
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Jesús quiere entrar en intimidad con nosotros, conocernos, ser parte de nuestras cosas, de nuestra cotidianidad, de nuestra historia con sus luces y sombras, y nuestro día a día.
General - Comunidades Eclesiales30/10/2022“Él (Zaqueo) quería ver quién era Jesús”. Zaqueo tenía un deseo intenso, buscaba ver quién es Jesús, quién es este Maestro itinerante, de corazón grande y libre, del cual todos hablan, y en cuya mesa todos tienen lugar. ¿Será que él también?
Rezando con el texto, se me vino en mente la sabiduría profunda y cercana de Jesús al anunciarnos, en la parábola del sembrador, que el Reino es semilla. Porque desde esa imagen podemos acercarnos bien al evangelio de hoy. Porque la semilla del Reino que crecía en el interior buscador de Zaqueo también estaba sofocada por las riquezas, las preocupaciones del mundo, la ambición. Lucas nos dice que era muy rico, y nosotros, con el evangelista, sabemos que la riqueza material no sacia, sino que crea un vacío sin fondo cada vez mayor en las personas, además de ser causa de la pobreza de otros.
La semilla sembrada en su corazón está acechada por lo externo, los comentarios de la gente, el qué dirán, lo llaman pecador; además Jesús está rodeado de una multitud. Imposible llegar a Él.
Los límites personales tampoco ayudan a nuestro amigo, su estatura, su indignidad debido a su profesión, los pecados y heridas que, a modo de cizaña, oprimían la semilla de Reino y libertad que se esforzaba por crecer en él; también el miedo al ridículo por verse trepado a un árbol. Sin embargo, nada de todo eso pudo contener en Zaqueo la sed de una vida más plena, había en él un deseo invencible de poder ver quién es Jesús. La semilla triunfa siempre en un corazón buscador.
Si nos miramos nosotros, también podemos rodearnos de muchas cosas pero sólo en el encuentro profundo con Jesús nuestro corazón encuentra su verdadero lugar.
También tenemos condicionamientos, complejos interiores, historias personales que nos provocan vergüenza, límites y pecados que tienden a alejarnos de Jesús.
¡Cuántas veces lo externo también nos tienta a alejarnos del camino! La gente que habla de más o no habla, la incoherencia propia, la de los demás, el grupo que no se compromete, el cura que no nos acompaña o no nos da lugar, la catequista que es mayor o muy joven; la carrera o los nuevos compromisos.
Que nada nos aleje del deseo de Jesús, de conocerlo y conocerlo más y más, de seguirlo en su Iglesia, de hacerlo cercano y presente en la realidad que nos toque cada día, y celebrarlo en la mesa de la comunidad. Que la semilla del Reino en nuestro corazón, sea como la de Zaqueo, invenciblemente poderosa y decisiva para nuestra vida más plena y la de los demás. ¡Nunca dejemos de buscar!
“lo recibió en su casa con alegría”. “Casa” aparece cuatro veces en el texto y tres en la traducción que leímos (la cuarta es la que transcribí), por lo tanto centremos nuestra atención en ella, que muchas veces, en la biblia, quiere indicar el interior de la persona, su realidad más profunda.
Jesús quiere entrar en intimidad con nosotros, conocernos, ser parte de nuestras cosas, de nuestra cotidianidad, de nuestra historia con sus luces y sombras, y nuestro día a día. La casa, de Zaqueo y nuestra, es el lugar que Jesús quiere llenar de su presencia, para transformar la vida del publicano y la nuestra, para lograr que se libere y sea más él, más libre y hermano de los demás; lo mismo que busca de nosotros. Jesús quiere entrar en nuestra vida, en nuestra casa; desea adentrarse en nuestro corazón para quedarse allí, morar en Él y ensancharlo, que es lo que le sucede a Zaqueo.
Si Jesús entra a nuestra casa, a nuestro corazón, se nota por la alegría que transmitimos o la serenidad en los momentos difíciles; por la conversión a su proyecto y el corazón más como el suyo, ancho y latiendo los dolores de la gente más herida; por querer hacer realidad el sueño de Dios de la mesa grande y la vida compartida. Todo encuentro con Jesús hace bien, nos transforma. ¿Lo dejamos entrar en nuestra casa? ¿Qué rincones de mi historia personal quiero que ilumine? Si lo dejamos entrar salimos ganando siempre.
Jesús no se deja ganar nunca en generosidad, dónde Zaqueo amagó buscar, Él lo encontró.
Zaqueo no esperaba más que un trato distante, no malo porque era Jesús, pero sí frío, debido a su oficio de publicano; Jesús es el único que lo llama por el nombre, la gente lo llama “pecador”.
Donde Zaqueo se contentaba con la gracia de verlo pasar, Jesús quiere quedarse. Pienso en los nueve leprosos que obtuvieron la gracia pero se alejaron de Él, se lo perdieron.
Zaqueo habrá soñado un saludo, o siquiera una mirada buena, aunque bien sabía en su interior que eso era imposible; Jesús lo sorprende, lo llena de alegría, quiere compartir tiempo con él.
De suceder el inconcebible encuentro del Santo con el pecador, éste hubiera querido ofrecerle una casa digna, limpia, ordenada; Jesús la quiere como esté, sin condiciones ni retraso, “hoy”.
Para Zaqueo ese día, ese “hoy”, era un día de deseo, desafío, arriesgar, búsqueda; para Jesús es el día de salvación, de mesa compartida, en el que entra para siempre en la casa del publicano.
Zaqueo, como muchas veces nosotros, “buscaba ver”; Jesús que le demos lugar, “alojarse”
Hoy Jesús entra en la vida de Zaqueo y en la nuestra. Hoy es el día de la salvación. Démosle lugar que Él hace todo en nosotros y con nosotros. Nunca se deja ganar en generosidad y siempre nos sorprende superabundándonos. La semilla, si le damos lugar, siempre triunfa en un corazón buscador.
Lecturas: /contenido/590/hoy-ha-sido-la-salvacion-de-esta-casa
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",