Nuestra misión es orientar toda nuestra vida a Jesús.

Lo verdaderamente decisivo es orientar nuestra vida a la de Él, que siempre es entregada y por amor. Siempre tenemos que orientar nuestra vida hacia Jesús, direccionar nuestras elecciones desde Él y hacia Él.

General - Comunidades Eclesiales10/04/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Ramos

La liturgia del domingo de ramos reúne la alegría y el dolor, la aceptación y el rechazo, la entrada exitosa, la de un rey mesías; y la peor muerte, la de un malhechor. Hoy leemos dos evangelios, el de la entrada triunfal para gritar ‘Jesús, reina en mi vida’, y luego el de la pasión, donde cambiamos a Jesús y su propuesta de vida entregada y feliz, por la de cualquier Barrabás.

Nuestro corazón es un poco así, como el de la multitud, recibe feliz a Jesús pero luego lo rechaza, quiere seguirlo hasta el final pero por distintos motivos lo abandona. En Jesús tenemos la propuesta de la vida más plena, la más feliz y necesaria. Pero esa vida plena pasa por la entrega convencida para que todas y todos vivamos más humanos y felices, es decir: el Reino de Dios.

Sin embargo, rezando el evangelio, me parece que no habrá sido la misma gente la que alaba y rechaza; me niego a creer que eran las mismas personas las que recibieron a Jesús con alabanzas y las que se dejaron llenar la cabeza en su contra para pedir la crucifixión. Porque el amor nos hace conocer de verdad a la persona amada y por ella darlo todo; digan lo que digan. El amor nos hace conocer en profundidad, y ellas sabían bien quién era Jesús. Es más, a causa del encuentro con Él, ellas sabían más de sí mismas. De hecho, si hacemos zoom en esa multitud, si empezamos a hacer primeros planos, veremos llorar a Bartimeo, ese que era ciego y mendigo, el último prodigio de Jesús, que ya no lo podía abandonar y que hace unos días estaba feliz como nunca. También estará la mujer casi apedreada por adúltera, que encontró el sentido de su vida en ese que la salvó y que ahora están maltratando. 

Con mucho esfuerzo, a causa de su estatura, veríamos a Zaqueo, ahora de apariencia más humilde y más cercano a la gente, que quisiera volver a recobrar sus bienes para comprar la libertad de aquel huésped que, entrando a su casa, lo cambió todo para siempre. Ahí está Simón de Cirene, quien sintió de cerca los esfuerzos y quejidos de Jesús, para que la cruz no le pese tanto a él, obligado y honrado a la vez en ayudarlo. Incluso Barrabás, quien deseaba su libertad como agua, habrá visto como nunca la verdad en unos ojos, y con ella las ganas de intentar otros caminos. Ni el mismísimo Judas, arrepentido, alejándose de todo y de todos por haber tomado la ‘casi’ peor decisión de su vida, entregando a su Maestro bueno. Sumemos a los personajes que conocemos del evangelio y tantos otros anónimos a los que Jesús habrá hecho más felices, además de “sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado”. Cada uno de ellos -como tampoco nosotros- jamás podría gritar en contra de Jesús, porque lo estarían haciendo en su propia contra, ya que el encuentro con Él había incendiado para siempre sus corazones. Gracias a Él eran más ellos mismos. Las mujeres son, junto con el buen ladrón, las únicas que tienen un trato bueno para con Jesús, que miman su corazón agitado de amor y dolor. Por eso me niego a creer que siquiera una de las personas mencionadas gritó en contra de Jesús. Porque los que se encontraron en verdad con Él, que contemplaron de cerca, sin prejuicios y con apertura de corazón, esa vida descalza y peregrina, jamás lo pudieron abandonar, muchísimo menos gritar en su contra. Creo que somos un poco todos nosotros. También queremos ir con Él hasta el final pero nos cuesta, como a ellos.

¿Pero qué iban a hacer? ¿Cómo defenderlo? La violencia de los romanos era inhumana, eran muchísimos y por todos lados, estaban armados, eran el poder opresor. Además ellos eran pobres, discípulas y discípulos de quién sabía bien lo que le esperaba, porque Él había hablado de lo mal que sería tratado en Jerusalén, y a pesar que ellos intentaron impedírselo, Jesús por la causa del Reino en el que vivamos más hermanos y felices, estaba dispuesto a darlo todo. ¿Qué hacer por Jesús? ¿Nada?

Me hizo mucho bien detenerme en “la distancia”: “Pedro lo seguía de lejos”, “amigos y mujeres permanecían a distancia”. Quizá pueda sonar a mediocridad, a tibieza y cobardía. Pero creo que es esperanzadoramente consolador para nuestros intentos de seguir a Jesús siempre. Ellos están a distancia pero orientados hacia Jesús, no lo pueden abandonar. Su corazón está pegadito al suyo, lloran, se duelen, se preocupan por Él a pesar de ellos mismos. ¡Y eso Jesús ve, valora y agradece! Él sabe que ellos contra los romanos no iban a poder, así como nosotros con eso que nos está superando, tampoco. Jesús nos comprende y espera. Él valora que estemos aunque sea a distancia pero hacia Él.

Nuestra misión siempre es orientar toda nuestra vida a Jesús. No sólo cuando voy a catequesis, o cuando estoy en un grupo juvenil, o me toca acompañar a mis hijos. ¡Siempre! A veces parecería que seguir a Jesús es cosa de tiempos y compromisos, ‘pasa que trabajo toda la semana’ (como que los que están en la Iglesia no lo hacen también). Bien sabemos los que hicimos experiencia que con Él está la vida más feliz. Tenemos innumerables testigos de ello: matrimonios que acompañan el campamento juvenil todo un fin de semana; personas que se reúnen hasta altas horas de la noche, teniendo que madrugar al otro día, para preparar el retiro de otras personas que ni conocen; jóvenes que entre mil parciales y finales se hacen el tiempo para llenar de vida patios y canchitas; personas que visitan enfermos, estando ellas mismas enfermas; otras que intentan de mil modos que una familia tenga una vida más digna, que esa abuela tenga remedios, que nadie se sienta solo; otros que colaboran llevando y trayendo misioneros al lugar de misión; catequistas que a pesar de correr toda la semana por trabajo e hijos, los fines de semana lo dan todo. Tantos servicios nos hacen seguir a Jesús, no siempre de la misma manera, no siempre con la misma cantidad de horas ni la misma vitalidad. Pero siempre con la mirada puesta en Él, que es lo realmente necesario.

Lo verdaderamente decisivo es orientar nuestra vida a la de Él, que siempre es entregada y por amor. Tengamos la edad que tengamos, estemos en la etapa de la vida en la que estemos, siempre tenemos que orientar nuestra vida hacia Jesús, direccionar nuestras elecciones desde Él y hacia Él. 

Porque si bien Pedro lo negó, los demás lo dejaron sólo por miedo, muchos no podían hacer nada para defenderlo; todas y todos tenían puesto su corazón en Jesús. No era mediocridad, no era que no se jugaban en verdad por Jesús, Él sabía lo difícil que era y se preocupaba por ellos. Su amor es el que los hace poder cada vez más. Ese amor, ese saberse incondicionalmente amados, hará que llegada la hora, ellos mismos den su vida por Él. Por eso tenemos que tener el corazón orientado al suyo, a su amor.

Hoy iniciemos algo nuevo, Jesús valora todo lo nuestro, no quiere que nos vaya mal y sabe que lo seguimos más de cerca o a distancia pero lo seguimos; que, como Pedro y los demás, tenemos el corazón orientado hacia Él. Que poco a poco hagamos relucir este corazón y nos acerquemos más a Jesús, porque allí está la felicidad más profunda, la que necesitamos, y nuestra identidad verdadera. Esto es personal y comunitario. ¿En qué te podrías acercar más a Jesús en esta Pascua 2022?

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