
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
¡Que necesario es narrar la propia experiencia de Dios! Lo que Jesús hizo en mi historia, y en la de los demás. ¡Somos sus testigos!
General - Comunidades Eclesiales11/12/2022La liturgia del tercer domingo de adviento nos invita a la alegría; alegrense; gaudete en latín. Alegría que nos hace compartir nuestra experiencia de Dios, que nos hace gritar con María: "el Todopoderoso ha hecho en mí grandes maravillas", y con los apostóles: "nosotros somos testigos de estas cosas".
"Vayan a contar lo que ustedes oyen y ven" es lo que Jesús responde a los enviados del Bautista. Comenzamos leyendo que "éste oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo", y Jesús lo invita nuevamente a escuchar lo que dicen sus discípulos. Juan conocía las promesas del Antiguo Testamento (basta releer el salmo de hoy); había anunciado la misión del Mesías, su fuego; pero, Jesús lo inivita nuevamente a oír, a escuchar lo que el evangelio va gestando en el corazón del pueblo, cómo éste hace vivir mejor a la gente, lo invita a hacer memoría del Dios del Éxodo, que acompañó la liberación del pueblo, lo invita a escuchar nuevamente la Palabra resonada en el corazón de sus discípulos, sin condicionamientos, sin ideas preconcebidas con anterioridad, desde ese corazón solidario con el pueblo, que lo hizo trasladarse hasta el desierto para prepararlo; confiando en su honestidad de hombre de Dios, profeta y mensajero.
¡Que hermosa invitación para este tiempo de adviento, el volver a escuchar! Ponernos nuevamente en el lugar de discípulos y discípulas, y al oír la Palabra que nos hace contemplar al Maestro de buenas noticias y gesto tierno. Porque siempre Jesús nos hace tropezar de tanto que es; siempre buscamos moderar su fuego de amor, hablando más de justicia, que de misericordia; más de poder, que de servicio; más de presencia real y extraordinaria, que de lavatorio de píes; más de milagros, que de pan compartido; más de cumplimientos morales, ejemplares, que de una vida distinta, nueva, superior, plena y necesaria. Cada parábola es desconcertantemente mucho y buscamos matizarlas, y no tomarlas en serio, o en leerlas como "cuentitos con enseñanzas". "Feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo".
Nos escandaliza tanto el amor de tu parte, Jesús, que nos cuesta creer tanta desmesura para con nosotros, tan pobres; ayúdanos a volver a escucharte una y otra vez, a ser tus discípulos fieles.
La otra invitación que podemos encontrar hoy, y para mí es la central del evangelio, es a "contar", a ser testigos. "Vayan a contar", dice ya muchísimo, es todo un envío; pero no los manda a contar verdades, lo que aprendieron; ni siquiera sobre su persona, que era motivo de la pregunta inicial de Juan. Jesús los envía a contar su propia experiencia: "lo que ustedes oyen y ven"; los involucra en esto que se está iniciando y que llamamos Reino, los hace Palabra de Dios para Juan.
¡Que necesario es narrar la propia experiencia de Dios! Lo que Jesús hizo en mi historia, y en la de los demás. ¡Somos sus testigos! Pero también somos herederos de aquellos que nos compartieron su experiencia de encuentro con Jesús, lo que oyeron y lo que vieron; siempre primero el oír porque es más abarcativo y me invita a creer en la comunidad testigo del resucitado; "felices lo que creen sin haber visto".
Jesús nos involucra a cada uno, nos implica en su historia y su anuncio feliz. Mi historia personal tiene mucho de revelador para alguien, soy necesario para la vida plena de otra persona, no puedo mirar para el costado, soy misión. Él nos quiere sus enviados, sus mensajeros, sobre todo para aquellos que están atravesando la cárcel de la duda y el vacío, lo que se sienten lejor. Pero, para esto es indispensable involucrar nuestra propia historia, y volverla anuncio gozoso y esperanzador.
El evangelio concluye con elogio de Jesús para Juan El Bautista que, más que profeta, es el mensajero enviado a preparar el camino. Jesús lo conocía a fondo y lo admiraba, por eso regala este elogio para su mensajero y precursor. ¡Que bueno nosotros incluirnos en este elogio! También somos sus mensajeros, también preparamos el camino de Jesús, también intentamos con la vida narrar nuestra propia experiencia de fe, y lo que Dios hizo con nosotros, somos realmente pequeños en este Reino que Jesús inauguró compartirnos. Nadie nos conoce como él.
Tomemonos un ratito y, en oración, imaginemos el testimonio que Jesús hace de nosotros, todo lo que damos cada día en la familia, en el trabajo, en la parroquia, en el grupo; cada gesto escondido que sólo Él conoce; todo lo que nos inquieta y preocupa, nos alegra y esperanza. Todo conoce nuestro buen Jesús, y así también nos elogia. Y si sentimos que no estamos dando todo, o nos sentimos deudores de tanto amor, o algo que nos avergüenza; abramos los oídos y el corazón, contemplémoslo en el evangelio, y veremos como tenemos lugar, perdón, camino y misión. Y si no lo damos, su mirada es de tristeza, como la que tuvo con el jóven rico: "tiene tanto para dar, están bueno, pero no se anima".
Jesús esta orgulloso de nosotros, sus mensajeros, sus testigos. Eso también nos llena de alegría y nos invita a darlo todo. y contar sus maravila que Él hace en nosotros.
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La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.