
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
El evangelio de hoy nos enseña que somos cotidianamente tentados a traicionar lo más bello que tenemos para dar a este mundo; a ser lo que nos aleja de nosotros mismos, de nuestra verdad más profunda; alejándonos con ello de los demás, negar a los hermanos y hermanas; consiguiendo así, a la negación de nuestro Dios.
General - Comunidades Eclesiales06/03/2022Cada año, el primer domingo de cuaresma leemos el evangelio de las Tentaciones. “Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán (su bautismo) y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado”. De este modo asume los 40 años de marcha del pueblo por el desierto, camino de avances y retrocesos, de promesas y caídas, de fidelidad e idolatría. Jesús debe asumir esa historia de tentación y pecado del pueblo de Israel, para allí vencer. Por eso el Espíritu lo conduce “al desierto”.
Jesús, lleno de Dios, va al lugar de lo esencial, de la prueba, del encuentro consigo mismo, donde mora Dios; lejos de las voces que, con buena o mala intención, distorsionan su voz inconfundible que nos habita. Al iniciar su vida pública, su huella honda de anuncio y buenas noticias, peregrina interiormente a lo más verdadero de sí. Precisamente allí el enemigo lo acecha.
El evangelio de hoy nos enseña que somos cotidianamente tentados, de comienzo a final. Tentados a traicionar lo más bello que tenemos para dar a este mundo, a ser lo que nos aleja de nosotros mismos, de nuestra verdad más profunda; alejándonos con ello de los demás, negarlos hermanos y hermanas, consiguiendo así a la negación de nuestro Dios, Padre de todas y todos. En definitiva, la tentación es a traicionar nuestra misión en la historia, a no vivir en plenitud, libremente, ser menos hijas e hijos. A la luz de las tentaciones nos podemos hacer algunas preguntas para ayudarnos a vivir este hermoso tiempo de regresar a quién confía en nosotros, nos ama y espera.
Jesús responde a la primera tentación, que tiene que ver con las necesidades básicas: “El hombre no vive solamente de pan”. Claro que el alimento, al igual que todo lo que signifique una vida más digna, es una necesidad profunda, que debe ser atendida; pero dice Jesús que eso solo no basta, no debemos descuidar el hambre de Dios, la sed de infinito que late en cada corazón. En Él encuentro realmente lo que llena, lo primordial y más necesario. Muchas veces vivimos siempre pensando en lo material, en el bienestar, en las necesidades básicas pero olvidándonos de Dios. Nos podemos preguntar: ¿No vivo sólo de pan? ¿Nuestras preocupaciones no rondan en cubrir las necesidades básicas y nada más? ¿Tenemos realmente hambre y sed de Dios? ¿Consideramos una necesidad básica la fe, la vida de Dios, el rezar? ¿Qué lugar le damos a Dios en nuestra vida, en nuestras cosas, nuestras decisiones, nuestro trabajo, nuestra vida social, nuestras publicaciones? Muchas veces las pequeñeces, mezquindades, desvíos, rutinas, lo urgente, nos hacen descentrarnos, perder el eje, olvidarnos de quién es el que nos sostiene cotidianamente. Por eso este tiempo de Cuaresma es tan propicio para volver a Dios, ponerlo en el centro, buscar alimentarnos de su Palabra para, desde ella alimentarnos, del pan material que reclama ser compartido con los que menos tienen.
A la segunda tentación, la de postrarse ante el demonio para conseguir riquezas, lujo, placeres, beneficios, reinos; Jesús responde que sólo a Dios debemos adorar. Vivir de cara al Padre, adorar a un Dios que nos ama como sus hijas e hijos que somos, hace que Él nos envíe a los demás, a sus hijos más dolidos, heridos, rotos. No es un Dios celoso que reclame exclusividad sino que desde su amor compasivo, centrando mi vida en Él, aquella persona que antes me parecía lejana es ahora mi hermana. Adorándolo voy comprendiendo en el corazón que su proyecto para mí es la vida más plena, esa que se comparte y enriquece. Es bueno poder preguntarnos: ¿Ante qué cosas me postro? ¿Por qué o por quien me arrastro? ¿Tras qué recompensa corro? ¿Por qué cosas me desgasto? ¿Quién ocupa el centro de mi vida? De todo lo que no sea Dios, o lo que no me conduzca a Él, debo ayunar; muchas veces será la comida, otras quizá el celular, muchísimas otras el dinero o el ansia de bienestar, quizá alguna relación, la televisión, el juego, las redes sociales, el consumo o por ahí algún comentario o chisme.
Sólo ante Dios debo postrarme. Él es el único que no reclama alabanza para sí, sino que, al alabarlo nos abraza y llena de besos como al hijo pródigo, nos levanta, nos reconforta y nos hace parecidos a Él, buscando incansablemente que la vida sea fiesta y que nadie se quede sin lugar. Porque si vamos al evangelio, Jesús innumerables veces se postró, no hubo dolor que lo haya dejado sin inclinarse; desde la suegra de Pedro hasta el lavatorio de los pies pasando por tantos rostros y tantas historias a las cuales su agacharse hizo mejores, dignificó. Postrarnos como Él es el camino.
En la última tentación el enemigo utiliza la misma Palabra de Dios para tentar, y consiste en exigirle pruebas a Dios, obligarlo a realizar algún prodigio para creer. Toda la vida de Jesús transcurrió presintiendo interiormente la presencia inconfundible de su Abbá bueno, a veces en las madrugadas cotidianas y existenciales, entre penumbras; y otras en las confirmaciones que recibía a través del contacto con la gente humilde. Nuestra vida está llamada a lo mismo, a caminar tras las huellas peregrinas de Jesús, esas que iban desde las periferias hacia su interior profundo, rumiante y buscador. Tratar de encontrar a Dios que se hace presente en nuestra vida también a través de las personas.
Jesús rechazó tentar a Dios, pedirle signos, pruebas de amor, de su compañía. A Él le bastaba saberse “Hijo amado del Padre”, ahí fundaba su confianza, eso lo sostenía. ¿Y nosotros? ¿Creemos que Dios camina a nuestro lado, que nos cuida y sostiene, o necesitamos pruebas, signos o algún prodigio? ¿Tengo contacto asiduo con la Biblia para poder interpretarla como Palabra de amor para nosotros?
A la luz de este evangelio pensemos en nuestras tentaciones, todas buscan que traicionemos lo más lindo que tenemos, que no dejemos actuar en nosotros al Dios que nos habita, a perjudicarnos a nosotros mismos y también a los demás. Con Jesús vencemos toda tentación. Basta que le demos lugar, que lo pongamos en el centro de nuestra vida y de nuestras opciones; que lo encontremos postrándonos ante la humanidad dolida y que confiemos en su presencia cercana, permanente, discreta a nuestro lado, que nos invita a entregarnos y amar.
Lecturas: /contenido/470/1o-domingo-de-cuaresma
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?
Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
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“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",