El evangelio de Jesús es un grito de Vida entregada y, por ello, resucitada y feliz.

La fiesta del Reino comienza acá y, más allá de lo distinto que será, tiene mucho que ver con lo que hacemos cada día, cómo nos comportamos entre nosotros, cómo seguimos a Jesús.

General - Comunidades Eclesiales06/11/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
su amor es eternamente fiel

La escena del evangelio de hoy sucede en Jerusalén, a pocos días de la pasión y muerte de Jesús. El contexto es de manifiesta oposición hacia su persona y su propuesta. Había expulsado a los vendedores del Templo y enseñaba todos los días en la explanada del mismo. Allí, distintos grupos se le presentan en diferentes momentos, y Él confronta con todos ellos. Así llega el turno de “algunos saduceos, que niegan la resurrección”. Para ellos todo se resolvía acá y el único responsable es el ser humano, al que Dios bendice según sus actos. ¡Es obvio que a ellos les iba bien! Eran la clase pudiente, tenían buen pasar, se sentían bendecidos y mejores. Pienso en nosotros, en las veces en que, sin necesariamente negar la resurrección o tener una buena posición económica, nos creemos los únicos protagonistas de lo nuestro, nos olvidamos de Dios, de rezar, de escucharlo, de su comunidad, de dar gracias por todo lo que tenemos; o cuando nos creemos merecedores por nuestro comportamiento, o cuando vivimos centrados en nosotros, nuestro bienestar, nuestro mundito; o cuando condenamos a los que no tuvieron tantas oportunidades como nosotros, o no les va tan bien, o no tuvieron quien les transmita la fe y nos creemos superiores. Los saduceos trataban con desprecio al pueblo que necesita creer en la resurrección. Desde otro lugar, me gusta ver a Jesús, que hace de la cruz y el rechazo, posibilidad para anunciar a su Padre y su reino; también su propia identidad y la nuestra, quién es Él y quienes somos para Él. Por lo tanto, si atravieso alguna cruz, alguna fragilidad; si estoy triste o las cosas no me salen; si experimento el fracaso o estoy angustiado, también puedo hacer de todo ello anuncio y buena noticia para los que están pasando lo mismo que yo. Dios sigue caminando a nuestro lado. No nos puede abandonar. Este convencimiento nos hace darlo todo a pesar del dolor que puedo estar pasando. La primera lectura es un bello texto para animarnos: dar la vida, convencido, a pesar del dolor y la falta de pruebas.

Jesús responde desde su experiencia, desde lo que sentía en la hondura de su corazón buscador, en el que latía la vida de Dios: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos viven para Él”. Les cita la escritura, la oración que ellos mismos rezaban. Dios vive siempre inclinado hacia nosotros, hacia nuestra historia de luces y sombras. Nuestro Dios, el Papá de Jesús, es un Dios que ama y no puede hacer otra cosa más que amarnos. Es fiel y comprometido con cada generación, a la que cuida y libra, a pesar de las infidelidades de éstas. No puede dejar de hacerlo porque su amor nos cotiza muy importantes. ¿Cómo vamos a morir? El evangelio de Jesús es un grito de Vida entregada y, por ello, resucitada y feliz. ¿Cómo va a morir el abrazo que sigo sintiendo a pesar de la distancia? ¿Cómo va estar condenado a la nada el beso materno, los esfuerzos de ese papá por sus hijos?, ‘todos vivimos para Él’. En cada entrega, comprometidos a fondo en el más acá, vamos haciendo vida y realidad el abrazo más profundo de Cielo con el Padre que nos espera, y que en el mientras tanto del encuentro definitivo, nos acompaña con amor, a nosotros y a cada generación. Ya vamos pregustando cielo y vida eterna en cada patio, hogar, anuncio, mesa compartida y visita en la que Jesús se hace presente con nosotros. Ya en esta peregrinación experimento plenitud en la compañía del Maestro, que me invita a marchar solidario y hermano. Por eso camino con la mirada puesta en aquel abrazo pleno y definitivo, pero abrazando cada fragilidad y herida que encuentro en el camino. ¡Cuán consolador este evangelio en la semana en que rezamos por nuestros difuntos!

"¿De quién será mujer?". Más allá que no sea el mensaje central del evangelio, me detenía en el lugar de la mujer. ¡Qué duro y desplazado de aquel que Dios soñó para ella desde el comienzo! Varones y mujeres no son más que hijos e hijas para Él. En el ejemplo que le presentan los saduceos a Jesús, la mujer es tratada como propiedad del varón, un bien del que se hace uso, un objeto sin voluntad.

Para la ley judía, la ley de levirato (cuñado), estaba destinada más a cuidar los bienes de la familia del esposo que a la viuda. Es necesario casarse con ella, para que los bienes continúen en la familia patriarcal. Por lo tanto, no importa la viuda, mucho menos el amor. Ella es propiedad del varón, quien tiene la obligación de continuar la descendencia. Hoy podríamos llamar a esto cosificación, abuso, invisibilización, pero para la ley judía era lo que se debía hacer. 

Jesús se opone a toda clase de abuso. Ni de las cosas, ni de la creación, muchísimo menos de las personas. ¡Con cuántas mujeres habrá hablado Jesús de esto! ¡Cuántos dolores hicieron en su corazón enseñanza y buena noticia! Él vino a anunciarnos que su Padre nos quiere plenos y felices, ¿qué plenitud podría sentir la viuda? Por eso responde que en la otra vida “no se casan, no pueden morir porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios”; allá todos somos iguales, porque Dios desde el principio nos soñó así. De hecho, el evangelista Marcos, fuente de Lucas, es todavía más taxativo: “ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos”. Allá, en la otra vida, todo consiste en el amor en plenitud, pero en esta vida debemos caminar hacia el amor que busca equidad, justicia, plenitud en camino. ¿Quiénes están hoy desplazados de la dignidad soñada por Dios para todas y todos, desde el comienzo? La fiesta del Reino comienza acá y, más allá de lo distinto que será, tiene mucho que ver con lo que hacemos cada día, cómo nos comportamos entre nosotros, cómo seguimos a Jesús.

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