Los cristianos creemos en Dios, quien está atento al sufrimiento humano.

Al cristiano verdaderamente espiritual –«ungido por el Espíritu»– se le encuentra, lo mismo que a Jesús, junto a los desvalidos y humillados.

General - Comunidades Eclesiales25/01/2025José Antonio PagolaJosé Antonio Pagola
miradas de Jesús

LA PRIMERA MIRADA

La primera mirada de Jesús no se dirige al pecado de las personas, sino al sufrimiento que arruina sus vidas. Lo primero que toca su corazón no es el pecado, sino el dolor, la opresión y la humillación que padecen hombres y mujeres. Nuestro mayor pecado consiste precisamente en cerrarnos al sufrimiento de los demás para pensar solo en el propio bienestar.

Jesús se siente «ungido por el Espíritu» de un Dios que se preocupa de los que sufren. Es ese Espíritu el que lo empuja a dedicar su vida entera a liberar, aliviar, sanar, perdonar: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor».

Este programa de Jesús no ha sido siempre el de los cristianos. La teología cristiana ha dirigido más su atención al pecado de las criaturas que a su sufrimiento. El conocido teólogo Johann Baptist Metz ha denunciado repetidamente este grave desplazamiento: «La doctrina cristiana de la salvación ha dramatizado demasiado el problema del pecado, mientras ha relativizado el problema del sufrimiento». Es así. Muchas veces la preocupación por el dolor humano ha quedado atenuada por la atención a la redención del pecado.

Los cristianos no creemos en cualquier Dios, sino en el Dios atento al sufrimiento humano. Frente a la «mística de ojos cerrados», propia de la espiritualidad del Oriente, volcada sobre todo en la atención a lo interior, el que sigue a Jesús se siente llamado a cultivar una «mística de ojos abiertos» y una espiritualidad de responsabilidad absoluta para atender al dolor de los que sufren.

Al cristiano verdaderamente espiritual –«ungido por el Espíritu»– se le encuentra, lo mismo que a Jesús, junto a los desvalidos y humillados. Lo que le caracteriza no es tanto la comunicación íntima con el Ser supremo cuanto el amor a un Dios Padre que lo envía hacia los seres más pobres y abandonados. Como ha recordado el cardenal Martini, en estos tiempos de globalización, el cristianismo ha de globalizar la atención al sufrimiento de los pobres de la Tierra.

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