Ni la sal ni la luz son para sí, sino para ser en, para y con los otros.

Vivir el Espíritu de las bienaventuranzas es testimoniar que estamos habitados, que su luz es lo que nos hace brillar, que la gloria es para el Padre que hace de nuestros límites y fragilidades, instrumentos de su Reino de vida plena y feliz. 

General - Comunidades Eclesiales05/02/2023Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Mi luz brilla en tus intentos de amar

En este 5to. domingo del Tiempo durante el año, todavía flotando en el aire el eco de las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús, con nuestra decidida actitud discípula de acrecarnos Él; escuchamos que nos dice: "Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo". En esta tierra, con y desde los pobres, los que lloran, los desposeidos; en este mundo de oprimidos, perseguidos, de los que reclaman justicia, en este estado de situación que provocó Jesús, su mejor mensaje de vida feliz, sueño del Padre Nuestro; nuestra misión es ser sal y luz, dar un sabor distinto a la realidad e irradiar una luz nueva para ver en profundidad, como Él, la presencia de Dios, sus opciones y preferidos. Dando sentido, sabor y aclarar, iluminar. ¡Cuánto por vivir! ¿A qué nos sentimos llamados?.

La persona y el ejemplo de Pablo, su humildad y sabia ignorancia. nos ayudan en nuestra misión. Pablo sabe que todo en él, su predicación y sus signos, provienen de Dios y su fuerza. Ser sal y luz, es no creércela, no agrandarse, no sentirse superiores ni protagonistas. Quien nos dà brillo y sabor es Dios, y nuestra manera de llevar adelante la misión es al estilo de Jesús, siendo levadura del Reino, transformando realidades desde nuestro testimonio comprometido, cercano, solidario y discreto. Porque tanto la ausencia de sal como la oscuridad no pasan desapercibidas, se notan al instante; sin embargo, ni la sal ni la luz son protagonistas, la sal acompaña los alimentos, y la luz da color y claridad a las cosas.

Además, Jesús nos advierte que no hay que ser ingenuos. En esta tierra que se clama por las bienaventuranzas, la sal puede perder su sabor y la luz puede ser aprisionada debajo de un cajón. Este modo de ser sal y luz del mundo, puede vaciarnos, degradarnos, frustarnos, confundirnos; ser semilla del Reino nuevo puede hacernos perder identidad, diluirnos, aprisionar lo más bello nuestro. El secreto para no malograr nuestra misión será siempre volver a Jesús, acercarnos a escuchar su Palabra creadora que nos hace discípulos, confiar en su luz inextinguible que nos habita irreversiblemente y que brilla en nuestro intento de amar.

Podríamos coincidir con Pablo, que es su luz la que nos habita, Jesús dice a sus discípulos y nos dice a cada uno de nosotros: "Ustedes (ya) son la luz del mundo". Caminar con Jesús, vivir el espíritu nuevo de las bienaventuranzas, arremangarnos  por un mundo mejor, en el que todos vivimos hermanos y felices; nos hace brillar su luz: "así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en  ustedes". Todas y todos tenemos la luz de Jesús, cada vez que comparto el pan, que escucho dolores, que acompaño duelos, que visito enfermos, que dignifico y bendigo, que sostengo y sirvo; soy luz, Dios brilla cristalinamente en mis intentos trasnformar amorosamente la realidad. La primera lectura está en  esta sintonia.

Vivir el Espíritu de las bienaventuranzas es testimoniar que estamos habitados, que su luz es lo que nos hace brillar, que la gloria es para el Padre que hace de nuestros límites y fragilidades, instrumentos de su Reino de vida plena y feliz. 

Me gusta pensar que  Jesús dice a sus discípulos de todos los tiempos: ¡Confíen en la luz que hay en ustedes y que es nuestra! ¡ Cada vez que se agachan a lavar los pies, este mundo brilla más y mi Padre es glorificado!

La Iglesia continua la misión de Jesús, por lo tanto, nuestra identidad de discípulos misioneros se inscribe en la misión del Hijo: vivir para los demás. hace un par de domingos contemplábamos la misión de Jesús y su opción marginal, desde Isaías 9,1. Mateo nos lo anunció: "el pueblo que se hallaba en tinieblas vió una gran luz" (Mt 4, 16). Nosotros seguidores de los pasos de Jesús, somos hoy enviados por Él a ser luz, a continuar su envío para este mundo de pobreza, llanto, falta de justicia, persecución.

Que este domingo nos propongamos brillar la luz de Jesús, esa que nos habita y que brilla cada vez que nos embarramos, según su estilo, para vivir las bienaventuranzas. La felicidad la conseguimos dejándonos encender por su luz, que ilumina nuestras oscuridades, y saboreando la vida del Reino en una existencia para los demás. Ni la sal ni la luz son para sí, sino para ser en, para y con los otros. No sirven acumuladas, porque dirá Francisco: "la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad" (EG 10).

¡Gracias, Jesús, por confíar en nosotros! ¡Gracias por elegirnos discípulas y discípulos tuyos! ¡Gracias porque tu luz y tu sal  nos hacen ser felices en la vida compartida!

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