El vino nuevo del Reino en nuestras pobres tinajas vacías.

María, llévanos siempre hacia tu Hijo, sólo Él llena nuestras tinajas vacías de contenido, nuestra vida insípida del mejor vino, ese que sabe más rico cuánto más se comparte.

General - Comunidades Eclesiales16/01/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Bodas de Caná
Vinos nuevos

Comenzando el tiempo durante el año la liturgia nos presenta el primer signo de Jesús en el evangelio de Juan: el agua convertida en vino durante una fiesta de bodas. El vino es en la Biblia signo de bendición, alegría y fiesta; también era mencionado al hablar del banquete al final de los tiempos. Su carencia, por lo tanto, simbolizaba angustia, desolación, dolor: viñas que no dan cosecha, uvas amargas, tristeza. Desde allí pensaba en nuestra vida, ¡Cuánta necesidad tenemos que Jesús dé sabor, sentido, gusto, calidad superior a nuestra -muchas veces- aguada existencia! A nosotros también esta pandemia nos está aguando el vino; existen situaciones en nuestra vida que son devastadoras, una enfermedad terminal, un duelo, la falta de trabajo, la pobreza; personalmente también dejamos vaciar nuestras tinajas de lo que nos da sentido, nos alejamos de lo que nos sostiene, la fe, la fiesta, los amigos que hacen bien. Cuando nuestra existencia está insípida cuesta que demos fruto, ser felices, proyectarnos y mirar el futuro con esperanza. Además, cuando vivimos el servicio y el apostolado descentrados, sin tener contacto permanente y fundante con la fuente, Jesús, el centro de nuestra misión, el vino se nos acaba rapidísimo, se nos vacían las tinajas y con ellas nuestros sueños, nuestra entrega sabe vacía o amarga. ¡Tenemos que volver a Él! ¡Escuchemos a María!

¡Cuánto te necesitamos, Jesús! No tenemos mucho para darte, apenas agua; pero vos sacás de nuestros sinsabores vino y fiesta. Vos haces que demos el vino nuevo del Reino en nuestras pobres tinajas vacías. Tu experiencia desbordante de Dios llena nuestros odres, tantas veces mezquinos o ‘cuidaditos’, haciéndolos reventar en vida abundante por doquier. 

Además, al inicio de este caminar la liturgia nos presenta como compañera de camino a una Madre increíble. Una mamá buena y solidaria que siempre se da cuenta de lo que nos falta y pone manos a la obra para que el vino no se acabe en nuestra vida. María, mujer de pies urgentes y manos solidarias, que poco sabe de la teología de la “Hora” en el cuarto evangelio pero que no duda del Dios que la llamó y del lugar que Él quiere ocupar, siempre cercano a los que la están pasando mal, ve una necesidad e interviene, “sin demora”. 

Ella fue el rostro bendecidor que Dios pensó para su Hijo; la mamá buena que el Padre soñó para acompañar los pasos de Jesús, Dios con nosotros. Por eso ella, creyendo en el Hijo que tenía y en el Dios de las promesas, le dice apenas tres palabras: “no tienen vino”. Jesús siente en su corazón que su hora no ha llegado todavía, pero confía inmensamente en su Madre, quien lo fue acompañando de chiquito y siempre lo guió por donde Dios quería, y realiza el prodigio. María, que acompaña la misión del Hijo desde el primer signo de su vida pública (hoy) hasta el final (la cruz), le señalará que el camino del Emanuel es aquel en donde alguien tiene necesidad, en donde el vino se acaba, donde nuestra existencia amenaza con amargarse, donde no tenemos nada en nuestras tinajas, donde no hay motivos para la fiesta. Ahí estará definitivamente Jesús-Emanuel.

María, llévanos siempre hacia tu Hijo, sólo Él llena nuestras tinajas vacías de contenido, nuestra vida insípida del mejor vino, ese que sabe más rico cuánto más se comparte. Ayúdanos a ser como vos, rostro bendecidor y manos comprometidas y urgentes para con tantos a los que la fiesta se les acaba o nunca les llega. ¡Llévanos a Jesús, Madre buena!

Si el segundo domingo de Navidad se nos decía que Jesús es la Palabra del Padre; el domingo pasado, del bautismo, escuchamos que los cielos se abrieron definitivamente con la Vida de Jesús, y se oyó la voz de Dios que comienza a hablarnos en su Hijo. Hoy es Jesús el que manifiesta su gloria para que sus discípulos creamos en Él, pero lo hace luego que su Madre le señalara que nuestra carencia es su lugar. María no sólo le indica el camino del Emanuel a Jesús, sino que además nos lo indica a nosotros: “Hagan todo lo que Él les diga”. El camino seguro para ser sus discípulos pasa por el “hacer”, que supone la escucha previa. 

Jesús es la Palabra del Padre, conociéndolo a Él, conocemos a Dios; escuchándolo, escuchamos al Padre. Pero María no nos dice: “escúchenlo”, sino “hagan”. Ser discípulos de su Hijo Palabra, escucharlo de verdad, exige poner manos a la obra; si no, podemos escucharlo con agrado y luego gritar crucifíquenlo, como aquella multitud. ¿No será un buen momento este comienzo del Tiempo durante el año para poner en práctica cuánto escuchamos en la Palabra? Dejemos de postergar nuestro seguimiento y compromiso (y con ello, la salvación de los demás a los cuales debo acercar), para hacer lo que Jesús nos dice, sabiendo que allí está la felicidad más plena, el vino exquisito y abundante que no se acaba, la fiesta del Reino inaugurada y realizada en cada sorbo, en el cual me lleno de Él, y en cada copa compartida, donde su vida se transforma dentro mío en compromiso urgente. 

Padre bueno, que no nos contentemos con escuchar dominicalmente a tu Hijo Jesús, sino que hagamos realmente lo que Él dice, sin demoras ni excusas, así como María; para que nuestra agua se convierta en el mejor vino y nuestra existencia gris en copa compartida y feliz. ¡Gracias por María y por todas las personas que nos ayudan en nuestro camino de ser discípulos, descubriendo el modo tuyo de ser Dios con nosotros!

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