Estamos alegres porque somos la alegría de Dios

Dios está a nuestro lado siempre e irrenunciablemente, su presencia cercana, amiga, peregrina, en nosotros provoca alegría y genera conversión.

General - Comunidades Eclesiales12/12/2021 Mario Daniel Fregenal
Alegria de Dios
Gaudete: Alegría

En nuestro itinerario hacia la venida de Cristo, que es el Adviento, hoy nos encontramos en el domingo de “la alegría” (Gaudete en latín, ‘alégrense’). Donde los hubiere, los ornamentos hoy son de color rosado. Veamos en qué consiste nuestra alegría.

Alegría por sabernos acompañados en medio de las dificultades. De hecho podemos pensar en cuántas personas viven tristes por sentirse solas, tienen todas las necesidades cubiertas, viven ‘bien’, incluso con lujo, podemos decir, pero no se saben acompañadas. Fortunas gastadas en consumo y excesos pero que no son más que intentos por maquillar la soledad. Nuestra alegría no tiene tanto que ver con el bienestar o la ausencia de problemas -Jesús no vivió así-, sino que nace de saber que las dificultades, los destierros, las cárceles (Pablo) y cruces, las atravesamos en comunidad y con Dios. Los oyentes de Sofonías estaban experimentando lo peor, deportados en Babilonia y sin libertad ni rey, sin embargo el profeta los invita a gritar de alegría porque “el Señor está en medio de tí” (2 veces por si no queda claro). Pero lo más consolador de todo es que Dios es el que grita primero de alegría; al igual que el domingo pasado, vemos que la iniciativa es siempre su ya: “Él exulta de alegría a causa de tí... lanza por tí gritos de alegría”. ¿Te lo imaginas a Dios gritando de alegría por vos? Esa es la vertiente más profunda de nuestra felicidad. Estamos alegres porque somos la alegría de Dios, Él está feliz con nosotros, te ve y le brillan los ojos. Así nomás. Su alegría provoca la nuestra más profunda y vital.

Además Él quiere caminar con nosotros, en medio nuestro, buscando soplarnos su Espíritu para que hagamos más humano y soñado nuestro mundo. Nos pasan un montón de situaciones desafortunadas que no hubiésemos querido pasar; ninguna de ellas nos la mandó Dios como castigo o para probarnos; de hecho, la mayoría de las veces estas esclavitudes tienen que ver con la mezquindad y el pecado de los hombres, y otras con la indiferencia. Pero ninguna de esas situaciones las enfrentamos en soledad. Dios está a nuestro lado siempre e irrenunciablemente, su presencia cercana, amiga, peregrina, en nosotros provoca alegría y genera conversión, cambio de corazón, de actitudes.

Si Dios se hace cercano a nosotros, su presencia exige de nuestra parte conversión. Las injusticias, los destierros y cárceles, no tienen que ver con Él y su proyecto de vida plena, sino con nuestro pecado. Por lo tanto, debemos convertirnos a fondo. En el evangelio aparece 3 veces, y pronunciada por distintos colectivos, la pregunta: “¿Qué debemos hacer?”. Podemos hacérnosla también nosotros grupal o personalmente y nos hará mucho bien. Necesitamos, en clima de oración que busca, preguntarle a Dios: “¿Qué debo hacer?, ¿Qué debemos hacer?”, porque no nos queremos estancar, porque queremos ser responsables del tiempo presente, porque la realidad cambia todo el tiempo, porque el evangelio nos desafía permanentemente, porque la buena noticia de Jesús nunca pierde vigencia: “¿qué debemos hacer, Señor?”. Y esta pregunta también hacérnosla en comunidad, también en compañía de aquellos compañeros de camino nuestros, aquéllos Juan Bautistas que todos deberíamos tener para poder caminar, para que nos señalen la presencia de Jesús en nuestra vida, para que nos ayuden a discernir su voluntad. Las respuestas las tenemos que buscar con Dios y en comunidad. También debemos ser nosotros guía para tantos y tantas que quieren saber qué hacer, y buscar con ellos las respuestas, los caminos, las señales que dan sentido. De hecho, el Bautista responde a todas las preguntas, pero también sabe captar los interrogantes del Pueblo, sus expectativas y dudas existenciales, y también las responde. Que en nuestra misión de acompañar, sepamos auscultar en el corazón del pueblo sus ansias, preguntas, interrogantes más profundos para, desde allí, buscar la buena noticia de Jesús.

Un motivo más de esta alegría nuestra es que la salvación es para todas y todos. Si Dios camina con nosotros y trastoca todas las relaciones, nuestro comportamiento debe cambiar: por tanto, la exclusión no tiene lugar en nosotros, su Iglesia. La salvación está al alcance de todas y todos, nadie queda fuera, ni los soldados extorsionadores ni los corruptos publicanos; nadie, sin importar su condición; basta que adhiera a este nuevo modo de vivir que es el Reino, en el que además luchamos cuidando la fragilidad de los demás, para que nadie quede excluido de la vida digna, compartiendo vestido y comida, signos de las necesidades más básicas. 

Si bien lo que “debemos hacer” está al alcance de todas y todos, ser más buenos; esto es exigente, pero toda exigencia se transforma en buena noticia cuando ofrece posibilidades de mejorar, de salir del destierro, de responder a nuestro ser más profundo, a la vida hermanada. ¡Hay esperanza!

Si bien el evangelio termina con una imagen fuerte, el fuego inextinguible consumirá la paja, lo que no es trigo; Jesús nos irá precisando poco a poco esta buena noticia, enamorándonos de su Padre tierno, respetuoso del trigo, paciente con nuestro crecimiento y que no se deja alarmar por la presencia de la cizaña. A seguir preparando nuestro corazón, animados porque somos la alegría de Dios, que está con nosotros.

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