Tenemos como compañera, Madre y amiga, a la Madre del Dios-con-nosotros

¡Gracias, María, por ser rostro de Dios para Jesús! Ayudanos a ser Iglesia fiel y discípula, que, habitada por el Espíritu de tu Hijo, refleje los rasgos buenos del rostro del Padre a aquellos que necesitan marchar a una vida más libre, feliz y hermanada. ¡Dios nos regale un bendecido 2023!

General - Comunidades Eclesiales01/01/2023Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Rostro que revela el corazón

Hay una idea profunda que me parece puede ayudar a meditar las lecturas de esta Solemnidad que, como cada año, coincide con el comienzo del año y la Jornada Mundial de la Paz: El rostro revela el corazón, éste se expresa cristalinamente en el rostro.

El Pueblo, mientras marcha en el desierto, experimenta en la contemplación del rostro del Dios peregrino y compañero, su enamorado corazón, inclinado siempre hacia sus dolores, su opresión. Israel, contemplando el rostro de Dios, va conociendo en profundidad por quiénes late su Vida y por qué causas, pero sobre todo se sabe él mismo contemplado. 

Según la bendición del libro de los Números, ésta es a través de la contemplación del rostro de YHWH, por medio de la cual se experimenta que Dios camina con nosotros buscando la liberación; se hace palabra amiga y cercana, que aconseja y cuida, mostrando sus caminos; su rostro es bendición irreversible, protección durante la travesía hacia la libertad; brillo, luz, que ilumina el camino y se refleja en el compartir solidario del pueblo; paz inconfundible que involucra a ser acrecentada para conservarla; pero sobre todo, como este Dios se quiere entremezclar con nosotros a través de una relación personal, contemplar su rostro nos hace descansar en la certeza de sabernos contemplados, protegidos, animados a más. Así el pueblo peregrino siente a su Dios.

Esta certeza histórica del Dios compañero y bendecidor, adquirió suavidad, calidez y concreción en el rostro arrugado, pequeño, bello y frágil del Dios-con-nosotros, la mejor Palabra que el Padre tenía reservada en la plenitud de los tiempos, su buena noticia que es para todo el pueblo; la mejor bendición y la más necesaria en medio de tantas maldiciones, tanta opresión y pobreza; la luz y el brillo que encendieron la noche de Belén y los ojos de los postergados pastores. El llanto de niño pequeño, que presagia la Pascua y resume la vida vencedora de la muerte, el nacimiento a lo nuevo.

En ese niño, en la contemplación de su rostro, experimentamos el corazón de Dios, sus opciones y a sus predilectos. Más tarde, Felipe dirá: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”; y Jesús le responderá : “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre". Jesús es el rostro revelador del corazón de Dios.

La Iglesia vive de Jesús, no tiene brillo propio sino sólo el que le da contemplar la hermosura de su Señor. Somos continuadores de la misión del Hijo, ser rostro amoroso del Padre. Como reza bellamente la poesía canción de Pa’í Julián Zini: Somos Rostro de un Dios Trinitario que aparece cuando hay Comunión, cuando somos todos solidarios, cuando el pobre es sujeto y señor. La Iglesia es más bella, no por el oro, la solemnidad, la arquitectura o el brillo; sino cuando se transforma en palabra amiga, bendición para el camino, compañera de marcha del que lucha para vencer la esclavitud, brillo para el que padece la oscuridad del sin sentido o el pecado, luz que enciende el corazón para amar y compartir; en definitiva, cuando revela el rostro compasivo y misericordioso del Padre que nos regala a Jesús, reflejándolo. 

Pero no sólo la Iglesia toda en su conjunto, sino también cada uno en particular, ya que: “Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo”, para hacernos hijos y hermanos, para ser rostro bendecidor, palabra sanadora, peregrinos en busca de justicia y liberación; comprometidos a fondo con la paz, buscando ser amparo, refugio, consuelo, casa y hombro para el que lo necesite. ¡Qué hermosa misión!

Para ello, tenemos como compañera, Madre y amiga, a la Madre del Dios-con-nosotros, a María, la jovencita tierna del sí generoso y pies dispuestos. De ella leemos que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. María se adentra en su profundo y comprometido interior para meditar, orar, agradecer y buscar ser siempre más fiel a su misión. Ella, la creyente fiel, comprende la gravedad de lo que el Padre le confió, y se sabe indudablemente mirada con amor en su pequeñez; es así que, contemplando en la profundidad de su corazón el rostro de su Dios, cómo es su corazón, cuáles son sus opciones y sus predilectos, buscará ser la mejor mamá del Emanuel, Dios que quiere marchar con nosotros para bendecirnos con su luz. Ella hará de su experiencia de saberse contemplada desde siempre con amor, alimento para su pequeño Jesús, por medio del cual irá creciendo en sabiduría y gracia para buscar las cosas del Padre, para revelarnos su rostro compasivamente tierno y misericordioso, inclinado irreversiblemente hacia nuestro dolor y nuestro barro, Dios-con-nosotros. 

¡Gracias, María, por ser rostro de Dios para Jesús! Ayudanos a ser Iglesia fiel y discípula, que, habitada por el Espíritu de tu Hijo, refleje los rasgos buenos del rostro del Padre a aquellos que necesitan marchar a una vida más libre, feliz y hermanada. ¡Dios nos regale un bendecido 2023!

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