Dios quiere venir a estar con nosotros

Allano el camino de mi corazón para que Él venga porque anteriormente Él hizo todo para que no me pierda o lastime, para cuidarme. Por eso, si Dios habita en mí, comienzo a anunciarlo con mi palabra y con mis cuidados para con los más débiles. 

General - Comunidades Eclesiales05/12/2021 Mario Daniel Fregenal
Adviento preparandonos
Preparándonos, sintiéndonos amados.

En este segundo domingo de Adviento, las lecturas nos invitan a una constante y sostenida alegría, a despojarnos de todo lo que signifique llanto y luto. Podemos encontrar el motivo de dicha alegría en una triple certeza.

1. Dios sigue hablándonos: “Dios dirigió su palabra a Juan (hijo de Zacarías) que estaba en el desierto. Este comenzó a recorrer..., anunciando”. Si esa es nuestra certeza: Dios nos habla, en este tiempo de adviento tendré que procurar escucharlo. Juan no habitaba el desierto, tuvo que trasladarse allí, dejar la comodidad para ir a vivir en lo esencial, en donde Dios acostumbra a hablar. Tenemos que propiciar el lugar, crear espacios de escucha, silenciar lo que no nos permite auscultar nuestro interior. Porque Dios habla, quiere comunicarse con nosotros. De hecho una vez que su Palabra encuentra a Juan, una vez que éste acoge la palabra de Dios, se vuelve anuncio, misión, comienza a salir y recorrer. Habitado por la palabra se hace su voz, su grito y se pone en movimiento.

Pistas para este tiempo lindo que Dios nos regala: propiciar espacios de escucha, desiertos; dejar las comodidades porque nos dispersan, y trasladarnos a lo esencial de la vida; centrarnos en La Palabra para recibirla en nuestro corazón y así, habitados por ella, nos convirtamos, con nuestros gestos y palabras, en anuncio, camino, misión, recorriendo y gritando que Dios nos ama y que quiere venir a acampar con nosotros.

2. Dios quiere venir a estar con nosotros. En palabras de Isaías, aplicadas a la misión del bautista, el grito: “Preparen el camino del Señor” es la invitación a convertirnos. Algo tenemos que hacer, no podemos seguir igual. Pero, de todos modos, lo que hagamos no es condición para que Dios venga o no. De allí nuestra segunda certeza: Él viene de cualquier modo, porque ama estar con nosotros, independientemente de cómo estemos preparados. Sin embargo, en este tiempo, y sostenidos por esta certeza, el amor es lo que tiene que movernos a preparar el camino. Lo hago porque el que viene me ama infinitamente, y ama todo lo que yo pueda preparar para el encuentro. No es -o no debería ser- una presencia que, como visita indeseada, me hace aparentar dejar limpio el corazón, depositando debajo de la alfombra de mi cumplimiento las miserias y suciedades.

¿Me mueve el cumplimiento? entonces trataré de hacer lo mínimo posible, fosilizarme en el camino chiquito de las leyes y mandamientos, aplicarme un barniz de conversión. ¿Me mueve el amor? Entonces hasta aplanaré montañas, rellenaré valles, derribaré y construiré, arrancaré y plantaré; porque el que viene merece todo de mí. Es más, todo lo que yo haga en pos de su venida me llena de felicidad, porque experimento ya en cada cosa que hago, su llegada; en cada ‘paleada’ a la tierra para allanar el camino, el vino compartido y la charla íntima. Hago por el que viene lo que él hizo por mí.

3. La tercera certeza es que la iniciativa, terca y amorosa, siempre es de Dios. Puedo preparar, allanar, rellenar, enderezar y nivelar sus caminos en preparación, porque él anteriormente lo hizo conmigo y para mí. Esto es hermoso, vayamos a la primera lectura: “Dios dispuso que sean aplanadas las altas montañas y las colinas...se rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios”. ¡Es conmovedor! Dios lo hace para que no nos pase nada y Él viene protegiéndonos con su gloria. Lo que intentamos hacer nosotros, entonces, es lo que Dios hizo desde siempre por cada uno y por todos como pueblo: preocuparse para que en el camino no nos lastimemos, para que caminemos seguros. Eso habrá sentido en su interior el Bautista, que  lo hizo trasladarse al desierto para escuchar y anunciar. Esa fue la certeza que habitó a Jesús de Nazaret: Dios ama la vida y quiere que caminemos seguros todos juntos y al ritmo del más débil, y por la que se dio por entero. Esa es nuestra certeza cuando nos disponemos a preparar el camino en este tiempo de Adviento. ¡Lo hago porque Dios lo hace todo el tiempo conmigo! Lo hago porque Él ama verme caminar seguro, prepararme para la cena y el encuentro y recibe pacientemente todo lo que le ofrezco. Me voy al desierto porque necesito escuchar su palabra y centrarme en lo verdaderamente esencial. Quiero que ya llegue porque tengo muchísimas cosas por contarle y muchísimas más por escuchar. Allano el camino de mi corazón para que Él venga porque anteriormente Él hizo todo para que no me pierda o lastime, para cuidarme. Por eso, si Dios habita en mí, comienzo a anunciarlo con mi palabra y con mis cuidados para con los más débiles. 

Mucho tenemos por allanar, nivelar y preparar; pero es aliviador saber que el más interesado y comprometido en estas tareas necesarias, con tal de cuidarnos, es Él.

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