
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el ser humano, en el mundo y en la vida.
General - Comunidades Eclesiales10/12/2023RENOVACIÓN INTERIOR
Para ser humano, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestro corazón. Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrar en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte, ¿quién se va a ocupar de cosas tan poco estimadas hoy como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?
Privados de alimento interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones e ilusiones. Hemos ya aprendido a vivir «como cosas en medio de cosas» (Jean Onimus). Pero lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostatado por «lo exterior», Dios resulta un «objeto» demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.
Por ello no es extraño ver que muchos hombres y mujeres «pasan de Dios», lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de él. Quizás exista, pero lo cierto es que no les «sirve» para su vida.
Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a «bautizar con Espíritu Santo», es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y quizás la primera tarea de la Iglesia actual sea precisamente la de ofrecer ese «bautismo de Espíritu Santo» a los hombres y mujeres de nuestros días.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el ser humano, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseña a acoger a ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.
No basta que el evangelio sea predicado. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no escuchan ya el mensaje de las palabras. Solo nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta, de una alegría interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior y vacía, cansados ​​ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia? ¿Podrán ser nuestras comunidades cristianas un espacio donde vivamos acogiendo el Espíritu de Dios encarnado en Jesús?
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.