
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Jesús sigue asistiendo a su Iglesia, a cada una de sus discípulas y discípulos, asistiéndolos con el Espíritu para continuar su misión.
General - Comunidades Eclesiales15/05/2021 Mario Daniel FregenalEste domingo, el evangelio comienza enviándonos de una: “Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: Vayan..., anuncien...”. En la persona de los Once nos envía a cada uno de nosotros. La misión es hermosa: anunciar la Buena noticia; pero también es enorme, desafiante, y la cruz forma parte del camino. Además de todo eso, al envío sumamos nuestro pecado, faltas de fe, bajones, miedos, miserias, incoherencias. ¿Cómo voy a poder yo, tan pecador, anunciar tanta vida nueva y resucitada? ¡Justamente! ¡Con más razón este evangelio es para nosotros, pecadores! Jesús nos conoce plenamente, nos ama y confía infinitamente en cada uno de nosotros, sus discípulas y discípulos. Si prestamos atención en el evangelio (Mc 16, 15-20) se mencionan once y no doce, ya el número esconde la traición de uno de los discípulos más íntimos. Pero si uno se toma el trabajo de leer los versículos anteriores encontrará más a nuestro favor: v. 8: las mujeres que fueron al sepulcro y recibieron el anuncio de la resurrección huyen por miedo y no dicen nada. v. 10-11: María Magdalena va a comunicar a los discípulos, que estaban tristes y llorando, que se encontró con Jesús resucitado, y estos no le creen. v. 12: dos que se alejaban a una aldea vecina regresan a contarle a los demás que lo encontraron y éstos tampoco le creen. v.14: Jesús mismo se les aparece a la mesa y les reprocha su incredulidad. Paso siguiente, sin mediar nada más, v. 15: los envía. ¡Sí! ¡A los incrédulos! ¡Hay lugar para nosotros! No por lo que somos, sino por su amor infinito y terco por nosotros. Siempre nos da otra oportunidad. Aún cuando nadie confía en nosotros, y muchas veces ni nosotros creemos poder, él sigue creyendo y enviándonos a transformar la historia.
“Estos son los signos que acompañarán a los que crean...”, dice Jesús. No son signos para probar poder, para presumir, para ser espectaculares, para oprimir la vida de los demás o generar dependencia, sino todo lo contrario. Son signos de liberación, de vida plena. Los prodigios de las y los que crean son para liberar de las fuerzas de la muerte a todo ser humano, son para luchar contra esas fuerzas que sofocan la vida y no la dejan ser tal y como Dios la quiere para cada uno de nosotros. La Iglesia a lo largo de toda la historia también se opuso de mil modos a lo que asfixia la vida o la vulnera, y lo sigue haciendo.
Nosotros también luchamos para expulsar a los poderes que buscan esclavizar a las personas, alejándolas de lo más genuino de cada una, que es lo que Dios ama. Nosotros también, no sabemos cómo, pero hablamos palabras impensadas, idiomas nuevos, ricos en silencios y gestos, que llevan el consuelo de parte de Dios o esa palabra necesaria. Nosotros también tomamos con las manos y enfrentamos la tentación propia de estancarnos, de dominar, de quedarnos encerrados en nuestros templos. También seguimos asistidos y cuidados por el Dios de la vida, enfrentando la adversidad, los achaques de salud, sin acobardarnos, animosos con tal de anunciar a Jesús. Hoy continuamos acompañando enfermedades, imponiendo las manos, sanando dolores, ungiendo heridas, aliviando soledades. Es que la fe en Jesús, el creer en Él, nos hace comprometidos a fondo con la vida, continuadores de su misión con los ojos puestos en esta tierra, descubriendo cuánto de cielo tiene y haciéndolo más visible con nuestro actuar.
Por eso, así concluye el evangelio de Marcos: “el Señor los asistía (colaboraba con ellos) y confirmaba su palabra con los signos que la acompañaban”. Ese Jesús que nos conoce y nos ama, que nos envía a transformar la historia, que deja todo en nuestras manos: continuar su misión, siendo nosotros tan incrédulos y pecadores; ese Jesús no nos puede abandonar, no nos puede dejar solos. Y no porque no confíe en nosotros y en todo lo que podemos, sino porque nos ama. Por eso dice el evangelio que Él colaboraba con la misión de sus amigos, confirmando su palabra con signos, gestos, prodigios. Jesús sigue asistiendo a su Iglesia, a cada una de sus discípulas y discípulos, asistiéndolos con el Espíritu para continuar su misión. Cada vez que jugamos en nuestros patios, visitamos enfermos, sostenemos a los que quieren caer, acompañamos a los que padecen esclavitudes, lloramos con los que lloran, compartimos el pan, la mesa, las canciones y las historias: somos Jesús. Somos su rostro, sus brazos, sus manos, su voz. Creer que sigue caminando con nosotros nos entusiasma a seguir dando la vida cada día, a continuar confirmando su Palabra, su evangelio, su Buena noticia, con nuestras pobres palabras y gestos, que sostenidas por él cobran un valor increíble y transformante. ¡Él sigue estando con nosotros! ¡A darlo todo cada vez!
¡San Luis Orione! ¡Ruega por nosotros!
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.