¡Jesús, ayudanos a convertirnos a vos, que es lo mejor que nos puede pasar!

Nuestra conversión, no es condición necesaria para el Reino sino para nosotros. Dios viene a reinar, ¡es la mejor noticia, lo mejor que nos puede pasar!,

General - Comunidades Eclesiales04/12/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Convertirnos hacia vos

En este segundo domingo de adviento, la invitación es a convertirnos. “Conviértanse porque el Reino de los Cielos está cerca”, es la predicación de Juan el Bautista en el desierto de Judea. El Bautista, solidario con su pueblo, grita en el desierto que debemos estar preparados, ‘conviértanse, cambien, ábranse a lo nuevo, prepárense, arrepiéntanse de lo malo, vuelvan, enderecen los caminos, allanen los senderos’; pero no para que el Reino llegue. La conversión es para recibirlo, el Reino ya es una realidad, “¡ha llegado!”, dice otra traducción.

Nuestra conversión, entonces, no es condición necesaria para el Reino sino para nosotros. Dios viene a reinar, ¡es la mejor noticia, lo mejor que nos puede pasar!, pero estemos preparados, a la altura de lo nuevo; no podemos seguir cómo estamos. ¡Hay que comenzar de nuevo la liberación! Por eso Juan se dirige al lugar en el que Dios se manifestó liberador de su pueblo, y al río que éste cruzó para llegar a ser libre de verdad. ¡Es la hora del imperio de Dios!

En lo personal y comunitario, iniciando la segunda semana de adviento, ¿qué actitudes debo cambiar?, ¿qué comportamientos, relaciones, vínculos, lugares que frecuento, espacios personales, debo cortar de raíz porque me alejan de Dios y de los demás?, ¿cómo me preparo?, ¿qué espacio nuevo de oración, de servicio?, ¿Qué gesto caritativo o qué iniciativa siento debo iniciar?, ¿Cómo allano el camino para recibir al que viene?

Como hay que comenzar de nuevo, hay que convertirse de verdad, Juan no admitirá mediocridades. “Produzcan fruto de una sincera conversión“. ¡No podemos seguir en la misma! Por eso se dirige a los márgenes de Jerusalén a anunciar un nuevo reino, distinto a todos los que estamos acostumbrados. Esta predicación haya eco en el corazón de muchas personas que se acercan a Juan, tienen necesidad de verdad, de un cambio de corazón, de sumergirse en las aguas de lo verdadero y nuevo, de sincera conversión; a diferencia de los escribas y saduceos, amigos de las apariencias, del fingimiento. 

Juan es un convencido, ve las cosas con claridad, las anuncia y realiza; es coherente con lo que cree. Su predicación es incómoda, preocupada por su gente, y desde allí no siente necesidad de caer bien ni ganarse amigos. Dice lo que cree, no negocia. Eso le costará luego la vida.

Contemplemos la vida austera y comprometida de Juan, ¿qué debo cambiar en mí? No nos podemos contentar con decir “Tenemos por padre a Abraham”, ‘vengo a misa siempre’, ‘soy su sacerdote, su consagrado’, ‘participo de los grupos’, ‘soy catequista’; todo eso tiene que ser expresión del corazón que intenta dar frutos, es decir algo nuevo, y no descansar en una condición pasada, conquistada, o una existencia resignadamente pasiva, externa. ¡Siempre debemos convertirnos! ¿Quiénes son para mí personas que, como Juan, me ayudan a ir a lo verdadero, a lo más genuino y necesario? ¿Ayudo valorando y potenciando lo que hay de bueno en el corazón de los demás?

La conversión a la que estamos llamados no sucedió una vez y ya está, debe ser permanente. El próximo domingo Juan mismo, en prisión, deberá convertirse, deberá cambiar su imagen de ‘el que viene’. “aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo”, dijo; pero no se imaginaba que ese poderío y su fuerza se fundaban en el servicio a los más humildes, a los más pequeños, con los que Él mismo se identificó.

Juan no se cree digno de “llevarle las sandalias”, pero el que viene, de andariego, jamás se las sacará, con tal de llegar a todos; y llegado el caso, él mismo lavará los pies a los que amó por caminar a su lado. 

Nosotros podemos convertirnos a Él porque toda su vida fue un convertirse hacia nosotros, hacia nuestros dolores y heridas para sanarnos. 

Podemos prepararle el camino porque Él mismo se hizo camino para que recorramos la Vida más verdadera y así hagamos más visible su Reino.

Para Juan, “recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible”; pero Jesús enseñó a no guardarse nada, ni aunque sean cinco panes para cinco mil, y pasó por la vida sembrando generosamente, por todos lados, sin especular una mejor producción; dando a todos la oportunidad de dar fruto y dándose sin reservarse nada, siendo Él mismo pan, alimento, trigo y semilla. 

Y lejos de quemar la paja, fue paciente con la cizaña, de tanto que amaba el trigo creciente. 

Su fuego inextinguible es su amor apasionado por el Padre y por los últimos, con tal que su Abbá bueno reine en medio nuestro y todos nos convirtamos a su amor abrasador. 

¡Jesús, ayudanos a convertirnos a vos que es lo mejor que nos puede pasar!

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