Reflexión Dominical

Domingo 32° del Tiempo Ordinario. "La actitud necesaria, es estar prevenidos, atentos, despiertos, ardiendo en buenas obras para reconocerlo en las oscuridades de aquellos hermanos y lugares a los que tenemos que servir con mayor urgencia".

General - Comunidades Eclesiales08/11/2020 Mario Daniel Fregenal
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Estamos celebrando el domingo 32° del Tiempo Ordinario. Quedan dos domingos más para cerrar el año litúrgico, y la invitación del evangelio de hoy es: “Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora”; velen, estén atentos, siempre alerta, vigilantes. Nuestra actitud debe ser la vigilancia, tenemos que estar atentos para el encuentro con Jesús. Para hablarnos de esta actitud, él nos narra una parábola en la que intervienen 10 mujeres que tienen que esperar la llegada del esposo, 5 son necias y 5 prudentes. Las prudentes tomaron sus antorchas y además llevan aceite de más, en cambio, las necias solamente llevan las antorchas, sin reparar en la posibilidad que el esposo se demore y necesiten más aceite. Ahora bien, cuando todo parecería sugerir una actitud voluntarista que merecería ser premiada: ‘mantenerse despierto por la propia fuerza, en vela, atento, vigilando la llegada del esposo, con la lámpara encendida’; Jesús nos dice que todas, necias y prudentes, se duermen. “Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas”. ¿No es consolador? El problema no está en dormirse. Somos débiles y a veces la noche oscura, el cansancio, la rutina, el bajón, las circunstancias de la vida, las enfermedades o muertes, hacen que bajemos la guardia o nos relajemos o seamos imprudentes o perdamos las ganas de esperar. Sin embargo allí no está el problema (hasta las más prudentes se durmieron). El problema está en no tener ni arbitrar los medios para que cuando llegue la oscuridad, el sueño me venza y la llama se me apague, pueda tener aceite para volver a encender la llama de mi misión primera: encontrar a Jesús que viene a celebrar conmigo en comunidad. ¿Cómo estoy de aceite?


Pensando en esto, el aceite, leemos que Mt 5, 13-16 nos decía que somos luz para alumbrar, y lo que nos hace brillar son las buenas obras. El aceite es todo lo que me hace arder y ser luz, lo que me ayuda a derrotar las noches más negras, eso que me regala una nueva oportunidad, donde puedo recurrir cuando las fuerzas se acaban. El aceite es la fe que me hace reconocer que por más que me sienta solo, Jesús es mi hermano y camina siempre conmigo; es también la comunidad, en donde la palabra de Jesús hace eco en otros corazones, resonando y haciendo vibrar el mío para despertarlo; son las personas testigos, cuyas luces me hacen ver con más claridad, incluso en las noches más cerradas; es la palabra de las personas que tienen la misión de acompañarme, guiarme y sostenerme en el camino; es también la vida hecha fiesta y celebrada sacramentalmente; es el compromiso cotidiano y solidario por lograr que todos vivamos hermanos y felices. ¡Cuántas veces tendí a apagarme o me dormí en la misión, y fue la fe, la comunidad, alguna persona o acompañante, la vida sacramental o la solidaridad las que hicieron que me encienda de nuevo! Llenemos nuestras vidas de esas experiencias que nos ayudan a ser fieles o a volver a comenzar cuando llega la oscuridad o las fuerzas disminuyen. No está mal dormirse o apagarse, está mal no tener a mano lo que hace despertar, y que depende sólo de mí, no contar con quienes me hacen arder de nuevo.


Jesús nos habló muchísimas veces del Reino como una fiesta de bodas, quizá la celebración más importante de aquella época. Lo que sobreabunda en toda fiesta es la alegría. Estamos alegres:  Jesús es el esposo que sale a nuestro encuentro porque nos ama y quiere hacernos parte de su Vida, mesa y camino, celebrando con nosotros.

Pero, ¡atentos! Estamos invitados cotidianamente a celebrar su presencia que es fiesta y Reino. No importa que muchas veces nos dormimos, hayamos caído, bajado los brazos, apagado nuestras antorchas o negado el aceite a los demás. Lo único que nos pide, la actitud necesaria, es estar prevenidos, atentos, despiertos, ardiendo en buenas obras para reconocerlo en las oscuridades de aquellos hermanos y lugares a los que tenemos que servir con mayor urgencia. Lo peor que nos puede pasar es no descubrir que Jesús viene ‘en cada rostro y acontecimiento’, o quedarme afuera de la fiesta que él quiere compartir conmigo, o no capitalizar las experiencias fundantes y decisivas que él me regaló y que me ayudaron a ser el que soy. Es Jesús quien me invita a festejar la vida hecha canción, danza y Reino, no me puedo quedar afuera por dormirme, por relajarme, por postergar para mañana o dar lo que me sobra. Debo tener el aceite necesario para arder en obras buenas. Hay muchos y muchas, en las que se refleja sufrientemente el rostro de Jesús, que dependen de mi luz. En la medida que sea luz para ellos y ellas, podré entrar a celebrar que Dios reina en medio nuestro, y seré signo de ese Reino de vida feliz para las oscuridades de hoy.

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