Ha llegado el momento de aprender a vivir en el mundo como la casa común de todos.

Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

General - Comunidades Eclesiales28/09/2025José Antonio PagolaJosé Antonio Pagola
Lazaro y el rico

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El pobre Lázaro está allí mismo, muriéndose de hambre «junto a su puerta», pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo «espléndidamente» ajeno a su sufrimiento. No atraviesa esa «puerta» que le acercaría al mendigo. Al final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un «inmenso abismo». Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

Junto a nosotros hay cada vez más inmigrantes. No son «personajes» de una parábola. Son hombres y mujeres de carne y hueso. Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. Sirven en nuestras casas, caminan por nuestras calles. ¿Estamos aprendiendo a acogerlos o seguimos viviendo nuestro pequeño bienestar indiferentes al sufrimiento de quienes nos resultan extraños? Esta indiferencia solo se disuelve dando pasos que nos acerquen a ellos.

Podemos comenzar por aprovechar cualquier ocasión para tratar con alguno de ellos de manera amistosa y distendida, y conocer de cerca su mundo de problemas y aspiraciones. Qué fácil es descubrir que todos somos hijos e hijas de la misma Tierra y del mismo Dios.

Es elemental no reírnos de sus costumbres ni burlarnos de sus creencias. Pertenecen a lo más hondo de su ser. Muchos de ellos tienen un sentido de la vida, de la solidaridad, la fiesta o la acogida que nos sorprendería.

Hemos de evitar todo lenguaje discriminatorio para no despreciar ningún color, raza, creencia o cultura. Nos hace más humanos experimentar vitalmente la riqueza de la diversidad. Ha llegado el momento de aprender a vivir en el mundo como la «aldea global» o la «casa común» de todos.

Tienen defectos, pues son como nosotros. Hemos de exigir que respeten nuestra cultura, pero hemos de reconocer sus derechos a la legalidad, al trabajo, a la vivienda o la reagrupación familiar. Y antes aún luchar por romper ese «abismo» que separa hoy a los pueblos ricos de los pobres. Cada vez van a vivir más extranjeros con nosotros. Es una ocasión para aprender a ser más tolerantes, más justos y, en definitiva, más humanos.



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