DIOS PADRE, EN JESÚS, NOS BUSCA INCANSABLEMENTE.

Reflexión Dominicial. II Domingo durante el año.

General - Comunidades Eclesiales17/01/2021 Mario Daniel Fregenal
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En este segundo domingo del tiempo durante el año, escuchamos las primeras palabras que Jesús pronuncia en el cuarto evangelio: “¿Qué buscan?”. Lo primero que Jesús expresa en el evangelio de Juan es una pregunta, y no una cualquiera, sino una pregunta existencial que resuena siempre a lo largo de toda la historia y de todas las historias: ¿Qué ansiamos?; ¿qué busca nuestro corazón?; ¿hacia dónde orientamos nuestros esfuerzos? ¿Qué le respondemos? Si Jesús me encuentra, me mira a los ojos y me pregunta: ‘¿Qué buscas?’; ¿Qué le digo? ¿Por qué necesito eso que busco? ¿Para qué? 

Somos seres creados para el infinito, capaces de Dios y siempre en movimiento. Sólo Él colma nuestras búsquedas más profundas, Él es nuestra felicidad. A la luz del evangelio de hoy, cerremos los ojos, imaginemos que seguimos tímidamente a Jesús, que de golpe se da vuelta, nos mira de  frente y nos pregunta: ‘¿Qué buscas?’. Respondete con sinceridad y repreguntate: ¿Eso que busco, me acerca más a él, a su seguimiento con otros y otras, o me aleja?

Ahora bien, si por el contrario soy yo el que busca a Jesús en el sagrario, en la oración, o me lo encuentro en la calle, con los que 'cartonean' la vida, y le pregunto: ‘¿y vos, Jesús, qué buscás?’ Sin lugar a dudas su respuesta será: ‘A vos te busco. Tu felicidad compartida es lo que más deseo’. Porque el más interesado en encontrarnos siempre es Dios, Él nos busca. En el evangelio de hoy no sabemos de Jesús hacia dónde iba ni de dónde venía. Sólo sabemos que “pasaba”. Lo importante es “que pasaba”, Jesús caminaba por allí, cerca de los que buscaban algo distinto con el Bautista, como uno más, silenciosamente. Porque el buscador por antonomasia es el Padre Dios que en Jesús nos busca incansablemente, nos envía a tantos y tantas juan bautistas para señalarnos a su Hijo como camino de felicidad, peregrino y caminante de nuestras cosas más comunes, se nos pone ‘a mano’, no nos juega a la escondida. Él es el que nos busca y nos pregunta: ¿qué buscas?, ¿qué te mueve? ¿Nosotros lo buscamos?, ¿qué estamos buscando, sino? 

Su búsqueda posibilita nuestro seguimiento.

La respuesta profunda de los dos discípulos fue: “¿Maestro, dónde vives?”, o mejor, para captar su profundidad: ‘¿dónde te alojás, dónde permanecés, dónde morás?’. Aquí, en este pasaje, está concentrado todo el discipulado: en saber dónde permanece Jesús para permanecer con Él. De hecho, la respuesta que el Maestro da a estos buscadores discípulos, y nos da a nosotros,  lejos de ser conceptual o descomprometida, es toda una invitación a la vida y al compromiso: “Vengan y lo verán”. Ambos siguen a Jesús por lo que “oyeron” que les dijo el Bautista. Como muchos de nosotros que nos acercamos a la fe o participamos de la Iglesia: venimos porque otro nos anunció a Jesús, nos lo señaló, por lo que ‘oímos’ en catequesis; pero la invitación decisiva de todo discípulo es hacer experiencia, caminar con Jesús, permanecer con él: “vengan y vean”. No nos quedemos sólo en lo oído o aprendido, que nos propongamos cada uno hacer experiencia del Señor: caminar con nuestros pasos, ver con nuestros propios ojos, escuchar y sentir en nuestro corazón la alegría de estar cerquita suyo, compartir camino, búsquedas y misión agradecida de ser elegidos para anunciarlo.

Pero todo no queda ahí, sino que continúa la cadena del discipulado con otros llamados. El llamado de los primeros discípulos sucede de la manera más normal y cotidiana: Jesús pasa, Juan señala, ellos siguen tras Jesús, Jesús les pregunta, estos responden, él invita y lo siguen; luego van y cuentan. Hoy leímos solamente el encuentro de Andrés con su hermano Simón, a quien le anuncia la alegría del encuentro con el Mesías, no se lo puede guardar para sí. Es que haber sido encontrados por Jesús y ser sus discípulos es lo mejor que nos puede pasar. No lo podemos callar, nos transforma en testimonio de amor, nos hace felices, bendecidos, nuevos. Es lo que experimenta Pedro. “Jesús fija su mirada en Simón”, lo mira en profundidad y desde su mirada amorosa lo llama Pedro. A él, Jesús no le pregunta nada, no lo invita, directamente lo crea su discípulo cambiándole el nombre que es identidad y misión. Jesús crea en Simón, cuya historia conoce, al discípulo Pedro. Y así sucede con todas y todos nosotros. Seguir a Jesús en su Iglesia nos hace nuevos. Ser sus seguidores crea en nosotros realidades inimaginadas, su mirada amorosa genera confianza en nosotros y nos invita a ser más y mejor discípulos, nos hace misión y testimonio para continuar compartiendo la alegría del encuentro que todo lo transforma.

Dejémonos encontrar por Jesús, hagamos experiencia de él, de su mirada y su llamado. Que él sea el centro de nuestras búsquedas y esfuerzos, para poder compartirlo en misión y anuncio agradecido.

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