JESÚS, CERCANÍA, QUE SANA Y DIGNIFICA

Jesús transgrede la prohibición de tocar al leproso, movido por la compasión que lo habitaba.

General - Comunidades Eclesiales14/02/2021 Mario Daniel Fregenal
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“Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda”. Una persona muerta en vida, perdida, abandonada por todos, incluso por sus seres queridos, culpabilizada de su destino; se acerca al único que, purificándolo, podía salvarlo, para devolverlo a la vida. ¿No nos sentimos muchas veces así: lejos de todo y de todos; avergonzados, pecadores, culpables, cansados de perder contra eso que queremos superar porque nos daña, sintiendo que el pecado va ganando la partida, irremediablemente perdidos o merecidamente solos? ¡Entonces este evangelio es para nosotros! ¿No conocemos muchas personas que también se sienten así: muertas en vida, sobrantes, marginadas, cuya vida a nadie le importa en lo más mínimo? ¡Cuánto para hacer como Iglesia que quiere ser cada día más fiel a Jesús! 

¿Tenemos la fe del leproso? Esa fe lo hace ponerse en movimiento, acercarse a Jesús, confiar plenamente en él, en su poder: “si quieres puedes”, le dice. Pero Jesús, además de poder, sorprende con su misericordiosa manera de ser. Su poder para sanar está lejos de lo llamativamente extraordinario, y cercano a la caricia cotidiana de una mamá: “extendió la mano y lo tocó”. ¡¿Hace cuánto que nadie tenía un gesto de cercanía para con esa persona?! Así Dios quiere salvar. De ese modo Jesús va anunciando la honda experiencia de su Papá-Dios del cual tanto habla. 

¡No hay nada que aleje a Jesús de mí! ¡Nada! Dios es el más interesado en sanarnos de aquello que no nos deja ser felices, de todo lo que oprime la vida y nos margina en la más doliente soledad. ¡Ánimo! ¡Acerquémonos!

Claramente el leproso había oído hablar de Jesús. Nunca sabremos cómo, pero el leproso sabía bien quién era Jesús, y que él era el único capaz de sanarlo o de tener una buena noticia para su vida. Ese anuncio de alguna manera le llegó. Es que Dios tiene caminos impensados, voces, personas, amigos, discípulos, detalles, testigos, que hacen que todo tenga sentido; que van componiendo la historia de salvación. Cuántas personas habrán compartido sobre este peregrino de buenas noticias, que habla distinto y enamoradamente de un Dios tierno y cercano, al que llama Papá. De ellas se sirvió Dios para dotar de confianza al leproso que se animó a acercarse al Maestro de humanidad, transgrediendo la prohibición de no acercarse. ¿Anuncio mi fe, lo que Dios hace en mi vida? ¡Atención! No puedo no hacerlo, porque puede ser decisivo para salvar muchas vidas.

Cuántas noches nuestro personaje habrá soñado la imposible oportunidad de poder llegar a Jesús, rogarle, prometerle cambiar todo por la sanación; y despertar en la triste resignación de saber que los sueños sueños son. Hasta que Jesús creó la oportunidad de transformarlos en realidad, pasando por allí. Si leímos en la primera lectura que el leproso “vivirá apartado”; claramente Jesús estaba caminando un sendero marginal, apartado, esquivado; Pero, precisamente, transitándolo hacía que los marginales, sobrantes y esquivados pudiesen encontrarse con él. 

El domingo pasado llamaba la atención su decisión. Nadie lo entendió cuando le dijeron: “Maestro, todos te andan buscando”, (nos tenemos que quedar acá); y él respondió: “Vayamos a otra parte, en las poblaciones vecinas”. Ahora todo cobra sentido: Había alguien que lo estaba esperando. El Padre ya había preparado el encuentro a través de anunciadores anónimos, y éstos se habían dejado conducir por el Espíritu. Es que Dios y el leproso soñaban lo mismo: dignidad, vida compartida, plenitud. Ese sueño compartido se hace realidad en Jesús.

Nuestro Dios ama todo aquello que nos conduce a la vida plena. Y eso se logra sólo por el encuentro con Cristo, que se sirve de tantos testigos anónimos. ¿A cuántos no estamos llegando por quedarnos en el mismo lugar? ¿No hay muchos que quieren llegar a Jesús y no pueden? ¿Soy fiel anunciador? ¿Camino por donde él caminaba? ¿Siento que Dios me sueña feliz?

Si al comienzo pedíamos la fe del leproso, pidamos también su libertad para anunciar lo que Dios obra en cada uno de nosotros, libres de todo condicionamiento. Jesús le dio instrucciones precisas que, de tanta alegría, no supo -no pudo- respetar, y se convirtió en ferviente misionero. 

¡Es que algo cambió para siempre! No fue la lepra la que volvió impuro a Jesús, sino que fue su humanidad plena y vital (santidad) la que contagió definitivamente de vida y libertad al leproso; su comprometedora caricia, al instante lo sanó. Por eso mismo, así como Jesús transgrede la prohibición de tocar al leproso, movido por la compasión que lo habitaba; también el leproso, contagiado de vida plena y libertad, no puede cumplir con lo que Jesús le pidió, porque la alegría lo desbordaba, sabía en su interior que el sueño de Dios y suyo merecía ser urgentemente anunciado. Su vida se convierte al instante en manantial, misión, grito, corrida, buena noticia. Ahora, muchos marginales se encontrarán con Jesús gracias a su anuncio, y otros muchos, para encontrarse con Él, deberán ir hacia los márgenes.

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