
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Queremos arder como vos, Jesús, dar calor, iluminar, guiar, y encender!. Jesús, no nos dejes en paz, encendenos, que queremos ser felices en la mesa larga con vos.
General - Comunidades Eclesiales14/08/2022Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”. Jesús era un enamorado de la Vida más plena, el Reino, sus gestos abrasaban y su palabra encendía. La imagen del fuego, asociada inmediatamente al castigo, expresa muchísimo más. Vemos el caminar tierno y decidido de Jesús, su entrega por los más postergados, su decisión de darlo todo por el reino de la mesa larga y con lugar para todas y todos; lo contemplamos y le pedimos también nosotros: ¡Jesús, encendenos! ¡Qué tu fuego nos vuelva a forjar según tu corazón! Mira que somos duros y nos cuesta compartir; sólo tu llama puede moldear el acero de nuestra indiferencia. ¡Ayudanos, encendenos, moldeanos!
Porque tenemos ideales altos y queremos serte fiel y darlo todo, pero nuestra pasión, como la semilla entre espinas, se va sofocando y apagando; Jesús, contagianos tu pasión por la humanidad plena y la vida compartida, que no nos dejemos vencer por la cotidiana adversidad ni las grandes pruebas, los decisivos bautismos. ¡Contagianos tu fuego, Jesús!
Porque también caminamos a medias, dispersos, mediocres, con nuestro sí moderado, y nuestra entrega medidamente prudente. Nos cuesta jugárnosla y arriesgar nuestras seguridades; ayudanos a vencer nuestra tibieza para que arda en nosotros todo lo que no nos deja encender; que tu llama amorosa ilumine nuestras frías oscuridades para que podamos abrazar y comprender nuestros complejos, fragilidades y miedos, e iluminar así, con nuestra vida, nuestro camino y el caminar de los y las demás, siendo testigos luminosos de tu pascua y del fuego que nos hace hablar el idioma del amor que se la juega hasta el final.
Jesús, danos tu ardor, tu intenso deseo porque el Padre reine en nosotros, nuestras familias y estructuras. Porque lo deseamos, pero la mayoría de las veces, poquito y de a ratos. En cambio, vos deseabas arder: “qué angustia siento hasta que esto se cumpla”, tu vida fue y es fuego, que pelea dramáticamente con nuestra leña verde de seguimiento inmaduro. Queremos arder como vos, Jesús, dar calor, iluminar, guiar, y encender.
Desde allí se entiende la enérgica frase de Jesús. “¿Piensan que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”. La urgencia del Reino, su ardor, era demorado por una religión alejada de Dios; por la opresión de los poderosos y la mezquindad que muerde a ricos y a pobres, aunque siempre más a los primeros. El reino de vida plena para todas y todos no admite tibieza ni mediocridad. Claro que Jesús es paciente con nuestra llama débil, pero también sabemos que en la medida que nos acercamos a su fuego, ardemos. Por lo tanto, no hay lugar para la neutralidad, hay que acercarse a Él y arder con todo lo que somos.
Porque si dejamos las cosas como están, la tan ansiada paz, seguirá siendo disfrutada por los mismos de siempre y de todas las épocas; y nosotros deseamos una paz construida sobre las bases de la justicia, paz para todas y todos.
Porque entrar en la dinámica del Reino, que es fuego, hace que estemos en permanente movimiento, alejándonos de las seguridades, privilegios, méritos que nos plantea el hogar y la familia. Jesús mismo lo vivió, y María poco a poco fue abrazando la misión de su hijo, incluso hasta la cruz.
Porque Jesús quiere la familia amplia, esa que ensancha su corazón para dar lugar a los que están solos, para compartir con los que menos tienen, para caminar con los más débiles y necesitados; solidaria, cercana, comprometida.
Claramente este estilo, esta vida, este modo distinto de caminar como discípulos suyos, genera división. Pasa en las familias, Jesús bien lo sabe y lo expresa; pero también pasa en todas las comunidades. Sino miremos nuestras parroquias y grupos. ¡Cuántas tensiones genera lo nuevo, dejar las seguridades adquiridas! ¡Cuántas divisiones por dar lugar! ¡Cuánto nos cuesta hacernos cargo de los heridos! ¡Cuánta paz nos quita abrirnos y dar lugar a los que no piensan como nosotros, a los que no tienen una vida moralmente aceptable, a los que padecen todo tipo de consumo, a los que tropiezan y les cuesta levantarse! ¿Acaso aquí no surgen malestares, divisiones, discusiones? Y está bien que sucedan porque queremos ser fieles a Jesús y a su proyecto de vida feliz para todos.
Es como si Jesús nos dijera: ‘si abrazas mi proyecto, si te dejas encender por el fuego de Amor que compartimos con el Padre, no te vamos a dejar en paz, pero vas a ser tan pleno y feliz que tu vida encenderá a otros, haciendo cada vez más visible y cercano el Reino de vida plena’.
Jesús, no nos dejes en paz, encendenos, que queremos ser felices en la mesa larga con vos.
Lecturas: /contenido/552/la-centralidad-de-jesus-en-nuestras-vidas
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.