Tenemos que ser grandes en el servicio

Jesús quiere formarnos, que lo sigamos en su entrega y que lo abracemos en los últimos, ya que de mil formas se pone en nuestras manos.

General - Comunidades Eclesiales19/09/2021 Mario Daniel Fregenal
ser discipulos

Jesús camina a solas con los suyos buscando formarlos, prepararlos, revelarles el misterio más hondo de su persona y de sus opciones por las cuales vale la pena darlo todo, entregarse totalmente, sin siquiera reservarse la vida. Ellos “no comprendían y temían hacerle preguntas”, y luego: “callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Hay una seria incomunicación por parte de los discípulos. ¡Qué fuerte suena que no se atrevían a hacerle preguntas, por miedo! Jesús está hablando de la felicidad de la vida entregada, y a los suyos más íntimos no les interesa. Lo mismo que puede sucedernos a nosotros cuando no le hacemos preguntas a Jesús, porque tememos arriesgar y perder nuestra comodidad, desinstalarnos. Jesús, el que camina con nosotros Galilea, nos quiere sus amigos, que le contemos de nosotros y que le hagamos preguntas para profundizar la amistad con él, interesarnos por su corazón bueno, encontrar con él el sentido de tanta felicidad en tanta entrega, cuando el mundo nos grita todo el tiempo lo contrario. Debemos profundizar nuestra amistad con Jesús, y para eso necesitamos hacerle preguntas.

¿Por qué, Jesús, este camino nos hace felices? ¿Qué tienen estos patios, salones, misiones, comedores, periferias, que nos llenan de felicidad recorrerlos y habitarlos? ¿Por qué estos jóvenes, pudiendo estar en la playa en un día hermoso como hoy, deciden venir a arremangarse a compartir la vida en esta manzana? ¿Por qué tanta felicidad en tanta entrega? ¿Qué querés de mí, Jesús? ¿Qué soñás para mi vida? ¿Por qué la verdadera grandeza pasa por el servicio? ¿Por qué me elegís a mí que soy tan pecador y te fallo tantas veces? Tenemos la certeza de que tiene que haber algo más, sino este mensaje resulta incomprensible

Y es que cuando no le hacemos preguntas a Jesús, caemos en el simple cumplimiento, en una fe superficial o infantil. Podemos no hacerle preguntas para así corrernos y evadirnos del compromiso, por verse amenazada nuestra supuesta libertad. Quizá no le hacemos preguntas por miedo a perder para ganar, a dar la vida en el servicio, al rostro reclamante de mi hermano.

Cuando callamos, no le hablamos o respondemos, cuando no le hacemos preguntas, cuando obstaculizamos la comunicación; en definitiva lo alejamos de nosotros, de nuestras cosas; no lo hacemos parte de nuestra vida, cuando él lo desea con ansias ya que nos conoce a fondo, y así nos ama.

Menos mal que ante nuestra incomunicación y cerrazón y egoísmo e indiferencia, Jesús es infinitamente paciente. En vez de cansarse de sus discípulos por ver que están ‘en otra’, se detiene en sus corazones nobles que, sin saber hacia dónde y sin entender mucho, siguen con él. Por eso se compromete a fondo con su formación. Camina con ellos, enseña, les pregunta, los quiere escuchar, a pesar de su cerrazón insiste con su enseñanza: La vida es para darla. La felicidad está en la entrega. Tenemos que ser grandes en servir, allí está la verdadera grandeza. Hasta busca cristalizar su enseñanza con un gesto conmovedor: “tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: El que recibe a uno de estos pequeños, me recibe a mí... y a Aquel que me envió”.  Se ve que en la casa de Cafarnaúm hay lugar para todos, incluso para los niños. Y es que donde está Jesús, todos sienten que es ‘su’ hogar, por eso toma y abraza a un niño de los que estaba por ahí. La vida de Jesús fue -y lo sigue siendo a través de su Iglesia- poner en el centro de todos al débil, que los ojos de sus discípulos y discípulas estén puestos en el más frágil, porque allí está él, él se identifica con ellos, allí lo encontrarán para siempre. Es más, recibiendo a los más frágiles, recibimos al Dios Todopoderoso. Esto es desconcertantemente increíble pero cierto. ¿Acaso no necesitamos hacerle preguntas a Jesús? ¿No vale la pena caminar con él para que nos enseñe cómo es esto, para sumergirnos en este misterio?

“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”. De este modo Jesús anunciaba por segunda vez a los suyos la cruz (el domingo pasado hemos escuchado la primera). Más allá de la referencia explícita a su final en Jerusalén, pienso que Jesús se sigue entregando en nuestras manos. Está en nosotros comportarnos como los que lo mataron cruelmente o como los que intentaron caminar con él, mas allá de sus miserias, abrazando su buena noticia y amando su persona. Jesús llega a nuestras manos en su Palabra, ¿la leo y profundizo o la dejo de lado? Viene cada vez a nuestro encuentro en cada hermano vulnerado, pobre, enfermo, descartado, inmigrante, ¿Lo mato con mi indiferencia o busco celebrar la Vida con él? Viene en la Eucaristía para que, al recibirlo, yo me haga pan para los demás, ¿Soy coherente con el amén que pronuncio o me quedo en un acto meramente intimista que no me abre a la comunidad? Jesús se sigue entregando escondido en tantos rostros, personas, grupos, iniciativas, ¿Las recibo, celebro, pondero o las pisoteo, dejo de lado, crucifico?

Jesús quiere formarnos, que lo sigamos en su entrega y que lo abracemos en los últimos, ya que de mil formas se pone en nuestras manos. Que le hagamos preguntas y adhiramos con fe a su Vida.

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