El cielo más hermoso es tener a Dios-Padre-Nuestro, ese cielo se nos abrió para siempre en Jesús.

¡Necesitamos tanta hermandad! Ahí está el cielo presente entre nosotros, ése es el Reino que anunció Jesús: Dios Padre-Madre y nosotros hermanas y hermanos con Él y entre nosotros, desde los pobres.

General - Comunidades Eclesiales08/01/2023Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Nuestro cielo

Este domingo celebramos el Bautismo del Señor. En el Evangelio, contemplaremos expectantes la primera acción de Jesús, según san Mateo. Son tan importantes las primeras acciones de una persona pública, sus primeros gestos. Recuerdo cuando Francisco salió por primera vez al balcón de la Plaza San Pedro, cuántos signos en tan poco tiempo, y qué importancia tuvieron éstos, junto con aquellas pocas palabras, a lo largo de su pontificado. Como que uno entrevé la totalidad en esto inicial. Luego, su primer viaje lo hará a la Isla de Lampedusa, con los más sufrientes a causa de la inmigración. ¡Toda una denuncia!

El Evangelio de hoy comienza: “Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él”. Jesús, lo primero que hace es trasladarse, movilizarse, se nos presenta -y Mateo lo destaca- en actitud de salida de Galilea a la región del Jordán.

Su primer destino no es Jerusalén, la gran ciudad; ni el templo o alguna sinagoga; sino que es una orilla, un margen, un límite; una periferia geográfica y existencial, porque los que allí se dirigían querían cambiar, buscaban comenzar de nuevo, renacer, convertirse.

El primer movimiento de Jesús es para acercarse a los pecadores, sumergirse en las aguas de nuestras heridas y esclavitudes, para purificarlas, sanarnos y hacernos libres. ¡Vaya si son importantes los primeros pasos de Jesús! En ellos vemos lo que será su vida entera: querer acercarse a la vida de los pecadores para hacerla más bendecida.

En este día en el que también hacemos memoria de nuestro bautismo, vivamos juntos el bello desafío de ser su Iglesia: siempre en movimiento, hacia lo marginal, cercana a los pecadores, buscando siempre dar esperanzas compartiendo búsquedas y lugares, para forjar con ellos y entre todos y todas una vida más digna.

“se abrieron los cielos, y se vio al Espíritu de Dios descender como una paloma (...). Y se oyó una voz del cielo que decía: ‘Este es mi Hijo muy querido (...)’”. La de hoy es una clara manifestación trinitaria. Todo Dios en una escena tan breve. Todo el cielo contemplando y alentando la misión del Hijo. La voz del Padre manifestando el amor por su Hijo y confirmando su modo de ser Emanuel. Es que el Padre Dios manifiesta siempre su contento con Jesús y con aquellos que se proponen “pasar haciendo el bien”, como Él; esos que, obedientes, se acercan a los más rotos para cumplir “todo lo que es justo”, toda justicia; que, como Jesús, se aproximan discretamente a los lugares marginales y periféricos y, sin hacer desaparecer la caña que puede lastimar ni apagar la llama pequeñita del hermano que batalla contra los vientos de la muerte por no apagarse, busca hermanar.

El cielo se abrió para siempre; a partir de ahora, ser Hijo amado se transforma no sólo en una realidad exclusiva de Jesús, sino en su misión y la nuestra, como discípulos suyos. Para Jesús y para nosotros, pasar por la vida haciendo el bien, será pasar filializando y hermanando a todo aquel que se deje encontrar y amar por su Papá bueno. El cielo más hermoso es tener a Dios-Padre-Nuestro, ese cielo se nos abrió para siempre en Jesús.

Este Dios, que nos quiere sus hijas y sus hijos amados, se compromete a ser Padre de cada uno de nosotros en Jesús. Nos dice la primera lectura que Él se complace en nosotros, sus elegidos; nos da su Espíritu, nos llama a una vida en plenitud; nos sostiene de la mano para que seamos alianza y luz para los demás, para pasar por la vida dignificando, haciendo el bien, liberando; en definitiva: hermanando. ¡Necesitamos tanta hermandad! Ahí está el cielo presente entre nosotros, ése es el Reino que anunció Jesús: Dios Padre-Madre y nosotros hermanas y hermanos con Él y entre nosotros, desde los pobres.

Al celebrar el bautismo del Señor, seamos esa Iglesia en salida hacia lo marginal para hacer la vida más feliz; pasemos haciendo el bien y haciendo más visible y cercano el Reino, aquí en esta tierra, a través de la vida hermanada. Dios se compromete a sostenernos de su mano, hacernos sus hijos e hijas para hacer alianza con los demás, luz para todos los pueblos, hermanos y hermanas entre nosotros, para que hagamos mejor la vida de las personas, sanando y liberando. 

¡Somos hijas e hijos de Dios! ¡Jesús es nuestro hermano y amigo! ¡El Espíritu aletea en nuestros gestos de amor y hermandad! ¡Es verdad: el cielo se abrió para siempre, y para nosotros!

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