
Estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
No mira puntillosamente nuestro pecado, lo que fallamos, nuestra mediocridad. Él mira con amor nuestro corazón que ama seguirlo, aunque a tientas.
General - Comunidades Eclesiales08/05/2022Estamos en el domingo del Buen Pastor, así es como llamamos al cuarto domingo de Pascua. El evangelio es sumamente breve. Jesús está polemizando con la dirigencia judía, en Jerusalén, durante la Fiesta de la dedicación del Templo.
“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”, dice Jesús a estos judíos que claramente ni lo escuchaban ni lo seguían, por lo tanto no eran de sus ovejas, como sí lo eran sus discípulos. Me gusta que precisamente de ellos Jesús dice: “yo los conozco, ellos me siguen”. Esos discípulos son los mismos que lo dejarán solo y que venían siguiéndolo titubeantes, sin comprenderlo del todo, y Él lo sabía. Me viene al corazón la respuesta de Pedro del domingo pasado, ‘Jesús vos sabés todo de mí, que te alejo, abandono, niego y dejo, pero sabés que te quiero’. Jesús afirma que nos conoce, conoce a sus discípulos, y lejos de decir: ‘mis ovejas dejan mucho que desear, son tan pecadoras, no me entienden, pelean por los primeros puestos, me venden o me cambian por nada, no me dedican tiempo, se olvidan de mí, me niegan, etc’; dice: “yo las conozco y ellas me siguen”. ¡Cómo no encontrar consuelo en estas palabras! ‘¿Jesús, estás hablando de nosotros? ¿Te referís a mí, con lo mediocre que soy?’ ¡Así es!
Jesús mira con amor nuestro seguimiento. Así miraba los tímidos pasos de sus discípulos, de Pedro, Tomás, el resto. No mira puntillosamente nuestro pecado, lo que fallamos, nuestra mediocridad; todo eso le duele, claro que sí, y quiere sanar, porque mucha gente se acercará a su Vida plena, a través de nuestro testimonio, además, porque el pecado nos autodestruye y aleja de la felicidad plena que Él quiere regalarnos. Sin embargo, Él mira con amor nuestro corazón que ama seguirlo, aunque a tientas; que promete fidelidades pero huye ante la primera oportunidad de compartir su cáliz; que quiere ir mar adentro pero se acomoda demasiado fácil en la orilla. Él sabe todo lo que podemos dar y eso ve en nosotros. Los pocos panes que podemos ofrecer, Él los multiplica en seguimiento y vida feliz. Sintámonos mirados amorosamente por Jesús, que nos conoce en plenitud y agradece que lo sigamos, a pesar de no entenderlo del todo, a pesar de nuestros pecados que, sólo con su ayuda y siempre en el camino, vencemos.
“Yo les doy vida eterna: ellas no perecerán jamás”. Jesús, nuestro Buen Pastor resucitado, sigue vivo en su Iglesia peregrina, que respira su Espíritu. Él nos da su mismísima Vida divina, esa que compartimos en abrazos eternos, en gestos pequeños y definitivos, en mates y visitas de cielo, en misas y compromisos solidarios por hacer realidad el sueño del Padre. Cada vez que realizamos algún gesto de amor, cada vez que buscamos compartir, hacemos circular a través de nuestras pobres manos y gestos, la misma vida del resucitado, esa vida que ya no muere, que es definitiva, eterna. Jesús está habitado por esa Vida que se hace certeza de resurrección. A esa existencia eucarística, vida compartida y ofrecida hasta el extremo, nos invita con la certeza que la muerte no puede hacer más que desplegarla definitivamente al infinito. Tenemos la vida de Jesús en nosotros, esa vida no muere sino que se plenifica en el encuentro definitivo con Dios. ¡Qué buena noticia! Por eso Jesús va a donarse hasta el extremo por sus ovejas. Porque esa vida que late en Él y nos comparte a cada uno de nosotros no puede terminar, sino que se actualiza en cada gesto y en cada entrega. Viviendo Jesús en nosotros, nuestra misión es compartir su vida para tener más, ya que ésta ‘se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad’. Cuando ayudes a un anciano, des tu asiento en el bondi, ores a solas en tu habitación, compres un poquito más para dejar una bolsita en cáritas, te sepas el nombre del que pide en la calle, reces por los que te caen mal, celebres el domingo, salgas de vos y te comprometas con los más heridos, sentí que es la Vida resucitada de Jesús que te habita y llega a través tuyo a muchos que la necesitan. Así tenés más Vida.
Por eso, el seguimiento desinstalado será lo decisivo: “ellas me siguen”. ¡Qué desafío seguir de verdad a Jesús, nuestro Buen Pastor! ¡Él cuenta con nosotros! Nos conoce, sabe todo lo que podemos dar, ve iluminarse nuestros ojos cuando nos hace arder el corazón en el camino, y también sabe y se duele de nuestra mediocridad que pierde y nos pierde, esa que nos hace alejarnos de sus pasos y sus opciones para refugiarnos en nosotros mismos, nuestros mundos de vida cómoda e infeliz. Por eso Jesús cambia nuestra lógica egoísta de un Dios a nuestra disposición. Porque como ovejas a veces pensamos que Él tiene que cuidarnos, sanarnos, estar a nuestra disposición; en definitiva, estar donde estamos nosotros. Pero es al revés. Dirá: “ellas me siguen”, somos nosotros los que tenemos que seguirlo a Él, que nos desafía permanentemente llevándonos a otros márgenes, conociendo otros campos, desviviéndonos en pos de la oveja herida, caminando largas distancias para encontrar a la perdida, sosteniendo a la que está cansada o desacelerando el paso, hermanándonos con la más ‘rota’. Jesús nos quiere ovejas en movimiento, seguidoras de su huella compasiva e incansable, desinstaladas, peregrinas. ¡Claro que hay territorios adversos! ¡Por supuesto que hay peligros, miedos! Pero vamos con Él. Recordemos nuevamente a Francisco: 'prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad'. Siempre tenemos la certeza que vamos con nuestro buen Pastor, ese que se abraza al Padre, siendo uno con Él. Precisamente en ese abrazo de Dios entramos todos nosotros, nadie queda afuera, nada nos puede pasar, nos tiene entre sí; por eso, en ese abrazo avanzamos y no tememos ni cañadas oscuras ni ningún mal. ¿A qué territorios siento que Jesús me quiere llevar? ¿Qué sentí al leer esto?
Lecturas: /contenido/499/el-buen-pastor
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del Resucitado.
Dejemos que Jesús camine esta semana santa junto a nosotros, hagamos que nuestra Jerusalén se transforme en espacio de Salvació.
Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.
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Hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
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“El pontificado de Francisco, señaló su eminencia Cardenal Rossi, fue un pontificado gestual, porque con sus palabras, pero sobre todo con sus gestos, nos hizo saber que otro mundo es posible",
Actualizaste y tradujiste el Evangelio de nuestro Señor al lenguaje de los nuevos tiempos.
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