Jesús, manantial de Vida eterna, inagotable de gestos y palabras

El encuentro con su persona no nos deja igual, nos hace misión, Iglesia en salida, manantial que busca saciar a los sedientos del camino a traves del mejor anuncio: ¡Él nos está buscando!

General - Comunidades Eclesiales12/03/2023Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Jesús inagotable fuente de agua viva

Este tercer domingo de Cuaresma contemplamos el encuentro de Jesús con la Samaritana. A ella, Él se revela con singular solemnidad. “Yo sé que el Mesías... nos anunciará todo, dice ella. Jesús le respondió: Soy yo, el que habla contigo”. ¿Qué imaginaba la samaritana con ese “todo”? ¿Cuáles son las revelaciones que hoy quisiéramos que el Mesías nos anunciara; la muerte, el destino, el más allá? ¿Cuáles son las preguntas que nuestra gente quisiera hacer a este Mesías?

El domingo pasado, contemplamos la gloria de Dios en el rostro de Jesús. Este domingo, “todo” lo que el Mesías viene a anunciar se cumple en este judío cansado y sediento, con ganas de entrar en diálogo, de conversar, para hacerse manantial en nosotros. ¿No estará allí su máxima revelación?

A la luz del Evangelio de este domingo, junto con la Samaritana y sus paisanos, podemos entrever algo de “todo” lo que nos vino a anunciar Jesús, "el Mesías llamado Cristo", con sus gestos y palabras; para ser una Iglesia fiel continuadora de la misión de su Señor. A Jesús, nuestro Mesías, llamado Cristo; rostro entrañablemente cercano del Padre cercanamente eterno:

Le gusta caminar por lugares postergados, estigmatizados; allí donde todos evitan pasar.

De tanto andar, se fatiga con tal de llegar a todas las personas, especialmente a aquellas que más lejos están y que siempre quedan afuera.

Es Él quien busca iniciar diálogo con nosotros, toma la iniciativa, busca la excusa, la oportunidad, para entrar en intimidad y sanar a través de la ‘compartida’.

No hace caso a las diferencias, los prejuicios culturales, de clase; porque su Padre sólo tiene hijos e hijas para amar, no hace distinción de personas. Ese trato para con todas las personas sorprende hasta a los suyos más cercanos, sus discípulos.

Quiere revelársenos desde adentro, no verdades sino su misma persona en agua viva para saciar nuestra carencia. Es lo que más desea, por eso pasa por alto nuestros desprecios y distancias.

Busca, no sólo saciar nuestra sed, sino también transformarse dentro nuestro en manantial desbordante, que sacia, en misión y vida compartida, la sed de los que encontramos en el camino.

Es paciente con nuestro proceso de fe, con nuestro itinerario creyente. Jesús en el Evangelio comenzó siendo un judío que pide agua, y terminó reconocido el Salvador al que le piden que se quede.

Conoce nuestra verdad profunda de “maridos”, apegos y heridas, que busca sanar y saciar con el encuentro, la palabra, pasando tiempo con nosotros; compartiendo ‘sedes’, la suya que calma la nuestra más profunda; pero también la nuestra que calma la suya.

Tiene amigos que caminan con Él y se preocupan por su cansancio. No lo entienden, Él los sorprende todo el tiempo, pero caminan a su lado. ¡Qué buena noticia! A nosotros también nos parece demasiado la Iglesia que Él sueña, de a poco vamos forjándola, pero seguimos caminando a su lado.

El encuentro con su persona no nos deja igual, nos hace misión, Iglesia en salida, manantial que busca saciar a los sedientos del camino a traves del mejor anuncio: ¡Él nos está buscando! ¡Sale y recorre todos los lugares para que le demos lugar! ¡Se cansa y fatiga pero nada lo detiene! ¡Nos ama!

Nos invita permanentemente a “levantar los ojos” para mirar la vida, no desde lo que aparece sino desde lo profundo del Reino semilla, que ya se está desarrollando hacia su plenitud. Es un esperanzado en la cosecha. “Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado”. Confía en que es el Padre quien hace crecer y es el más interesado en compartirnos su Reino.

Estar cerca de Él, a su lado, compartir con Él, da gusto, provoca unas ganas inmensas de más: “le rogaban que se quedara con ellos”; pero lo más lindo es que Él es el que más quiere quedarse con nosotros, que le demos lugar, que contemos con Él. Nos hace sentir privilegiadamente únicos.

El anuncio tiene destino de intimidad. Jesús sólo con la samaritana, hace que ésta sea su misionera, pero el pueblo mismo cree, ya no sólo por el anuncio de ella, sino porque hicieron experiencia de Jesús, su Palabra y sus gestos. Porque escucharlo es salvación. Su Palabra es lo mejor que nos puede pasar, “Ya no creemos porque lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

El encuentro fecundo sacia de verdad y se transforma en misión urgente. Ni Él come ni bebe ni ella saca agua. Ambos salieron satisfechos y con ganas de más. 

Pidamos este tercer domingo de Cuaresma, poder dejarnos encontrar por Jesús que nos anda buscando incansablemente; escucharlo, porque su palabra es salvación, sanación, saciedad; para así, conocerlo más y adorarlo en el Templo nuevo, no de Jerusalén, sino de su Cuerpo resucitado; y anunciarlo siendo manantial de Vida eterna, inagotable de gestos y palabras; para nuestros hermanos y hermanas, sedientos de encuentro, salvación, Vida nueva, que encontramos en los medios días de nuestra cotidianidad.

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