Reino de Dios es semilla

Esos gestos pequeños, desapercibidos, sencillos y anónimos, encierran en sí mismo un valor trascendente de Reino. Tienen una fuerza incontenible de la cual nosotros somos testigos y enviados.

General - Comunidades Eclesiales26/09/2021 Mario Daniel Fregenal
El Reino de Dios es semilla

“Hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. El fariseísmo, el creerse ‘separados’ del resto, superiores, a pesar de las enseñanzas del Maestro, había penetrado en el grupo de sus discípulos. 

El evangelio de hoy es la continuación de lo que leímos el domingo pasado. Jesús acababa de decirles que el más grande es el que más sirve. Sin mediar nada, ellos, hoy, utilizan la autoridad de estar cerca de Jesús para prohibir a alguien hacer el bien, servir, por la sola razón de que no es del grupo. No comprendían, como nos pasa a nosotros muchas veces, que el Reino inaugurado por Jesús tiene una fuerza misteriosa, incontenible e ingobernable. 

Nosotros, como Iglesia, continuamos la misión de Jesús, sabiendo bien que, al igual que en su época, el Espíritu sopla donde quiere, porque toda obra buena es alentada por Él, y que el Reino continúa creciendo misteriosamente “sin que sepamos muy bien cómo”. Porque bien lo dijo Jesús, el Reino es semilla, y crece del modo más imperceptible, aun cuando todo indicara que no. 

Como en el evangelio de hoy, que alguien anónimo está realizando un bien en nombre de Jesús. ¡Cuánta gente en este preciso momento está arrimando más el Reino, aunque pase desapercibida, aunque no venga a la Iglesia, obrando desde lo que no cuenta o se ve! Qué hermoso es saber que tantos gestos sencillos sembrados continúan creciendo y dando fruto sin que nos demos cuenta cómo.

“Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua”. Esos gestos pequeños, desapercibidos, sencillos y anónimos, encierran en sí mismo un valor trascendente de Reino. Tienen una fuerza incontenible de la cual nosotros somos testigos y enviados. ¡De cuántos gestos somos deudores sin saber los nombres de las personas que nos ayudaron! ¡Cuánta gente nos agradece detalles que, de tan pequeños, ni siquiera recordamos haber tenido, y que para ellos fueron decisivos! En esos gestos sentimos la profundidad de la Vida más plena, palpamos y hacemos presente la hondura del Reino.

Incluso, desde el evangelio de hoy, podemos pensar que lo hecho por esta persona anónima fue un vaso de agua para el corazón sediento de Jesús, un mimo en medio de tanta soledad: Caminaba sólo con los suyos, lejos de la popularidad del comienzo, con las autoridades judías en contra, sus familiares lejos e incomprendiéndolo, y sus discípulos, con los que caminaba, a los que más tiempo dedicó en su formación, peleando por los primeros puestos o por creerse más que los demás. ¡Qué escenario más frustrante para Jesús! ¡Qué fracaso! Cuando en eso, casi sin quererlo, Juan le anuncia que, misteriosamente, quién sabe donde, alguien estaba invocando su nombre para liberar a una persona de un mal. ¡Cuánto consuelo podemos imaginar en el corazón de Jesús! ‘¡El Reino sigue creciendo, Padre! ¡Hay gente que va entendiendo de qué se trata!’, habrá pensado. ‘Es verdad, el Reino es semilla y sigue creciendo aunque pase desapercibido, incluso para mí’.

Que a la luz de la Palabra, en este Domingo Bíblico Nacional, pidamos cambiar nuestra manera de seguir a Jesús, de mirar la vida con otros ojos, para ver cuánto Reino continúa creciendo, incluso en los lugares menos pensados. Para eso hay que arrancar de cuajo todo lo que puede llegar a generar tropiezo para nosotros o para los demás. 

Para el judío, la mano, al igual que para nosotros, representa lo que se hace; el pie, el camino, la conducta; y el ojo, el pensamiento, el deseo, el interior. A su vez, el escándalo era una piedra de tropiezo. Para pensar: ¡A cuánta gente hago tropezar con mis gestos y palabras!

Ante esto, Jesús es radical. Debo quitar de mi vida todo lo que pueda escandalizar a aquellos que comienzan a adherir a su persona. Para eso debo examinar lo que hago, mi conducta, los caminos que elijo, lo que pienso, deseo o miro. ¡Cuánto para arrancar de mí!

Que tengamos la mirada buena y detallista de Jesús, atenta hasta al vaso de agua, pero para poder ver en nosotros, en lo que hacemos, en nuestro camino, en lo que pensamos, qué puede llegar a causar tropiezo en la vida de los demás, sobre todo de los más humildes. Danos una mirada cuidadosamente atenta, Jesús, pero para no hacer tropezar a nadie con lo que hacemos o decimos. Porque el Reino es semilla, y en la pequeñez de la semilla se juega todo. 

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