𝐍𝐀𝐑𝐂𝐈𝐒𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐈𝐆𝐋𝐄𝐒𝐈𝐀. 𝐔𝐧 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚𝐝𝐨 𝐚 𝐥𝐚 𝐡𝐮𝐦𝐢𝐥𝐝𝐚𝐝 𝐲 𝐚𝐮𝐭𝐞𝐧𝐭𝐢𝐜𝐢𝐝𝐚𝐝.

Extraído del periódico católico oficial de la Arquidiócesis de Monterrey, una editorial realizada con una rica conceptualización.

Mundo - Latinoamerica07/09/2025Magis ComunicaciónMagis Comunicación
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Hablar de narcisismo en la Iglesia católica puede parecer, a primera vista, una acusación severa. Sin embargo, cuando se aborda con respeto, delicadeza y fundamentos sólidos, esta reflexión puede convertirse en una invitación sincera a vivir con mayor autenticidad la vocación al servicio, al Evangelio y a los demás.

Desde la psicología, el narcisismo no se reduce únicamente a la vanidad o al deseo de admiración. Según el enfoque psicoanalítico, particularmente en las formulaciones de Freud y más tarde de Otto Kernberg y Heinz Kohut, el narcisismo es un mecanismo de defensa que puede ocultar una profunda inseguridad o una necesidad no satisfecha de valoración. 

En sus formas más patológicas, se convierte en un trastorno de la personalidad caracterizado por una imagen grandiosa de sí mismo, la necesidad excesiva de admiración y una escasa empatía hacia los demás.

En contextos eclesiales, el narcisismo puede manifestarse de forma sutil: en la búsqueda de prestigio espiritual, en actitudes clericalistas, en una falsa humildad que en realidad encubre deseos de poder, o incluso en formas de liderazgo que priorizan la imagen personal sobre la misión pastoral. No se trata de hacer juicios indiscriminados, sino de reconocer con honestidad que la Iglesia, compuesta por seres humanos frágiles, no está exenta de estas dinámicas.

El Dr. José Antonio Lozano Díez, académico y pensador católico, ha señalado en distintos foros que uno de los grandes desafíos contemporáneos es la construcción de liderazgos basados en el servicio y no en la autoafirmación. En una conferencia reciente, comentaba que "la vanidad espiritual es una de las tentaciones más difíciles de identificar, precisamente porque suele venir disfrazada de rectitud". Con esta afirmación, nos recuerda que la autenticidad no es enemiga del fervor religioso, sino su aliada más profunda.

El Papa Francisco, en numerosas ocasiones, ha advertido contra el "carrerismo espiritual" y ha exhortado a los ministros ordenados y a los laicos a vivir con sencillez, evitando la tentación del protagonismo. En su encíclica Evangelii Gaudium, escribe: “A veces nos sentimos superiores a los demás porque cumplimos ciertas normas o asumimos ciertas responsabilidades. Pero eso no es el Evangelio. Eso es autorreferencialidad”.

La clave, como señala también la psicología humanista, está en el autoconocimiento. Sólo quien se ha confrontado consigo mismo —con sus sombras, heridas y limitaciones— puede servir desde un lugar genuino. La vida espiritual madura está marcada no por la perfección, sino por la humildad de saberse necesitado de gracia y misericordia.

Este llamado a la autocrítica no es un acto de destrucción, sino de purificación. La Iglesia no necesita rostros inmaculados, sino corazones verdaderos. Quien se reconoce frágil, está más cerca de comprender a los demás y, por lo tanto, más capacitado para acompañar, consolar y guiar.

Que esta reflexión nos lleve a redescubrir, con humildad, el verdadero rostro del servicio cristiano: uno que no busca brillar por sí mismo, sino reflejar la luz de Cristo en el rostro de cada persona que nos es confiada.

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