Gestos y palabras que griten, el amor vence al odio y la paz es el único camino

Un corazón que ama o intenta cada día amar a las demás personas como hermanos y hermanas no puede más que desbordarse en palabras acertadas, pertinentes, vivificantes, sanadoras, habituales, necesarias

General - Comunidades Eclesiales27/02/2022 Mario Daniel Fregenal
Arbol bueno

Continuamos en el mismo lugar de hace algunos domingos, en el llano, escuchando a Jesús conmovido, mirándonos como sólo Él sabe hacerlo. Si olvidamos esto, puede que el evangelio de hoy nos suene a unas simples prácticas morales por cumplir. 

Providencialmente en este tiempo donde la paz es un reiterado pedido de nuestros corazones orantes, y justo antes de comenzar la Cuaresma, en preparación para la Pascua, escuchamos que Jesús nos plantea su sabiduría y su camino con unas sencillas comparaciones. Una de ellas: “No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto”. ¿Por qué nos reconocen a nosotros, a nuestras comunidades, parroquias, grupos? ¿Qué frutos reconoce la gente en mí, mi familia? Es una pregunta que nos puede ayudar a pensarnos a las puertas de la Cuaresma, después de haber escuchado el amor a los enemigos, y en este contexto de guerra. 

Seguramente tenemos mucho de árbol bueno, nuestros frutos alimentan, nutren, son sabrosos, dejan buen sabor que permanece, sacian las carencias más profundas, dejan ganas de querer más, son gratuitos; nuestra copa da sombra y cobijo e invitan a continuar siendo más nosotros mismos, más misión. Los frutos nos alimentan para alimentar nosotros con nuestra vida. 

Pero también deberíamos sacar de nosotros todo lo que de árbol malo tenemos, nuestras obras, nuestros frutos, no alimentan, dan lo mismo que estén o que no; a veces nuestras palabras, comentarios y acciones dejan mal sabor; puede que demos sombra pero no amparo, porque bajo nuestra copa las personas se sienten menos seguras, más sumisas, menos ellas mismas, generando dependencia; hay en nuestros frutos incapacidad para generar vida, llegando muchas veces a acabar con ella. 

Que en este tiempo litúrgico tan sentido que vamos a comenzar, nos animemos a podar o arrancar de raíz de nosotros esas actitudes que son de árbol malo y que todos tenemos. 

Hagámoslo siempre bajo la mirada buena de Jesús, que de nuestras podas y caídas puede generar más vida. Porque hasta nuestros desechos pueden generar vida como abono, calor en leña, y música en instrumento. Pero tenemos que poner con honestidad nuestras miserias en sus manos artesanas.

“¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Nuestro árbol bueno se tiene que preocupar de cosechar una mirada cuidadamente limpia para ver a Dios en todo, aún en este contexto de guerra, aún en los de enfermedad y duelo; pero también para descubrir a Dios en la vida de las demás personas que son mis hermanos y mis hermanas; en la hermosa creación que debo cuidar como la cuida Él. Esta mirada me hace trascender los balances y números, para llegar a las personas concretas a las que éstos perjudican; me hace superar ver al otro como mero opositor para sentirlo hermano con ideas distintas, tan legítimas como las mías; me hace rechazar cualquier argumento que legitime una guerra, por más razonable que sea, porque se duele de las personas que la sufren, de los miedos que se generan y del futuro que se niega. Si no tengo una mirada sana, limpia, cuidada, de Dios, en vez de corregirlo, de sacarle la 'basurita' que obstruye su mirada, para que pueda ver bien, lo termino dañando, lastimando, dejándolo peor y alejado de mí, porque no tengo una mirada capaz de corregir con amor. No sólo está en juego mi ser bueno, mi santidad, sino también la salud del ojo de mi hermano y quizá sea yo la única persona que puedo ayudarlo. Tengo que lograr que él vea por sí mismo, y no desde mi perspectiva. Tenemos la certeza de que si cada uno conecta con el ser más íntimo, dónde habita Dios, encuentra la verdad. Pero si tengo una viga en el ojo, que me hace ver todo desde pobres categorías y no desde la verdad que hace libres, pierdo yo pero también pierde mi hermano. ¡Tanto tenemos para trabajar!

“de la abundancia del corazón habla la boca”. Si por nuestro árbol circula la vida incontenible de Dios que da fruto abundante, eso se expresa en una mirada que lo descubre en la historia, en un compromiso por sembrar y generar más vida, con la necesaria poda de lo que atenta contra ella; y también en palabras de un potencial irrefrenable que crean realidades de vida plena.

Un corazón lleno de Vida, de rostros, de historias, que de tantas caídas y heridas es compasivo con las caídas y heridas ajenas; un corazón que integra opuestos amándolos, que ayuda a reconciliar porque nadie tiene que vivir con rencor amargo adentro; un corazón que a veces, de tan herido, no puede perdonar, reconciliarse, pero se plantea una y otra vez la noble empresa de no generar más división, no crear más odio, no envenenar a otros. Un corazón que ama o intenta cada día amar a las demás personas como hermanos y hermanas no puede más que desbordarse en palabras acertadas, pertinentes, vivificantes, sanadoras, habituales, necesarias: estoy orgulloso de vos, te agradezco por cómo sos con él, con ella; te quiero, gracias, perdoname, qué bendición tu amistad, son los hermanos que quise tener, etc. En este tristísimo tiempo que estamos viviendo, que nuestros gestos y palabras griten que el amor vence al odio y que la paz es el único camino, nunca pero nunca la guerra.

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