la Pascua de María

Mucha gente depende de nosotros, muchas ‘Isabeles’ necesitan que vayamos a su encuentro. Seamos Iglesia en salida que sirve con prontitud y sin excusas.

General - Comunidades Eclesiales15/08/2021 Mario Daniel Fregenal
Asunción de María

Estamos de fiesta, y la homenajeada hoy es María. Por eso, no leemos el evangelio correspondiente al Domingo 20 del Tiempo Ordinario, en el que Jesús afirma categóricamente que sólo comiendo su carne y bebiendo su sangre se tiene Vida. Sino que leemos a Lucas, que nos cuenta La Visitación.

Hoy nos alejamos de Cafarnaún y del creciente rechazo que está experimentando el Señor, y que llegará a su punto máximo el próximo domingo, para dirigirnos a la humilde Nazaret.

Hoy detenemos nuestra mirada, muchas veces apurada, descomprometida, indiferente o llena de excusas, en aquella pequeña mujer, tan valiente y decidida: María. 

“María partió y fue sin demora”, nos cuenta Lucas. ¿Cómo va a pretender esta joven Madre que su niño, cuando grande, se quede en la casa? ¡Cómo Jesús no va a salir un predicador callejero de buenas noticias inclinado a todo dolor con una Madre así! Esa Madre junto con San José, al comienzo de su misión, hicieron lo imposible para cuidar la vida; no hay modo de que Jesús no salga inquieto, en permanente actitud de salida, orillando los márgenes para cuidar la vida.

Me detengo en los dos detalles de partir y sin demora. María había recibido el anuncio más importante de su vida, iba a tener un papel decisivo en la historia de salvación, y humanamente estaba embarazada. Sea por creérsela o por necesitar tiempo para digerir o por la entendible excusa de cuidarse por su embarazo, tenía todo para quedarse muy cómoda. Además Isabel contaba con Zacarías y sus vecinos y vecinas para ayudar. Sin embargo, María sabiéndose llena de Dios se pone en movimiento camino a servir, sale en misión comprometida, llevando a Jesús consigo.

Además de partir, el detalle temporal: “sin demora” no es menor. Porque siempre la pereza nos dirá ‘el lunes, la semana que viene, el próximo año, después de confesarme, cuando termine la escuela, cuando me reciba, cuando me case, cuando vea que me haga daño y no lo pueda manejar...’. Pidamos a María realizar con prontitud eso que debemos cambiar en nuestras vidas. Mucha gente depende de nosotros, muchas ‘Isabeles’ necesitan que vayamos a su encuentro. Seamos Iglesia en salida que sirve con prontitud y sin excusas.

“Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ‘¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! Este grito sucede ni bien la ve. María no tenía ni panza, seguramente no había signo externo que indique la vida que llevaba consigo. ¿Por qué Isabel la felicita de ese modo y con esa sencilla solemnidad? Sucede que los que están llenos de Dios ven la vida en profundidad. Cuando estamos llenos del Espíritu Santo descubrimos la Vida de Dios que late en lo escondido de mi hermano y mi hermana, en sus búsquedas por vivir en plenitud, en las batallas que da la semilla de Dios sembrada en cada corazón por despuntar en espiga venciendo tentaciones, esclavitudes, complejos, adicciones. ¡Qué importante cuidar la vida del Espíritu en nosotros para que, como Isabel, también seamos buena noticia, felicitar pequeños avances, alegrarnos por cada paso, ver en profundidad toda la vida que tiene mi hermano, alentar intentos confiados en la misericordia y paciencia del que nos sueña plenos y felices. Pidamos estar llenos de Dios para mirar la vida como Isabel, como María, Jesús y tantos santos y santas.

“Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría (...). Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre”. En muy poco espacio aparece 3 veces la mención del saludo, y que ese saludo es causa de una profunda alegría. Pensaba en estos tiempos de tanto distanciamiento y tanta necesidad de abrazos y manos. ¡Qué necesarios se nos volvieron los saludos y qué poca importancia les dábamos antes! A la luz del evangelio de hoy vemos que nuestros saludos, nuestros gestos, lo más sencillo de todos los días, eso que suele pasar desapercibido (detenernos ante la hermana o el hermano, perder tiempo en una charla espontánea, mandar un mensajito personal o inesperado, preguntar cómo estás con tiempo, tener paciencia para escuchar, hacerme cargo de la fragilidad de mi hermano o mi hermana, hacerle los mandados, llamar por el nombre, ser delicado, rezar, ayudar aunque más no sea estando cerca); esos gestos y otros tantos, son realización del reino, son Pascua, vida resucitada de Dios aquí y ahora. Saludo, abrazo, cercanía, visita, ayuda, son expresión de la visita de Jesús. El encuentro con Él, se da en la simpleza mayúscula de las relaciones humanas, en la sencillez descalza de los gestos que lo cambian todo y que pasan más frecuentemente desapercibidos sin ser valorados con justicia.

El Reino sigue creciendo hoy en un par de doñas que se visitan para darse una mano; en varones y mujeres solidarios que se hacen cargo de la vulnerabilidad de los demás sin excusas; en esos gestos sencillos, detallistas, delicados, pequeños, que generan alegría en la vida de los demás; en mujeres y varones valientes, portadores de Jesús, y por ello causa de alegría, que enfrentan montañas, peligros, distancias, pandemias,  a pesar de estar ellas afectadas también, para ir y acompañar, ayudar y servir. 

Al celebrar la Pascua de María, su nacimiento en el cielo, meditemos sus actitudes para que, como Iglesia, caminemos como ella: sirviendo con prontitud, mirando en profundidad y atenta a los pequeños gestos. Ese modo de vivir, salir, servir, mirar es el camino seguro para nuestro segundo nacimiento.

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