
Jesús nos dejó en herencia la parábola del sembrador, no la del cosechador.
Así era Jesús. Sembraba su palabra en cualquier parte donde viera alguna esperanza de que pudiera germinar.
Así era Jesús. Sembraba su palabra en cualquier parte donde viera alguna esperanza de que pudiera germinar.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno.
...solo la podemos rezar si vivimos con su Espíritu.
El ser humano no es solo un animal hambriento de placer y bienestar. Está hecho también para cultivar el espíritu, conocer la amistad, experimentar el misterio de lo trascendente, agradecer la vida, vivir la solidaridad.
Jesús habla de la vigilancia. Se puede decir que entiende la fe como una actitud vigilante que nos libera del sinsentido que domina a muchos hombres y mujeres, que caminan por la vida sin meta ni objetivo alguno.
El gran pecado de los seguidores de Jesús será siempre dejar que el fuego se apague: sustituir el ardor del amor por la doctrina religiosa, el orden o el cuidado del culto; reducir el cristianismo a una abstracción revestida de ideología; dejar que se pierda su poder transformador.
La verdadera tolerancia no es «nihilismo moral» ni cinismo o indiferencia ante la erosión actual de valores. Es respeto a la conciencia del otro, apertura a todo valor humano, interés por lo que hace al ser humano más digno de este nombre.