
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
La Pascua colma nuestras búsquedas. Basta que nos dejemos mover por el amor, la urgencia y el creer.
General - Comunidades Eclesiales16/04/2023El Evangelio de la Solemne Vigilia Pascual nos presentó tres imperativos. El primero, que invito a que resuene en lo más hondo del corazón, en la propia realidad, en lo que nos está pasando es:
“¡No teman!”; es lo que el Ángel dice a las mujeres, apesadumbradas, tristes, buscadoras. ¿Qué dice a nuestro corazón escuchar del Ángel, y luego de Jesús, ¡No teman!?
El segundo imperativo es “¡Alégrense!”. Se nos dice que ellas salen llenas de alegría y Jesús mismo se les presenta y les dice: “Alégrense”. Porque la muerte no tiene la última palabra, sino la Vida. Porque Jesús nos llama, no discípulos, como dice el ángel; no traidores, como pensaríamos nosotros; ¡nos llama hermanos! “Vayan a decir a mis hermanos”. Jesús se hermana a nuestros dolores y cruces, para resucitar en nosotros.
El último, “Vayan”, y en el envío encuentran a Jesús. ¡Qué profunda alegría! ¡Cuánta valentía! Cada vez que salgo a anunciar a Jesús, lo encuentro a Él, lo quiero abrazar, lo palpo. Es lo que siento cuando salgo a misionar, a visitar un enfermo, a dar algo a alguien que necesita; experimento inconfundiblemente que es el mismo Jesús quien me misiona, visita, da. No temamos, alegrémonos que Jesús nos llama sus hermanos y nos envía a anunciar que la vida siempre triunfa, y en ese anuncio gozoso, lo experimento inconfundiblemente a Él en persona.
El Evangelio de hoy, quizá el más discreto, austero, que más nos invita a la fe; nos presenta en tres personajes, algunos rasgos que nos pueden ayudar a profundizar nuestro proceso de fe.
María Magdalena se dirige al sepulcro, todavía a oscuras; vemos en ella un amor decidido, valiente, osado, que arriesga. Ella ve ‘hasta ahí’. Ante la perplejidad, el sepulcro vacío, no se queda llorando en su dolor, no se repliega en sí misma, ni tampoco se corta sola, sino que recurre a la comunidad, a los referentes, a los amigos; se deja ayudar.
Pedro, junto con el discípulo amado, escucha a María, se mete en su dolor, lo recibe y hace propio, y corre de prisa hacia el lugar. No demora la búsqueda porque también es la suya; y, junto a otro hermano, emprende la urgente búsqueda de sentido, el sinuoso camino del creer. Mira lo mismo que el discípulo amado, pero también, como María, ve a oscuras, ‘hasta ahí’.
Por último, el discípulo amado, es el único del que se dice que vio lo mismo que el resto y “creyó”. En la discreción de la tumba vacía, encuentra el signo de la Vida más plena, hace memoria del Dios fiel a sus promesas que no nos puede abandonar. ¡Cuán necesarios son en nuestra vida esos discípulos amados de Jesús que lo descubren donde todos ven muerte y vaciedad! ¡Esos que lo señalan en la oscuridad de la madrugada, y que oyen el latido del corazón del Maestro y acompasan su ritmo con el propio! Necesitamos contemplativos que nos señalen dónde está Dios y donde no. Necesitamos urgencia en buscar con otros la vida más plena. Necesitamos un amor decidido, que encienda nuestras prudentes tibiezas, y arriesgue como miembro de esa Iglesia Pascual. ¡Todos tenemos lugar!
En definitiva, la Pascua colma nuestras búsquedas. Basta que nos dejemos mover por el amor, la urgencia y el creer. Uno podría imaginar la mirada tiernamente entrañable de Jesús, contemplando amorosamente nuestras búsquedas, algunas mas acertadas, otras más pesimistas, otras a medias.
Cuando corremos urgentemente por ser fieles al amor, buscando creer; Jesús mismo sale a nuestro encuentro. Nuestra tímda búsqueda se encuentra con su encendida ansia de nosotros. Es Él quien nos está buscando y ama nuestra valentía en buscar cuando todo es oscuro; nuestra comunidad apresurada por hermanarse a los dolores y búsquedas de los hermanos más tristes; y nuestra fe, que cree sin más signos que el de una tumba vacía.
Jesús, gracias por buscarnos incansablemente. Que esta Pascua, nos haga más discípulos amados, que te buscan cotidianamente y salen con urgencia a anunciarte, vivo y resucitado, causa de nuestra alegría; abrazo que aleja el miedo y el temor, y esperanza de encuentro definitivamente eterno.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.