REFLEXIÓN DOMINICAL.

..."seremos así juzgados, al igual que todas las naciones, por el comportamiento con el herido. Pero por la fe, en ese servicio, tenemos el privilegio, el regalo de reconocerlo a él mismo, de encontrarlo".

General - Comunidades Eclesiales22/11/2020 Mario Daniel Fregenal
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Celebramos hoy la Solemnidad de Cristo Rey. Esta semana terminamos el año litúrgico. El próximo domingo estaremos celebrando el primer domingo de Adviento, ya preparándonos para la venida de Jesús. Por eso hoy, último domingo de este año, leímos lo que comúnmente conocemos como el juicio final. En el evangelio de Mateo es la última enseñanza de Jesús antes de entrar a su pasión. ¡Eso solo dice tanto! Inauguró la predicación de su buena noticia con las Bienaventuranzas y el Sermón del Monte, y culmina con este texto del juicio de las naciones, expresión que siempre genera desconcierto o incluso, temor en nosotros. Jesús se autopresenta con la figura del “Hijo del hombre, rodeado de sus ángeles, en su trono glorioso”. Pero inmediatamente, alejando de nosotros todo temor, nos dice que su modo de actuar es el de un “pastor”, figura tan querida para los discípulos de todas las épocas, en medio de sus ovejas y cabritos, separando unos de otros, constatando quienes son unas y quienes, otros. Este Hijo de hombre, que actúa como pastor, va a juzgar a las naciones desde su trono glorioso como Hijo y Rey. Pero para que no tengamos miedo ante su juicio, nos dice que lo que se tendrá en cuenta es la actitud nuestra para con los últimos, los hambrientos, sedientos, sin dignidad, extranjeros, enfermos y presos, a los que llama llamativamente sus hermanos más pequeños, ¡hermanos del Rey!  

La desconcertante figura de Hijo de hombre es un pastor que conoce a su rebaño. El temido Rey que juzga a las naciones es hermano de los más pobres y juzga desde ellos, los más descartados. 


Así cierra Jesús su última enseñanza, antes de entrar a su pasión y muerte, invitándonos a hacer lo que él mismo hizo y fue: caricia compasiva, tierna y hemana para con los más desfavorecidos. ¿O acaso habrá habido alguien a quien Jesús, conociendo su necesidad, no haya socorrido? Además, en este texto se nos dice con la claridad y solemnidad del “tomen y coman, esto es mi cuerpo”, “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Así como descubro a Jesús en la eucaristía debo encontrarlo en los más pobres. Él mismo se identificó con los más vulnerados de la historia. En ellos está él, sin vueltas. En sus rostros ojerosos y sufrientes, el suyo; en sus manos curtidas y tatuadas las suyas, en sus heridas y cicatrices, sus llagas. Así como lo honramos en el pan eucarístico, también debemos reconocerlo en el preso, en el que tiene hambre, en el inmigrante.


“Todas las naciones serán reunidas en su presencia”. El juicio en el que se tendrá en cuenta el amor que hayamos tenido para con los más necesitados, es para todas las naciones, incluida también la comunidad cristiana. Para este juicio no hay privilegios. No importan ni credo ni religión, solamente si se intentó dignificar la vida de los más empobrecidos. Es para todos y todas lo mismo: ‘¿me ayudaste en el más postergado, que es mi hermano?’, preguntará Jesús como criterio básico de admisión. Además a nosotros, su Iglesia, se nos preguntará si ese amor lo celebramos en la liturgia, lo anunciamos en la catequesis, lo hicimos concreto a través del compromiso político y la comunión entre nosotros. Me imagino que es lindo el poder encontrarnos en la fila entre tantos y tantas. Allí seguramente encontraremos gente que queremos y que es buena pero quizá nunca participó de la vida eclesial. ¡Qué alivio que sea juzgada sólo en el amor! Mateo escribe que Israel estará seguramente entre las distintas naciones evaluadas en su amor, como lo más importante. Jesús nos quiere a nosotros, su Iglesia, también en la fila con toda la humanidad. Aquel día, lo distintivo en nosotros será la alegría y el gozo de haber caminado con él, a su manera; anónimos, en silencio, hombreando la vida en la sociedad, y encontrándolo en cada servicio desinteresado. Felices por verlo pasar ahora a nuestro lado, confiados en que hicimos lo mejor que pudimos para humanizar la vida de los más vulnerados. Y Él seguramente nos mirará satisfecho, orgulloso de nosotros, porque estamos en la fila como uno más, porque como él dejamos de lado todo privilegio; nos mirará con amor, nos regalará un gesto cómplice por tanto que nos vió servir en la Iglesia, camino hacia el trono en donde constatará quién amó y quién no. Los cristianos y las cristianas de todos los tiempos seremos así juzgados, al igual que todas las naciones, por el comportamiento con el herido. Pero por la fe, en ese servicio, tenemos el privilegio, el regalo de reconocerlo a él mismo, de encontrarlo.


“¿Señor, cuándo?” es la pregunta con la cual ambos grupos, buenos y malos, expresan su sorpresa ante lo inesperado. Los justos que sirvieron a los pobres, lo hicieron por ellos. No pretendieron actuar por la recompensa, para ganar algo; como el buen samaritano se conmovieron y actuaron. Por eso se sorprenden: ‘¿Cuándo te ayudé Jesús si nunca te vi, nunca escuché de vos, no tuve motivos humanos para creer en vos?’. El responderá: ‘Cuando me viste al costado del camino, herido, y me ayudaste’. En cambio los otros, los que se creían justos, los que especularon cumplimientos mínimos para obtener recompensa, ellos creyeron servir al Señor como su rey pero desconocieron que este Rey tiene hermanos, esos se extrañan también ‘¿Cuándo no te socorrí Jesús, si siempre fui a misa, servía en la liturgia, soy consagrado, sacerdote?’, y Jesús responderá: ‘Todas las veces que no me trataste con dignidad ni me miraste o te desentendiste rápido de mi dolor’. ¡Qué gran noticia para nosotros! Además de todo lo lindo que nos regala la fe, cada vez que ayudamos al más vulnerado encontramos al mismísimo Jesús, ¿cómo lo trato? Pero también qué consolador saber que gente que amamos, y que no cree como quisiéramos, entrará a la Vida con mayúsculas por su compromiso con la humanidad. 

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