Él quiere nacer en nuestra inmundicia para hacernos nuevos

Hoy nos ha nacido el Salvador, en la extrema pobreza para que nadie se sienta indigno, y para que siempre busquemos dar lugar a tanto Dios escondido.

General - Comunidades Eclesiales25/12/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Dios encondido

¡Feliz Navidad! Hoy, en la noche más oscura, nació el Sol que todo lo renueva; “porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado”, y con Él una nueva oportunidad.

Si la noche fría del pecado quiere encerrarnos en su oscuridad, en la que el corazón se quiere salir con la suya, lejos de Dios y sin reconocer a los demás; démosle lugar a la luz del niño que nos dé su calor y encienda el corazón, para que lata hermandad y calidez; Él quiere nacer en nuestra inmundicia para hacernos nuevos.

Si estamos atravesando la noche del duelo o la enfermedad, abramos nuestro corazón a su luz que, como hace 2000 años, ilumina toda vida y toda pobreza, nos hace reconocernos peregrinos con otros y otras, comunidad. Así, la situación no desaparece o se supera, pero de seguro duele menos.

Si peregrinamos en tinieblas, como el pueblo de la primera lectura; Jesús trae luz, esperanza y palabra amiga, para volver a intentar, acompañados y sostenidos. Él camina con nosotros para siempre.

Hoy la alegría por el niño que nace es tanta, que vence al temor de intentarlo, de dar el paso, de tomar la iniciativa, de cortar con la monotonía de pastor para ir a Belén a contemplar, de apartarnos de lo que daña o no suma, con lo que aleja; porque Dios nos elige para regalarnos lo mejor en Jesús.

Hoy nos ha nacido el Salvador, en la extrema pobreza para que nadie se sienta indigno, y para que siempre busquemos dar lugar a tanto Dios escondido.

El silencio, frío y distante de la noche, es derrotado por el llanto tierno de un niño, y el Gloria de los ángeles por contemplar el encuentro. Ninguna situación, por más oscura que sea, me tiene que hacer sentir lejano a la Navidad. ¡El niño nace para todos! o, mejor dicho, desde los pobres y en los márgenes, para todas y todos.

“José, salió de Nazaret, y se dirigió a Belén con María su esposa, que estaba embarazada”. Pienso en esos jóvenes de camino y me vienen inmediatamente los versos de Félix Luna, en la Peregrinación, que tanto ayudan a rezar contemplando: “José y María, con un Dios escondido, nadie sabía”. Nadie veía en profundidad el misterio que se iba gestando en el seno de María. ¡Cuántos comentarios habrá generado esta joven pareja! ¡Cuánta indiferencia experimentaron antes del nacimiento de Jesús! Nadie sabía que allí estaba el Salvador, el Dios-con-nosotros. Ellos, por su fidelidad y valentía, merecían el más grande de los respetos y la mayor hospitalidad, porque Dios batallaba por nacer dentro de ellos; pero nadie lo sabía. ¡Cuánto para contemplar nosotros hoy!

Hoy seguimos encontrando hermanas y hermanos que caminan necesitados con un Dios escondido, y nosotros seguimos sin dar lugar, o indiferentes, o prejuzgandolos sin saber sus historias y dolores. ¡Tanto Dios a nuestro lado y nosotros continuamos negándolo! Dios camina bien cerquita nuestro, a veces en estampitas de alguna billetera pobre; otras, en tatuajes con frases o santos, también en biblias sucias de hermanos de otras confesiones, en rosarios colgados, medallitas; también en el recuerdo grato de tal o cual comunidad donde siempre se recibe a todas y a todos; pero lo más importante es que Dios vive en el corazón de sus hijos e hijas. ¡Dios nos habita a todas y a todos! Escondidamente, desde nuestro interior, busca vencer prejuicios, pecados, oscuridades, esclavitudes, adicciones, discordias, resentimientos, mezquindades. Él sigue en nuestro interior y en el de cada hermano batallando por nacer a una vida más digna, plena, libre y feliz. Nadie queda lejos ni se debe sentir indigno, del que se acercó a nuestra indignidad.

Seamos como María y José, y conscientes de sabernos invadidos por Dios, con profundo respeto sagrado de la vida de los demás, intentemos cuidar con todo el amor al Dios que quiere nacer en cada corazón herido, solitario, mezquino, esclavo. ¡Él nos habita a todos y nos quiere felices y hermanos!

Si en todas las lecturas contrasta la luz y las tinieblas, lo divino y lo humano; en el evangelio me llama profundamente la atención el movimiento, el pasar. Todo comienza con una decisión mezquina, lejana, imperial, que hace trasladarse a esa joven familia, pequeña, pobre y discípula. Esa decisión hizo ponerse en camino a José con María y Jesús. Toda la vida del Dios-con-nosotros fue pasar para hacernos mejores, más hermanos. “Él pasó haciendo el bien”. Desde niño se hizo Camino para revelarnos nuestra Verdad más profunda, la Vida hermanada desde lo que no cuenta; nos enseñó a pasar, y que nuestro paso sea una buena noticia para los que encontremos. Y el que hoy no tiene lugar, que nace en la provisoriedad de un pesebre; vivirá siempre pobre, callejero, salidor, buscando encontrar a aquellos más perdidos y rotos, sin siquiera tener lugar para reclinar la cabeza; siempre en camino hacia las periferias, sin seguridad alguna más que la de su Padre.

Pidamos a este niño, Camino, Verdad y Vida, nunca olvidar nuestros orígenes y ser siempre una Iglesia peregrina, en movimiento, en salida, que se desplace siempre buscando hacer más humana la vida de los que encuentre a su paso; que vaya siempre hacia los márgenes, donde abundan las malas noticias, donde habitan los invisibles, que la estrella de Belén y la luz del niño iluminó para siempre; sin ninguna seguridad, más que la de contar con el Emanuel.

Lecturas: /contenido/613/la-luz-de-los-hombres

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