El paternalismo clerical y el laico infantilizado

La mentalidad o actitud que lleva a centralizar la misión y la enseñanza del magisterio exclusivamente al clero abre la puerta a una pastoral que no se puede entender sin la dirección y autoridad del sacerdote. Esto ha sido el eje central que ha orientado los pasos de la jerarquía y las certezas de la gente que sirve en las parroquias por años. Sin embargo, la inercia de esta dinámica puede llevar a la autoridad espiritual a “apadrinar” a una comunidad bajo la lógica de “tener-que-ser formada” para cumplir la misión. El sacerdote toma un papel paternal y hace del laico un infante que debe ser instruido en el conocimiento de Dios.

Esto ocasiona que el laico sea un receptáculo pasivo de las enseñanzas del Magisterio, y caeríamos en prácticas preconciliares que precisamente se buscaron renovar en el Concilio Vaticano II. Más aún, no fomenta la concientización del laico mediante preguntas importantes que activen la inteligencia espiritual y que abran al diálogo constructivo y apertura a la trascendencia del amor de Dios como Padre.

La experiencia personal de vida y la propia historicidad que lleva a la interiorización espiritual no son consideradas al mismo grado que la disposición a servir y a obedecer en todo cuanto sea necesario; pues la inteligencia espiritual lleva a la crítica y a la autonomía de pensamiento, y una persona con este grado de libertad interior no puede ser fácilmente influenciada por un sistema que uniforma todo lo extraño, diverso y ajeno.

Por eso, es más fácil para el sacerdote dirigir que acompañar; y para el laico es más cómodo dejarse dirigir y finalmente dejarse clericalizar; pues asume esta realidad como normal y como algo que así ha funcionado desde siempre.

Además, el paternalismo se hace presente cuando los pobres, al ser los beneficiarios de grandes donaciones, corren el peligro de convertirse en un “objeto de fe” para los benefactores políticos y empresariales, haciendo de este un medio para colmar una espiritualidad individualizada por la posmodernidad, vestida de misión o evangelización.

Una Iglesia que evite el paternalismo debe buscar que la asistencia social no termine siendo una nueva forma de colonialismo e infantilización, sino que, a la par de la praxis venga la formación y la reflexión; de modo que los pobres sean “actores y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación” (Romero, 1980).

Aunado a las reformas que el papa Francisco impulsó, es también el laico quien debe protagonizar su liberación de estructuras de pecado, de comodidades pastorales y de aparatos ideológicos  como el clericalismo que buscan domar la libertad.