Reino”, es lo que pedimos en cada Padre nuestro (como dice Mateo; en Lucas, sólo Padre). El Reino vino, se hizo presente, visitó nuestros ranchos y asumió la vida de los más pobres, en la persona de Jesús, que sigue caminando con su Iglesia; sigue adentrándose en vidas ‘rotas’ para transformarlas, sanarlas, acompañarlas. Cuando pedimos que venga el Reino hay mucho compromiso de parte nuestra, porque el Reino vino y viene en Jesús, y en sus discípulos cada vez que intentamos seguirlo con fidelidad. Al decirle al Padre bueno cada día, ‘ayudanos, apuráte a reinar’, también nos comprometemos nosotros a hacer más visible y cercano este Reino, siguiendo las huellas de Jesús de Nazaret. Porque Dios no sueña otro Reino que el iniciado por su Hijo amado, nuestro Hermano y Maestro, y que se va realizando en cada abrazo, gesto, palabra cercana y dignificante, puerta abierta y mesa que hermana; cuando nos hacemos cargo de la vida de los más heridos; cuando nos comprometemos a fondo en hacer realidad el sueño de Dios: que vivamos más hermanos y felices. Por eso la respuesta a nuestra oración es el Espíritu que nos ayuda a caminar al modo de Jesús. Así termina el evangelio de hoy: “el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”, quién nos ayudará en la misión comprometida de seguir a Jesús y dar la vida. 

“Amigo” aparece cuatro veces en la parábola que es relativamente breve, que trata de la oración insistente. Nuestra oración tiene que ser una profunda relación amistosa con Dios. Teresa de Jesús, maestra cercana de oración, nos lo confirma con mucha mayor sencillez: “oración es tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Con esa certeza fundante, que nos trasmite esta santa y maestra de amistad con Jesús; en el evangelio vemos un amigo en problemas, en apuros, que inesperadamente se encontró con la visita de otro amigo; no se le ocurre otra cosa que recurrir a su amigo, insistirle con esos derechos que da la amistad. La oración que nos propone Jesús, es insistente porque es amiga, porque la amistad da esos permisos, como diciéndole en la parábola a sus discípulos: ‘cuéntenle a mi Padre lo que les duele, lo que los afecta; haganlo parte de sus apuros e incomodidades, de esos amigos que llegan a la hora inesperada, de lo que les preocupa. Así lo hago yo cada vez que siento que su Reino no es abrazado. Pero hablenle como a un amigo, con la misma confianza que lo hacen conmigo’. La respuesta del Padre, ya lo dijimos, es el Espíritu Santo. No es vencer la pulseada a Dios por medio de la oración; Él sabe bien lo que necesitamos. Es respirar el Espíritu de Jesús para poder entregarnos cada día en lo que nos toca, como Jesús en Getsemaní que oró con gritos y lágrimas. Y volviendo a Teresa y a su amigo Jesús, si la oración es tratar de amistad, podemos pensar también que Jesús es ese amigo insistente, que insiste e insiste, que desoye cualquier excusa que le presentemos, por más legítima que sea, con tal que le abramos la puerta y le compartamos nuestros panes para alimentar a sus otros amigos, esos que llegan inoportunos, sin horarios, heridos de mil modos, buscando alimentarse de nuestra samaritanidad, afectados por la nocturna indiferencia que nos hace desconocernos hermanos; buscando abrigo, mesa, encuentro, abrazo y cercanía, a veces de la peor forma, porque no aprendieron otras; rechazados por mil puertas, tentados siempre a bajar los brazos o a volver a la oscuridad. Pidamos una oración que, por ser amiga, es insistente y comprometida. Amiga de Jesús y de los más heridos, sus preferidos; oración comprometidamente hija del Padre.

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